Cuando pensamos en quiénes podrían gobernar a Colombia a partir de las próximas elecciones, solemos hacer el análisis con el criterio incorrecto: buscamos candidatos con probabilidad de ser elegidos en lugar de verdaderos líderes.
Es posible encontrar personas que tienen muy claro a dónde quieren llegar, que llenan plazas y generan contenidos para las redes sociales con importantes visualizaciones. Su discurso se construye a partir de lo que indican las encuestas y de las recomendaciones de sus asesores de imagen y comunicación. Son muy buenos diagnosticando problemas, pero carecen de la capacidad para visualizar, con perspectiva, el panorama completo de las realidades y unir, así, las piezas del rompecabezas. Les cuesta trabajo dibujar un sueño y trazar un camino posible y deseable para alcanzarlo.
El líder, en cambio, tiene tatuado en el alma el para qué. Y este para qué, más que un mensaje, es un llamado que siempre está presente. El cargo, en lugar de ser un fin, es un medio para lograr su propósito. Su fortaleza radica en que tiene un norte claro y diseña un camino realista que identifica los hilos que hay que halar para detonarlo.
Lo segundo que debe tener un líder es capacidad de ‘escucha y observación. Un líder que no tiene vínculo directo con personas distintas a él y no visita el territorio termina por no conocer lo que está gobernando. Cuando las soluciones se plantean desde la centralidad y se basan en cifras, las probabilidades de equivocarse al trazar un camino, incluso de buena fe, son muy altas. La escucha da cuenta del reconocimiento del otro y es la base para tejer soluciones con la gente y no para la gente. En un país como el nuestro, donde la violencia simbólica de la negación del otro ha desencadenado tantos dolores, es fundamental que los líderes, más que hacerse escuchar, busquen deliberadamente espacios de escucha que les ayuden a comprender cómo se ven, se viven y se sienten las realidades desde otros lados, para así elevar su nivel de conciencia y, desde allí, plantear caminos.
Necesitamos líderes que no solo aspiren a ocupar un cargo, sino que, desde antes de llegar, tengan claro qué quieren transformar.
Otra característica que debe tener un líder es ser disruptivo. Si seguimos haciendo lo mismo, obtendremos los mismos resultados. De ahí la importancia de que esté dispuesto a innovar, a tomar riesgos y a darse el derecho a equivocarse hasta encontrar el camino. Aquí, la forma de ver la vida y afrontar los problemas es determinante. Aunque la situación sea la misma, el resultado será diferente si se aborda desde la carencia y las dificultades que si se evalúa desde la resiliencia y las posibilidades. El pensamiento lateral es fundamental para que sea, al tiempo, imaginativo y creativo, pero también pragmático y audaz.
También resulta necesario que sea realista. Esto implica que deje de lado lo que no se puede cambiar y que se enfoque en lo que sí se puede transformar, considerando las restricciones de presupuesto y de capacidades de gestión que enfrenta. Al final, en muchos casos, no se escoge entre problemas y soluciones, sino entre distintos tipos de problemas, unos más grandes que otros.
Finalmente, un líder ha de tener una fuerza en el corazón sobresaliente. Su éxito, a la larga, dependerá de su determinación y de qué tanto sea capaz de fluir con lo que le llegue.
En Colombia necesitamos líderes que no solo aspiren a ocupar un cargo, sino que, desde antes de llegar, tengan claro qué quieren transformar. Deben ser personas con la apertura necesaria para escuchar, que piensen de manera creativa y realista, y que posean el compromiso suficiente para no perderse en el camino. Es momento de mirar más allá de las encuestas y apostar por aquellos que realmente nos puedan guiar.