Comienza mañana un nuevo gobierno en medio de una gran incertidumbre. Incertidumbre frente a lo que está por venir en la economía global e incertidumbre frente a lo que haga o deje de hacer la istración Petro.
El punto de partida de toda conversación en foros y juntas es el mismo: las empresas están atravesando un gran año, pero hay grandes dudas sobre el futuro. Los ingresos, márgenes y utilidades están por las nubes, gracias al fuerte dinamismo del consumo, pero eso no se traduce en nuevas inversiones. La razón es clara: pocas veces la economía colombiana ha tenido un impulso tan fuerte, pero por ello mismo se sabe que es insostenible.
Convergen tres grandes estímulos económicos. Los precios de los productos de exportación han subido 70 por ciento desde que tocaron fondo durante la pandemia. Por ello, este año las exportaciones llegarán a 56.000 millones de dólares, frente a 41.000 millones el año pasado. En segundo lugar, las tasas de interés que fija el Banco de la República estuvieron en niveles mínimos históricos hasta noviembre del año pasado, lo que se refleja en una mayor demanda por crédito.
Tercero, y como si esto fuera poco, la política fiscal ha sido expansionista en exceso. Si se contabilizan los subsidios a los combustibles, que van a costar más de 2,5 por ciento del PIB, el déficit fiscal en 2022 no será muy diferente al de 2021, cercano a 7 por ciento del PIB. Van tres años de elevadísimos desequilibrios fiscales: en 2020 y 2021, justificados por la pandemia y prolongados por el estallido social. Este año ha sido de ajuste fiscal en muchos países, excepto en Colombia, donde el Gobierno no ha tenido ni la voluntad ni la capacidad para moderar los subsidios por temor a nuevos paros.
Además, ha sido notorio el incremento de la inversión pública por razones electorales.
Auge exportador, política monetaria expansionista y fuerte estímulo fiscal dan cuenta del dinamismo de la demanda. También explican parte de la inflación, que ya supera el 10 por ciento, y del elevado déficit de la cuenta corriente, uno de los más altos de los países en desarrollo.
Si se ignora el problema fiscal, el aterrizaje será estrepitoso, lo cual, además de las consecuencias económicas, tensionará mucho la situación política.
Tener altos déficits gemelos, fiscal y externo, es por lo general un problema. En las condiciones actuales de los mercados financieros globales –que reflejan un escaso apetito por los papeles de las economías emergentes– no solo no es recomendable, sino que es una pésima idea. Esto lo sabemos de sobra los colombianos, que ya vivimos las consecuencias en 1998, justamente en la transición entre los gobiernos Samper y Pastrana.
La economía necesita un aterrizaje suave, inducido por nosotros –no impuesto desde el exterior–. Si no lo hacemos, los inversionistas pierden la confianza, liquidan sus posiciones de manera súbita, se devalúa la moneda y se genera una caída en picada de la economía.
El Banco de la República ya emprendió el camino al subir las tasas de interés a paso acelerado. Hasta dónde llegarán dependerá de lo que haga el nuevo gobierno, que tendrá la ingrata pero esencial responsabilidad de pasar de la euforia fiscal a la moderación. Lo primero que tendrá que hacer el ministro Ocampo será sincerar las cifras fiscales y mostrar la realidad del déficit. Pero eso es lo fácil, lo difícil es corregirlo.
Tiene a su favor los mayores ingresos petroleros y un mayor recaudo esperado por la Dian. Pero eso no será suficiente. Tendrá que buscar nuevos ingresos y postergar algunas de las promesas de campaña que impliquen nuevas erogaciones. O si quiere acomodarlas tiene que recortar gastos, empezando por los subsidios a los combustibles, pues el Gobierno no puede seguir pagando la mitad del costo de cada galón que se consume en el país. No hay finanzas públicas que aguanten eso.
Si se ignora el problema fiscal, el aterrizaje será estrepitoso, lo cual, además de las consecuencias económicas, tensionará mucho la situación política. Gobierno y oposición se radicalizarían en medio de una búsqueda de culpables, y se hará mucho más difícil gobernar. Al país le conviene que el aterrizaje sea suave, empezando por la nueva istración, que podrá llegar más lejos al final del periodo. Al sector privado también le conviene, pues las crisis son un caldo de cultivo para las malas decisiones.
MAURICIO CÁRDENAS SANTAMARÍA