El precio de los futuros de café arábica en Nueva York superó los 2 dólares por libra esta semana. Muchos analistas del mercado esperan que siga subiendo en los próximos días, cuando se evalúen los daños producidos por la fuerte caída de las temperaturas en las tres regiones productoras más grandes de Brasil: Paraná, São Paulo y Minas Gerais. Desde que se produjeron las primeras noticias el fin de semana pasado, los precios han aumentado 30 %.
Las heladas tienen lugar un año después de la peor sequía en Brasil en un siglo, lo que significa que los árboles ya estaban debilitados por el estrés del calor. Aunque todavía es prematuro estimar el daño producido por estos fenómenos extremos –que nunca habían ocurrido en dos años seguidos–, nadie duda de que la producción se afectará: la pregunta es en cuánto.
Es evidente que el cambio climático está afectando la producción de café en el mundo. Colombia no es la excepción, pero afortunadamente nuestra caficultura tiene más posibilidades de adaptación que la de otros países. Por un lado, los cultivos pueden buscar temperaturas más moderadas a mayor altura en nuestras cordilleras, algo que ya está ocurriendo. Por otra parte, podemos retomar la cultura –un tanto olvidada– de sembrar árboles que sirvan de sombra, lo que tiene el doble beneficio: reducir la temperatura y atraer más especies de aves que protegen los cultivos de manera natural frente a pestes y parásitos.
En paralelo a los problemas de oferta, la demanda mundial por café ha tenido un fuerte impulso en los últimos años, incluso durante la pandemia. La razón es que se trata de una bebida saludable –lo cual es una excepción en un mundo cada día más preocupado con lo que come y toma– y, además, es producida en algunos países –no todos– con buenos estándares de sostenibilidad ambiental y social. Por todo esto, la bebida favorita de los millennials y la de mayor crecimiento en el mundo. Sumados los factores de oferta y demanda, los precios del café han subido 60 % este año.
Parafraseando a López Michelsen cuando se enteró de la bonanza de 1975, me alegro por Colombia y por los cafeteros. Hoy, la carga de 125 kilos está a $ 1’800.000. Esta es una muy buena noticia, sobre todo si se tiene en cuenta que en 2013 llegó a estar por debajo de $ 400.000. En ese entonces creamos el programa de protección al ingreso de los caficultores (PIC), que resultó fundamental para amortiguar la crisis.
La producción, que estuvo por debajo de 8 millones de sacos por año hasta 2012, se ha estabilizado desde 2015 en alrededor de 14 millones de sacos. Esto no ocurrió por arte de magia: fue resultado de la decisión deliberada del Gobierno de subsidiar la renovación de cafetales que, dado su envejecimiento, se habían vuelto muy improductivos y propensos a adquirir enfermedades.
Más que cualquier programa gubernamental de reactivación económica, el aumento de los precios del café es un bálsamo en medio de la actual crisis de la pandemia, pues será la punta de lanza de la recuperación. El consumo de las 600.000 familias cafeteras irrigará recursos de una manera rápida y directa, lo cual beneficiará a todo el aparato productivo.
Ahora bien: si la información de los próximos días indica que los precios altos se sostendrán por un buen tiempo, los cafeteros deben aprovechar esta coyuntura para alimentar el Fondo de Estabilización –que existe en el papel, pero todavía no tiene ninguna capacidad de amortiguar una descolgada futura del mercado–.
Pero hay algo aún más importante: la producción de café de Colombia debe aumentar a por lo menos 20 millones de sacos. Esto tampoco ocurrirá de manera espontánea. Es necesario retomar los programas de renovación –por siembra y soca– y esta vez introducir un componente adicional para incentivar los sombríos. Aquí también habrá un doble dividendo: la mayor producción permitirá mejorar los niveles de vida en regiones del país en las que se requieren oportunidades económicas, al tiempo que lograremos una caficultura más protegida frente a los efectos del cambio climático. Esta es la forma más inteligente de aprovechar esta inusual mezcla de sequía y helada en Brasil.
MAURICIO CÁRDENAS
@MauricioCard