Hace unos días, con la noticia del cierre de la planta de Propal en Yumbo, sentí el llamado de la tierra que ya otras veces me ha sacudido. Es una sensación melancólica entre el ombligo y el alma, dondequiera sea la parte del cuerpo en la que ella se aloje. Y entonces a mi memoria llegaron como carrete fotográfico imágenes de "verdes campos de vida y solaz", como reza una frase del himno departamental que aprendí en mi infancia, acompañadas de un revuelto de esos acordes con los que a los vallecaucanos se nos hincha el pecho de emoción por nuestra tierra: "Bonitos son tus paisajes, Valle del Cauca...", en Mirando el Valle del Cauca; "...pobres los hombres que no pueden ver a mi Valle...", en Paraíso; y desde luego, "esta es mi tierra bonita, mi tierra preciosa...", en Mi Valle del Cauca.
Esa embriaguez musical se transformó en coraje por lo perdido: el sustento de 500 familias, una parte de una de las empresas más icónicas del departamento, y una porción del dinamismo industrial del suroccidente colombiano. Con ese coraje me pregunté: ¿ahora qué sigue?, ¿cómo evitarlo? Y con estas preguntas acudí a varias personas que lideran la toma de decisiones sobre el desarrollo del Valle del Cauca. Después de oírlas y de revisar los documentos que me enviaron me quedé pensando que ni los propios vallecaucanos somos conscientes del potencial que tiene nuestra tierra y que, como decimos en buen valluno, tenemos que espabilar para que no se nos pase el cuarto de hora.
Me quedó claro que si bien lo de Propal obedece a una situación muy particular de competencia desleal e insuficiente reacción del Gobierno Nacional, el resto de la economía local no está blindada de estos y otros factores que pueden golpear otras industrias. Por eso, aunque el tejido empresarial de la región es pujante y resiliente –como quedó demostrado tras el estallido social–, hay que pensar más conjuntamente y menos individualmente.
Parece evidente que para dar esa conversación entre diferentes hay que abordar un asunto de idiosincrasia y otro de educación.
Es urgente una gran conversación regional entre diferentes sectores de la economía y de la sociedad, entre los viejos y los nuevos empresarios, entre las industrias tradicionales y las emergentes. Y también hay que darle un mayor sentido de urgencia a anticiparse a los peores escenarios que pueden derivar de las convulsiones actuales de la economía mundial.
¿De qué otra manera se puede abordar el problema de seguridad que limita la competitividad que podría haber con el puerto de Buenaventura?, ¿cómo sacarle el mejor provecho a la regasificadora de Buga, que deberá estar lista en 2026, justo en el marco de los pronósticos de insuficiencia de gas nacional?, ¿cómo romper el estancamiento en la concesión del aeropuerto?, ¿dónde están los grandes visionarios de la biodiversidad como industria y motor de desarrollo?, ¿cómo pasar del dicho al hecho sobre el potencial que tiene el Valle para ser el gran productor latinoamericano de SAF (combustible verde para aviones)?
Estas y otras preguntas requieren respuestas conjuntas, pero parece evidente que para dar esa conversación entre diferentes hay que abordar un asunto de idiosincrasia y otro de educación. Una de las personas con las que hablé me dijo con el asombro propio de quien se ha ido y ha vuelto: "Los caleños no celebramos los triunfos de otros caleños, caleño como caleño". Otra agregó: "El Valle del Cauca ocupa el puesto 24 entre 32 departamentos en cuanto a educación básica y media". ¡Qué tal el tamaño del reto!
Termino pasando ahora del coraje a la nostalgia. Por eso en lo inmediato solo deseo que cuando vuelva a emocionarme al oír "ya vamos llegando, me estoy acercando, no puedo evitar que los ojos se me agüen" sea porque "a lo lejos se ve mi pueblo natal" y no por las consecuencias de que no se haya dado esa gran conversación.