Ser mujer es un privilegio. Las mujeres tenemos una sensibilidad especial para mirar el mundo y acercarnos a él. En esa sensibilidad encontramos un poder extraordinario que nos permite enfrentar los desafíos desde una perspectiva única, donde la intuición y el corazón nos abren las puertas al sentir, facilitando la comprensión, la empatía y la compasión. Aunque a veces se percibe erróneamente como una vulnerabilidad, nuestra sensibilidad es, de hecho, nuestra mayor fortaleza.
Estamos dotadas de una fuerza creadora muy fuerte, que no solo se manifiesta en el sentido biológico de la maternidad al ser fuente de vida, sino que también somos fuente de amor, servicio y recursividad para construir, sostener y nutrir nuestros entornos y comunidades, incluso en medio de los desafíos más complejos.
Por muchos años nos vimos, nos sentimos y nos identificamos como parte de alguna masculinidad. Hoy, por fortuna, esto ha cambiado considerablemente, y muchas mujeres, entre las que me incluyo, hemos vivido la vida sin sentirnos invisibles ni tener que esforzarnos de más por demostrar que nuestras propuestas y contribuciones tienen valor. Actualmente esas batallas se luchan con la fuerza de las ideas y los argumentos.
Las mujeres constituimos la mitad de la población mundial, pero la comprensión de los retos y oportunidades que implica ser mujer sigue siendo limitada.
Pero ser mujer también es un desafío. Conlleva una tensión constante, donde toca hacer maromas para equilibrar la vida familiar con la profesional. Sobre todo cuando la carrera, más que un trabajo, es un proyecto de vida. El desafío radica en equilibrar el tiempo con nuestros hijos y pareja, atender las necesidades del hogar y de generación de ingresos, y al mismo tiempo seguir aquello que nos apasiona. Este esfuerzo constante a menudo significa una renuncia a horas de descanso y esparcimiento. Simone de Beauvoir lo describió de manera precisa: “La mujer está dividida hoy entre sus intereses profesionales y las preocupaciones de su vocación sexual; le cuesta trabajo hallar su equilibrio: si lo consigue, es a costa de concesiones, sacrificios y acrobacias que exigen de ella una perpetua tensión”.
No obstante los avances en equidad de género, la brecha salarial persiste, reflejando desigualdades tanto estructurales como culturales en el ámbito laboral. Según el Dane (2022), en Colombia las mujeres ganamos en promedio un 12 % menos que los hombres por trabajos equivalentes. Esta cifra varía dependiendo del sector y del nivel educativo, pero se amplía tanto en áreas rurales o entre mujeres con bajos niveles educativos, llegando hasta un 28 %, como en posiciones de liderazgo, donde menos del 40 % de los cargos directivos son ocupados por mujeres.
Adicionalmente, la violencia contra la mujer sigue siendo en Colombia un problema crítico y multifacético que se manifiesta en violencia intrafamiliar, feminicidios, violencia sexual, psicológica y simbólica, y acoso laboral. Según la Fiscalía General de la Nación, más del 85 % de las víctimas de violencia intrafamiliar son mujeres.
El primer punto del programa de campaña del presidente Petro se titulaba “El cambio es con las mujeres”. Hoy, después de más de dos años de gobierno, se ha creado el Ministerio de la Igualdad, pero muchas de las apuestas allí descritas –la mujer en el centro de la política, una sociedad cuidadora con poder económico para las mujeres, una vida libre de violencias– se han quedado en buenas intenciones sobre el papel y han desaparecido de la agenda pública.
Las mujeres constituimos la mitad de la población mundial, pero la comprensión de los retos y oportunidades que implica ser mujer sigue siendo limitada. Este es un tema complejo que merece un lugar especial en la discusión nacional y mayor atención de quienes toman decisiones.