No deja de sorprender la actitud del Gobierno colombiano alrededor de la elección del sucesor de Luis Alberto Moreno en la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). En los 60 años de existencia de esa entidad no ha habido decisión importante en la que nuestro país no haya sido protagonista. Sin mayor debate, y sobre todo sin una buena explicación, Colombia decidió apoyar al candidato del Gobierno de Estados Unidos, relegándose a un papel secundario en un asunto en el que es necesario intervenir.
Hagamos un poco de memoria: hace 15 años, el entonces presidente Álvaro Uribe se empeñó en la elección de Moreno y desplegó una exitosa campaña diplomática que condujo a que Estados Unidos y los países de la región lo apoyaran. Hace cinco años, cuando algunos de los países europeos, y los propios Estados Unidos, consideraron conveniente restringir a dos periodos –al igual que en otros organismos multilaterales– el tiempo máximo de permanencia en el cargo del presidente, Colombia se opuso con efectividad, argumentando que tal restricción no existía en el momento de la elección de Moreno y que, por lo tanto, no debería aplicarse.
Había una razón de fondo para asegurar un tercer y último periodo: unos meses antes, en marzo de 2015, durante la asamblea de gobernadores que se realizó en Busán (Corea del Sur) y luego de intensas negociaciones –también lideradas por Colombia–, se había aprobado la creación de BID-Invest, el brazo de la entidad que se encarga de financiar el sector privado. Como EE. UU. no quería aportar capital fresco para la creación de la entidad, era necesario que otros países pusieran los recursos –entre ellos, Colombia–. Diluir la participación accionaria de EE. UU. en la nueva entidad fue algo difícil de aceptar para Washington, pero afortunadamente ocurrió.
Como BID-Invest debía ponerse en funcionamiento, lo mejor para el BID era darle continuidad a la gestión de Moreno. Hoy, cinco años después, puede decirse que la tarea se hizo cabalmente. Para Colombia no era un punto menor: más que los créditos del BID al Gobierno –que siempre serán importantes–, lo que el país necesitaba era la financiación al sector privado, en especial a los proyectos de infraestructura bajo la modalidad de asociaciones público-privadas. Gracias a la gestión de Moreno en su tercer período, el BID-Invest ya juega un importante papel como dinamizador de la inversión privada en la región.
Estos son solamente los últimos capítulos de una larga historia de la relación de nuestro país con una entidad que siempre le ha dado la mayor importancia a la posición de Colombia. Como el presidente Duque conoce bien, porque él mismo ejerció esa función, nos hemos ganado –producto de la seriedad y el buen criterio– una gran confianza de los demás accionistas.
Tomándole la delantera a Colombia, Chile y México –nuestros socios en la Alianza del Pacífico– anunciaron esta semana que consideran inoportuna la elección del presidente del BID en una asamblea virtual que se celebrará el próximo 12 de septiembre. Lo mismo hizo la Unión Europea, según una carta enviada por el alto representante para la Política Exterior. Todos coinciden en que como mínimo la reunión debería ser presencial.
Pero hay mejores razones para postergar la elección. Se ha hablado mucho de la regla no escrita según la cual la entidad debe ser liderada por un latinoamericano. Esto, más que una formalidad, es una oportunidad para que la región tenga un vocero –que transmite nuestros problemas y realidades– en los principales escenarios económicos globales.
Y lo más importante: el BID necesita concentrarse en el apoyo a la región para la recuperación económica poscovid-19. Desafortunadamente, no tiene los recursos para hacerlo, por lo que es urgente su capitalización. Para ello se requiere el apoyo del Departamento del Tesoro y del Congreso estadounidense, instancias que tienen la última palabra. A menos de tres meses de las elecciones en Estados Unidos, lo prudente es postergar la decisión sobre quién liderará el BID hasta que haya certeza de que la persona escogida cuenta con ese respaldo. De lo contrario, la entidad podría quedar en el ostracismo, en un momento crítico para América Latina.
Esa debe ser, sin vacilación, la posición de Colombia.
MAURICIO CÁRDENAS