Las instituciones tienen una historia; una evolución que no es arbitraria. Desconocer ese camino lleva a remozar problemas superados. Hay que recordar cuál fue la historia que nos llevó al actual Ministerio de Ciencia. Esa historia debe iluminar algunos de los inmensos retos que enfrenta.
Durante la primera mitad del siglo XX, en Colombia hubo pocas iniciativas científicas, lideradas por individuos ilustrados y casi siempre solitarios, con poquísimas instituciones de soporte. Era una actividad exótica. El presidente Carlos Lleras Restrepo reunió algunas de esas iniciativas en institutos nacionales. Como entes rectores de la ciencia creó en 1968 un Consejo Nacional y un instituto-fondo: Colciencias.
Los institutos eran descentralizados y autónomos, adscritos al ministerio más cercano a su área misional. Colciencias fue adscrito al Ministerio de Educación Nacional (MEN) y funcionó atendiendo a una comunidad incipiente.
La comunidad creció, y surgieron iniciativas en muy diversos campos del conocimiento. Se hizo evidente que la adscripción al MEN limitaba la acción de la ciencia que debía ser transversal a todas las iniciativas de desarrollo. Por insistencia de la comunidad académica se expidió en 1990 una ley que organizó un sistema científico nacional, y que trasladó Colciencias al Departamento Nacional de Planeación (DNP), donde se esperaba que pudiera ejercer la transversalidad que los tiempos exigían.
La demora en el nombramiento del actual ministro generó el rumor de que se pensaba regresar a alguno de los anteriores modelos institucionales. Incluso hubo voces que recomendaron ese retorno.
Colciencias creció y se fortaleció, se desarrollaron programas nacionales amplios y diversos; sin embargo, resultó evidente que para el DNP, acuciado por la búsqueda de soluciones económicas urgentes, la actividad científica era una preocupación menor.
La comunidad científica promovió otro cambio. Se propuso la creación de un ministerio para darle a la ciencia presencia en los ámbitos de decisión del Estado, y otorgarle una autonomía acorde con su responsabilidad. El Gobierno, por austeridad, se opuso a la creación del ministerio y en una ley del año 2009 se transó en convertirla en departamento istrativo adscrito a la Presidencia de la República.
La dicha duró poco tiempo, los gobiernos cambian y Colciencias no fue invitada rutinariamente al consejo de ministros. Uno de sus directores dijo, en su carta de renuncia, que ni siquiera contestaban sus llamadas. La falta de presencia de Colciencias en las decisiones estatales se reflejó también en su bajísimo presupuesto.
Diez años después, en el 2019, con el apoyo de congresistas que tenían claro el papel de la ciencia y la tecnología en el desarrollo, se logró, por fin, la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. La estrechez presupuestal (que es la más constante entre todas las constantes económicas) llevó a crear un ministerio ‘a costo cero’, lo que equivale a rezar por un milagro.
La demora en el nombramiento del actual ministro generó el rumor de que se pensaba regresar a alguno de los anteriores modelos institucionales. Incluso hubo voces que recomendaron ese retorno. Esas voces desconocen la importancia que tiene una institucionalidad científica fuerte, financiada y autónoma, y la correlación muy estrecha que hay entre el desarrollo científico de las naciones y su capacidad para generar riqueza y bienestar. Quien dice que antes estábamos mejor está mal informado o tiene mala memoria.
La responsabilidad de quien ha sido nombrado para liderar la ciencia colombiana es enorme. La comunidad académica acompañará sus buenas iniciativas, como siempre lo ha hecho. La “Misión de Sabios 2019” dejó una ruta razonable y factible. Veremos los primeros signos de cambio en la forma como los discursos se concreten en verdaderas iniciativas de gestión y, por supuesto, en cómo queden los presupuestos de inversión.
MOISÉS WASSERMAN