Hace unos días, el gerente de uno de los puertos más importantes del país expresó que cuando llegaba a su casa, su esposa le decía: “¡Hueles a Buenaventura!”. Muchas reflexiones surgieron de este comentario que seguramente a este líder empresarial le pareció chistoso, pero que nos muestra los grandes vacíos éticos que aún persisten entre nuestras élites.
Tenemos una gran tarea pendiente de formar a nuestras élites sobre la diversidad, el respeto por lo humano y el sentido de pertenencia requerido cuando se ejerce el liderazgo no solo por responder a intereses particulares, sino para servir a una comunidad. Es muy difícil progresar cuando no se reconoce que parte del problema es la percepción que se tiene sobre el considerado OTRO, como bien lo mencionó Toni Morrison en su último libro, ‘El origen de los otros’; ese otro, del cual es mejor alejarse y limpiarse, explica una base importante de nuestros problemas.
Muchos de nosotros tenemos olor a Buenaventura, a Pacífico y a diversidad, y si no (que es el verdadero tema de esta columna), que lo diga la más reciente edición del Festival Petronio Álvarez, que se consolida como uno de los mejores eventos culturales de este país. El gran valor del Petronio, comparado con otros festivales, es precisamente que huele, en todo, a una región, a una identidad, a selva, a mar, a humanidad, a libertad.
Sin embargo, es una contradicción que a algunos de los que les huele a feo el Pacífico generen ahí una parte importante de sus recursos económicos y capital político, y a su vez profesen adorar su cultura. James Baldwin resumía este dilema diciendo: “¿Cómo puedes adorar su música y no a quien la produce?”. Nos falta mucho todavía en coherencia y equidad real, no retórica.
He asistido a más de diez ediciones del festival, y cada vez está mejor. Este año, según las cifras de la Alcaldía de Cali, más de 100.000 personas asistieron. Los que estuvimos disfrutando pensamos que incluso asistieron muchas más personas, pues la sede actual se quedó pequeña. Soy una espectadora agradecida con quienes le apuestan, año tras año, a esta movilización cultural; asisto al festival como si fuera un ritual, para encontrarme con artistas, músicos, cocineros, diseñadores, peinadoras, líderes sociales, maestros, etc.
En eso consiste su mayor riqueza, que es comunidad. El Petronio no es un evento que busca público, sino una comunidad ancestral que se celebra con el alma y comparte su riqueza, generando un NOSOTROS esencial; donde se reivindica esa matriz cultural afro y Pacífico que existe en todos.
Este año probé el glorioso de Buenaventura, que junto al viche, curao, pipilongo... generan una experiencia deliciosa. En lo musical, escuchar a la Pacifican Power, una de las mejores orquestas del país, que tiene una unión de talentos extraordinarios que mezclan lo tradicional con lo urbano, con algo de jazz y salsa, logrando un sonido pacífico con letras que hablan de la realidad, de la identidad y una sabrosura única. Por otra parte, el cierre mágico con Herencia de Timbiquí y la Filarmónica de Cali, precioso.
Entonces, a eso huele el Pacífico, a eso olemos los que, además, siendo o no del Pacífico, nos dejamos tocar y contagiar de una comunidad que tiene tanto que aportarle al país. Mi sueño es que cada vez, los procesos que nutren el festival se fortalezcan más; las escuelas de música en los territorios, las plataformas de circulación, y ojalá se estrechara el vínculo con África y su diáspora.
De esta manera, Colombia se acerca, a través de la cultura, a esa África en donde todo el mundo ha visto tantas oportunidades, pero nosotros aún no. Seguro a los africanos, como a muchos colombianos en su diversidad, les encanta el olor a Pacífico.
PAULA MORENO
En Twitter: @paulamorenoz