Como en un capítulo de La guerra del fin del mundo, ardió Brasilia –no el Sertón de Vargas Llosa, sino el pujante Brasil urbano, mayor economía de Latinoamérica, gran exportador de petróleo, preponderante sobre el Amazonas y el clima global–, incendiado por áulicos de esa posición política tan radical como irracional que pregonó por años Bolsonaro. Nostálgicos de su líder pensaron, como otros marchantes, que sus razones los ponían por encima de la Constitución y la ley. Podrían haberle preguntado a Trump que con el agua al cuello ve avanzar un indictment en su contra, a varios de sus coequiperos, en la cárcel o cerca, sus aspiraciones de regresar a la Casa Blanca frágiles, cómo terminan esos lances en los países donde preponderan la Constitución y las leyes.
Esas escenas representan bien el método, también el descontento general que con la derecha y la izquierda hay en todo el continente. El hambre no cesa con discursos, ni la estructura económica arrasada resucita por el milagro de “Oh, Salvador”; la respuesta no está en mesías autoproclamados sino en manejo económico prudente, que interprete el momento global que atravesamos. Medios internacionales, capitanes de industrias globales, banca, economistas coinciden en anunciar buenas y pésimas noticias:
Que la recesión no será tan devastadora, entre otras razones, porque China se reactiva, parte por activismo cívico, parte por el instinto de conversación político de esa leyenda en que se está convirtiendo Xi Jin Ping, pero en contraste, que esta será otra década perdida para Latinoamérica. Como si hubieran enterrado el continente profundo y mirando hacia abajo, cada coletazo global lo hunde más.
Para sobrevivir, es indispensable acertar en lo económico, sin descuidar lo social y entender que entre 63 países, Colombia ocupa el escalafón 57 en competitividad global, ninguna panacea, y eso demanda acción del Estado. El potencial exportador, más allá del minero-energético, que, como bien dice Lula, debe continuar, es grande, pero no florece solo. Requiere emprendedores y capital, abaratamiento de la cadena logística, seguridad física y jurídica, para generar riqueza y empleo, mejor distribuidos.
Como si hubieran enterrado el continente profundo y mirando hacia abajo, cada coletazo global lo hunde más.
La Andi circuló esta semana su estudio con análisis que vale la pena revisar, una foto del país económico y social, del contexto en Latinoamérica y el mundo. Crecimiento de solo el 1 % en 2023 e inflación sostenida, es decir, decrecimiento real, y al país por su desempeño anterior, brillando como destino para inversionistas, en contraste con una honda desigualdad social y pobreza del 40 %, que no obstante, lejos del ideal, ha ido disminuyendo. Son valiosos los estudios de la odiosa pobreza y válidas las propuestas para sostenerle la guerra.
¿Qué utilidad antes de intereses, impuestos, depreciaciones y amortizaciones –por sus siglas en inglés, ebitda– deben tener las pymes colombianas, mayores empleadores del país, para sobrevivir? No menos del 20 % y, la verdad, muy pocas lo tienen. Desempleo y subempleo podrían dispararse, a menos que se creen condiciones que permitan mitigar ese impacto, que no viene de subsidios sino de mejor, más amplia y libre regulación, de estímulo a la economía digital, de una verdadera banda ancha y de educación, por ejemplo, en inteligencia artificial (AI) y el internet de las cosas (IoT), estas deben implementarse sin tardanza.
Corolario. Dos denuncios de abuso oscurecen la vida nacional: oprobios contra indefensas niñas de la tribu nukak, y un alegado tráfico de poder por favores sexuales ¡en el Congreso de la República! Uno y otro demandan acciones concretas, generar condiciones para denunciar pronto y sobre las denuncias actuar, con consecuencias, en ambos entornos, extendido a los muchos otros que afloran en la vida nacional en la más absoluta impunidad.
MAURICIO LLOREDA