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Pandemia, asistencialismo y mercado laboral

El gran reto mundial de nuestros días es recuperar los puestos de trabajo perdidos.

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A diferencia de la peste negra de 1346, que llevó a la muerte a más de la tercera parte de la población mundial, las políticas globales para detener el covid han preservado millones de vidas, pero han sido la causa de quiebra de cientos de miles de empresas, como resultado del confinamiento masivo extendido, que afectó la demanda de bienes y servicios. La política de aislamiento generó 300 millones de desempleados adicionales a nivel mundial, al punto de que, en Colombia, la tasa de desocupación alcanza el 16 %, luego de que habíamos logrado años atrás una tasa de desempleo de un dígito.
El gran reto mundial de nuestros días es recuperar los puestos de trabajo perdidos. El empleo solo se consigue con una política que estimule la inversión productiva. Lo demás es cuento. Los gobiernos no pueden perder de vista esta realidad, porque no es con la chequera oficial como podrá dinamizarse el empleo, ni mucho menos asfixiando la actividad privada. Y también tendrán que ser conscientes de que las políticas públicas generan incentivos o desincentivos en el mercado laboral, que afecten de una u otra forma su desempeño.
Recuerdan Acemoglu y Robinson, en su famoso libro ‘Por qué fracasan los países’ (2012), que con la plaga bubónica del siglo XIV la reducción de la mano de obra llevó a un aumento de los salarios, cuyo manejo estatal dio lugar a profundos cambios políticos y sociales. De hecho, dio al traste con el sistema feudal, porque la sumisión de los siervos que trabajaban la tierra se cambió por una clase trabajadora que exigía nuevos derechos y prerrogativas.
En Europa occidental, especialmente en Inglaterra, se optó por la penalización de la movilidad laboral y la intervención de los salarios para que volvieran a los niveles anteriores a la peste, según el Estatuto de los Trabajadores de 1351. Esta receta dio lugar a históricas revueltas y condujo a la emancipación de los trabajadores de la tierra, muchos de los cuales se fugaron de los feudos para iniciar las actividades comerciales de la Edad Media, en los Estados-ciudad, dando lugar a una transición severa del modelo económico y político.
A su turno, a partir del uso de la fuerza los Estados de Europa oriental fueron más exitosos en el control de la mano de obra, que equivalía al 90 % de la población rural, para poder atender la demanda de occidente. Inclusive, hacia el año 1500, por ejemplo, en Alemania Oriental, Polonia y Hungría, los campesinos tenían que trabajar sin remuneración algunos de los días de la semana, un vergonzoso esclavismo que se tradujo en enormes diferencias en el desarrollo y el crecimiento entre el este y el oeste de Europa y que, en el siglo XIX, dio lugar a sociedades muy diferentes.
Esta simple referencia histórica muestra el gran impacto que pueden causar las políticas públicas puestas en marcha para hacer frente a una pandemia. Otro ejemplo, muy diciente, es el de Estados Unidos, que recientemente ha caído en la trampa de regalar dinero a la población para mitigar parcialmente los daños del covid. Los resultados no se han hecho esperar. Por ejemplo, en la Florida se vive en la actualidad una escasez de mano de obra, en sectores como el de alimentos y hotelería, porque la gente beneficiada por el asistencialismo del Estado no quiere volver al trabajo. La directora ejecutiva de la Asociación de Restaurantes y Alojamiento de Florida (FRLA), Carol Dover, en una audiencia ante el Senado estadounidense afirmó hace unos días que la industria que representa está “compitiendo con los beneficios de desempleo estatales y federales” y concluyó: “Los trabajadores nos dicen que ganan demasiado con el desempleo como para volver a trabajar”.
Esta realidad debería invitarnos a pensar en el mejor manejo de la coyuntura actual y en la importancia del keynesianismo: la conveniencia de focalizar los pocos recursos existentes en inversión pública productiva que ayude a recuperar el empleo y no en gasto improductivo que fomente el ocio remunerado.
NÉSTOR HUMBERTO MARTÍNEZ NEIRA

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