Hace unos días el eticista Peter Singer tocó este tema en su columna de EL TIEMPO. Es importante regresar a ella. Por un lado, se habla de un avance científico que podría ofrecer soluciones diferentes para el calentamiento global. Por otro, es uno de esos casos que algunas ortodoxias ambientalistas se oponen a investigar.
Creo que ya es bastante aceptado que el calentamiento terrestre se debe, al menos en buena parte, a la actividad humana. La producción de CO2 genera el efecto invernadero. La luz solar sigue calentando, y el ‘techo de CO2’ interfiere con la difusión de la radiación infrarroja (calor) de la Tierra al espacio.
Parte del CO2 es producido por combustibles fósiles, pero una parte viene de la industria, la agricultura, la ganadería, y de otros fenómenos naturales e inevitables.
Para algunos, la única solución posible es dejar de producir CO2, suspendiendo el uso de combustibles. Hay quienes culpan al capitalismo salvaje. Me parece más correcto reconocer que se llegó a una población de 8.000 millones de humanos, que no quisiéramos que se extinga.
Los acuerdos políticos para reducir la producción de CO2 no han sido muy exitosos. Debe haber reducción de emisiones, y está en camino; pero no será suficiente, y tomará muchos años. Las alternativas de energía renovable tienen costos ambientales diversos. Hoy se ven mínimos frente a lo que nos preocupa, pero en el futuro se verá muy diferente.
Se discuten otras estrategias posibles contra el calentamiento. Una evidente es la captación aumentada del CO2. Hay propuestas industriales, verdaderas fábricas de ladrillos que lo incorporen y minerales que lo atrapen, hay propuestas biológicas como modificación de plantas para que hagan una fotosíntesis aumentada, siembra de hierro en los océanos para aumentar el fitoplancton, que es gran captador, y más.
Hace poco empezó a hablarse de soluciones de geoingeniería que modifiquen la atmósfera para modular la temperatura. Hay diversas posibilidades; dos líneas reciben la mayor atención, ambas proponen generar un sombreado artificial que disminuya la cantidad de luz solar que llega a la Tierra.
La primera propuesta consiste en inyectar en la estratosfera grandes cantidades de dióxido de azufre. Este se combina con el agua y forma un aerosol que actúa como una gran sombrilla. Ha habido ‘experimentos naturales’, uno fue la explosión del volcán Pinatubo, en Filipinas, el año 1991, que hizo exactamente eso, y redujo rápidamente la temperatura de la Tierra en 0,6 grados, por dos años.
Eso se puede simular, con costos bajos, y en un lapso muy breve llevaríamos la temperatura a la de principios del siglo XX. El efecto es rápido, pero dura poco. Esto, por un lado, es una ventaja porque asegura que el hecho es natural y reversible; por otro lado, implica la necesidad de un mantenimiento continuo hasta que se logre el éxito con otras estrategias.
Otro proyecto es construir una verdadera sombrilla, con millones de discos de 60 centímetros de diámetro y un par de micrómetros de ancho, que se pondrían a orbitar alrededor de la Tierra. Es una propuesta más costosa y más exigente tecnológicamente, pero calculan que su efecto podría durar 50 años.
Se preguntará el lector: ¿por qué hay personas que se oponen a esta investigación? Algunos aducen que estamos jugando a ser Dios (cuando jugamos a ser humanos). Hay dudas y peligros, porque la atmósfera se comporta en forma misteriosa, pero la política del avestruz no los va a resolver.
El problema me parece más psicológico (casi religioso) que político. Qué tal que resulte una solución que nos desvíe de la expiación y que no involucre humillación, sacrificio y flagelación ¿Qué sería de los discursos virtuosos, qué de la santa indignación?
MOISÉS WASSERMAN