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Opinión

No parir hijos para la guerra

No más mentiras. El mundo tiene que cambiar y para ello hay que empezar por bajar la natalidad.

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No me asusta el descenso de las tasas de natalidad. Me encanta que más del 50 por ciento de los jóvenes de hoy no quieran tener hijos. No creo que el envejecimiento de la población mundial sea malo y, por supuesto, no estoy de acuerdo con otro ‘baby boom’ como el que hubo después de la Segunda Guerra Mundial, entre los años 46 y 64.
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El rumbo que lleva la humanidad amerita un pare y una reflexión profunda, especialmente, por parte del sexo femenino. Ya nos están pidiendo que traigamos más hijos al mundo porque la economía hay que reactivarla. En otras palabras: nos están reclamando más hijos para la guerra. Para ponerlos en las manos de depredadores como los tiranos que gobiernan buena parte del mundo, desde Rusia hasta Venezuela, desde China hasta Nicaragua, sin que nadie los detenga. ¿Puede haber algo más desolador y asustador que eso, que solo los misiles acaben con los dictadores a cambio de miles de jóvenes tendidos en campos de batalla?
Esta semana ha sido viral una reflexión hecha por Alain Delon antes de morir, un hombre que vivió siempre entre las mieles de la gloria, pero que alcanzó a sentir que algo anda muy mal por estos lados: “Voy a dejar este mundo sin sentirme triste… odio la era actual… solo el dinero es importante. Escuchamos sobre crímenes todo el día”. Los jóvenes que no quieren tener hijos están repitiendo —con toda la razón— este cruelmente cierto mensaje del actor francés, visto como la perfección del rostro masculino de todos los tiempos.
Y en Medellín, mi ciudad natal, también fue viral esta semana el mensaje de una mujer británica de 94 años, James Goodall, que se levanta erguida para pedir a las personas de todas las generaciones que se comprometan, como ella lo hizo por 60 años cuidando chimpancés, a hacer algo concreto por este planeta. Ella hizo llorar a muchos en el Teatro Metropolitano, los mismos que salieron para continuar el consumismo, la ingesta de carne de cerdos mal tratados y de vacas que tienen que parir por obligación para que el negocio sea rentable.
Hay que empezar por seguir bajando la población para que así, al menos, dejemos unas especies animales vivas para las nuevas generaciones.
No más mentiras. El mundo tiene que cambiar y para ello hay que empezar por bajar la natalidad, especialmente, en los países más pobres, donde miles de niños mueren de hambre irremediablemente porque para ellos solo habrá limosnas. En Colombia, en el campo, las mujeres tienen en promedio uno o dos hijos más que las mujeres de la ciudad, muchos de ellos fruto de violación. No más desenfoque: muchos atacan a instituciones y personas que defendemos el derecho de la mujer a no tener hijos cuando ellos se gestan en escenarios de violencia y hambre. Pero luego, esos mismos siguen su rumbo de despilfarro sin hacer nada efectivo contra la pobreza. ¿Cuántas organizaciones religiosas se hacen millonarias recibiendo donaciones que luego invierten en lujos y en campañas contra el control natal?
Amo a James Goodall porque ama a los chimpancés que tanto quiero y que juré visitar hace varias décadas en los montes Virunga entre Ruanda y el Congo, en África, pero que no les he cumplido… Es que allí está la diferencia entre Goodall y nosotros: en la acción se hace la diferencia; no obstante los movimientos ambientalistas desde los años 60, seguimos siendo depredadores y todo se nos va en lágrimas de cocodrilo. Aquí mismo, donde estoy viendo la conferencia de Goodall por redes sociales, tengo al frente un humedal casi seco por la acción de constructores del Estado a quienes denuncié en estas columnas y prometieron reforestar. Palabras muertas.
No nos digamos mentiras: hay que empezar por seguir bajando la población para que así, al menos, dejemos unas especies animales vivas para las nuevas generaciones… Y mujeres, piénsenlo bien: no parir más hijos para la guerra debe ser la consigna.

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