Después de las protestas de los dos años pasados, seis universidades, públicas y privadas de varias regiones, se asociaron para adelantar unas conversaciones ciudadanas, al estilo de las que se dieron en Chile tras la ola de protestas en ese país. Participaron más de 5.500 personas, en grupos pequeños, acompañados con facilitadores que guiaban con preguntas claves y con una metodología común, pero sin limitar la iniciativa de los participantes. Se reunieron los resultados de 1.453 conversaciones, a los que se incorporaron otras 62 iniciativas paralelas de diálogo, en un documento publicado hace unos días con el mismo título de esta columna.
Lo primero que salta a la vista es la diferencia del resultado central con el de la conversación chilena. Mientras que en la de ellos se exigió un cambio de constitución, en la nuestra se pidió mantenerla y protegerla. Chile es visto en América Latina como un país con una institucionalidad fuerte; nosotros, menos. Los resultados sin duda tienen que ver con el hecho de que la Constitución chilena fue escrita por el gobierno de Pinochet (aunque reformada después), mientras que la nuestra surgió de un proceso de paz.
Los resultados de la conversación se resumieron en seis “mandatos” a la Nación, que por el momento en que aparecen se podrían interpretar como mandatos a los candidatos. Son muy generales; no se puede exigir a un esfuerzo de este tipo que desarrolle metodologías ni metas precisas.
La posibilidad de llegar a acuerdos fue superior a las expectativas iniciales; la gente estaba dispuesta a conversar y la interacción directa con otros producía satisfacción.
El primer mandato correspondió al tema que surgió como el más importante: la educación. Proponen un pacto que tenga como preocupación central la formación ciudadana, y que use la educación para construir un país más equitativo. El segundo es la eliminación de prácticas corruptas y el fortalecimiento de la institucionalidad. El tercero propone generar transformaciones sociales a través de la cultura. El cuarto, cuidar la biodiversidad y la diversidad cultural. El quinto, construir confianza en lo público por medio de conversaciones, de modelos de gobierno transparentes y de agendas ciudadanas acompañadas por la academia y los jóvenes; y el sexto es proteger la paz y la Constitución. Este es un resumen telegráfico, pero da una idea de cuáles fueron las preocupaciones más importantes de quienes conversaron.
Uno de los problemas de las conversaciones masivas es que tienden a resaltar lo obvio, aquello de lo que se habla en todos lados. No es de extrañar, pues, que sin haber conocido los mandatos, estos estén presentes en los programas de los candidatos a la presidencia. Las preocupaciones obvias tienden, por otro lado, a ocultar otras importantes. En educación, por ejemplo, el énfasis que le dan a la formación ciudadana descuida su papel en el desarrollo individual, la generación de oportunidades y el impacto para el país en conocimientos e innovaciones, entre otros aspectos.
Hay en el informe de las conversaciones mucha información sobre lo que siente la gente, sobre sus angustias y alegrías cotidianas. Esa información puede ser, incluso, más útil que las recomendaciones, para entender a la gente y al país.
Una observación muy interesante es que la conversación generó confianza. Bastaba una conversación para que en la siguiente sesión el índice de confianza subiera en 22 puntos porcentuales. La posibilidad de llegar a acuerdos fue superior a las expectativas iniciales; la gente estaba dispuesta a conversar y la interacción directa con otros producía satisfacción. La gente se sentía más triste que enojada. El pesimismo parece ser un problema del colectivo: “Le va mal al país, pero a mí me irá bien”.
Cuando se les pidió describir sus emociones en el proceso, las palabras predominantes fueron sorpresa, confianza y alegría; lo mismo que produce la lectura del documento.
MOISÉS WASSERMAN