Que me perdone don Miguel de Nostradamus, “boticario y presunto adivino”, como lo minimiza el tío Google, si no salen estas previsiones para este año, pero fue lo que vi en mi bola de cristal:
El expresidente Samper estrenará marcapasos recibiendo, en sus aposentos Tuta de Rosales, a los dos mayores egos de la parroquia: los de los expresidentes Uribe y Santos. De pronto se pega el expresidente Andrés Pastrana. Será un croché de la madona el que armarán estos cuatro egos-jinetes de la ‘apocapolíptica’ criolla.
En el segundo año de la pandemia seguiré redistribuyendo mis ingresos con los pájaros de mi barrio que cantan sin esperar aplausos. Les basta saber, con Tagore, que el bosque sería muy triste si solo cantaran los pájaros que lo hacen bien.
No pasaré al nuevo año sin averiguar por qué la nevera nos regala tantos sonidos extraños que no figuran en ningún diccionario musical.
Como cada cuatro años, después de votar prometeremos que jamás volveremos a las urnas.
En los cien años del nacimiento de Joyce me dejaré de pendejadas y le hincaré el diente a su Ulises.
Los mandamases del fútbol recularán y pondrán a jugar tejo o bridge a los que trampearon para que el Unión Magdalena volviera a la liga profesional. La farsa de los goles al final del partido contra Llaneros solo la vimos seis personas: yo, tú, él, nosotros, vosotros y ellos. “¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón...!”, digámoslo con el tango de Discepolín.
Los nuevos presidentes de Senado o Cámara nos regalarán, con sus variantes, la vieja y siempre nueva frase para mojar primera página en los diarios: “O cambiamos o nos cambian”.
Una vez la pandemia con sus múltiples cepas se retire a sus habitaciones de invierno, reiremos más porque la gente que no ríe es capaz de matar a la mamá. Lo dijo san Isidoro de Sevilla, citado por el maestro Bernardo Hoyos en alguna de sus charlas con Álvaro HJCK Castaño Castillo que este año se convertirán en libro.
Escribiré el segundo párrafo de la novela de la que solo tengo hace años el título de seis palabras: ‘El hombre que no escribía novelas’. O mejor la dejo así para ganarle en extensión al cuento de siete palabras de Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
ÓSCAR DOMÍNGUEZ GIRALDO