Aguanieve y frío invernal anticipados eran el contexto afuera de Notre Dame, en la plaza Juan Pablo II que preside el barbudo san Carlomagno, emperador franco que inspiró la integración europea. Sobre el Sena, un reloj de sol dictamina en el Palacio de Justicia, albergue de la Sainte-Chapelle: Tempus Fugit . Para Virgilio el tiempo huye irreparablemente, pero la justicia permanece.
El arzobispo de París, Laurent Ulrich, dio tres golpes con su báculo en la sobreviviente puerta de madera que cuida la joya gótica del siglo trece. Aludía a los mensajes espirituales que llegan con la reapertura de la catedral. Otros sostienen que rememoran una alerta de incendio como el que, a modo de maldición, se ensañó en la aguja de roble terminando con media construcción sacra hace cinco años.
La humanidad observó la tragedia, llorosa, impotente. Bomberos y rescatistas acudieron por centenares al lugar trayendo agua del Sena y de los surtidores, produciendo cierto alivio entre televidentes y atónitos testigos que se negaban a retirarse de la Isla de la Cité. A mucho riesgo, un grupo especial logró sacar la Corona de Espinas, que la tradición señala como la reliquia más valiosa de la cristiandad y que hubiera ardido cual Corazón de Jesús de ser alcanzada por la conflagración.
No había cesado el humo, cuando las donaciones para la restauración de Notre Dame empezaron a llover sobre el París acongojado. Solo entre L’Oréal, Saint Laurent, Vuitton, Apple y Disney se recibieron aportes inmediatos por mil millones de dólares. Desde Estados Unidos llegó ayuda en dinero y en capacidades técnicas de varios protestantes antimarianos y de católicos, sin distinción.
Trump ejercía su primera presidencia en plena controversia con Macron por temas de seguridad en Europa, empezando por la Otán y las cuotas de membresía. En visita oficial anterior a París, Trump miró a Brigitte Macron de reojo y le dijo al marido: “No está mal del todo”.
La Virgen reunió a Zelenski, Macron y Trump II, el uno judío, el otro católico y el último, protestante. Se juntaron en el Elíseo y luego en la flamante primera banca de la catedral restaurada, no a rezar por sus pecados, sino a oír del norteamericano las primeras instrucciones sobre el final del peligroso conflicto en Ucrania.
Imaginemos a Trump presionando a sus colegas sobre la necesidad de que Rusia tenga garantías de seguridad en el largo plazo, que incluyen ceder al Oso territorio ucraniano ocupado y darles largas a las membresías ucranianas en la Otán y en la UE. Dejaría ver que la ayuda militar al invadido debe llegar rápidamente a su fin después de la toma de posesión y que no se involucraría con presencia militar adicional. Insinuaría que ya habló con su amigo Kim, de Corea del Norte, para pedirle que saque sus soldados de Europa, a cambio de más seguridad para Rusia. Zelenski dijo después de la reunión que tal vez la guerra debería aterrizar ya en la mesa diplomática.
Imaginemos a Trump presionando a sus colegas sobre la necesidad de que Rusia tenga garantías de seguridad en el largo plazo
Rusia se creerá empoderada para sumar territorios en Finlandia, islas japonesas y países bálticos. China se sentirá más tentada a la anexión de Taiwán.
Duro para Macron y Zelenski. El primer ministro francés cayó ante la presión de la derecha extrema, precisamente en los días de la visita de Trump, haciéndole perder contundencia a cualquier oposición que Macron hubiera podido hacer a su definitoria opinión. Luego, Trump voló a Londres para similar conversación con el primer ministro Starmer, a quien había acusado en campaña de intervenir en la política doméstica.
Ojalá Nuestra Señora de París pueda darnos el final de esta guerra. Se juegan en ella el derecho internacional, la credibilidad norteamericana y europea, la voracidad rusa y china, y la integridad de un país que, en manos de un valiente expresentador de televisión, puede definir que haya o no una confrontación nuclear, cuyas armas están, cada vez más, en manos de autoritarios sin trono moral para decidir cuándo usarlas.
LUIS CARLOS VILLEGAS