Hay que agradecerle al ministro Cristo que haya desempolvado la iniciativa de la reforma política, una propuesta que ha rondado como alma en pena en los pasillos del Congreso y que proviene, en intento reciente, del Acuerdo de Fin del Conflicto.
Pero esa felicitación no impide señalar que el actual gobierno dejó morir un primer intento y que este segundo envión llega en momentos poco propicios por la cercanía de las elecciones. Y también, como lo señalo enseguida, porque no todas las ideas son afortunadas y, por el contrario, algunas pueden agravar los males actuales.
La viga maestra son las listas cerradas y bloqueadas. Viejo anhelo que se ha convertido en un talismán al cual se le atribuyen efectos mágicos para la sanación de las diversas dolencias del sistema electoral. En política y en medicina, las panaceas son sospechosas. Esta clase de listas llevan en su interior una semilla maligna: la tentación de intensificar una dinámica de cierre político en beneficio de una oligarquía partidista que recuerda las épocas del bolígrafo pavoroso.
El ministro, consciente de ello, formula un anticuerpo: elecciones primarias obligatorias. El problema es que ahora se quiere hacer un modelo de partidos basado en afiliados. Esto es, se elimina la apelación, a veces confusa, al ciudadano común y se restringe el voto primario a los afiliados y, por tanto, la decisión sobre el orden de la lista, corresponde al escaso número de estos. El que nuestros partidos hayan sido agrupaciones abiertas que se congregan y se diluyen después del evento electoral corresponde a otro modelo: el régimen presidencial.
La idea de partidos de militantes es más propia de regímenes parlamentarios. Ni el viejo Partido Liberal logró carnetizar un número importante de afiliados aunque fue mayoría durante muchas décadas. En la actualidad, el partido que más afiliados tiene apenas logra los 2.500. Entonces esta combinación resultará fatal. Un grupo reducido de militantes aprueba la lista. El anhelo de la democratización se convierte en un espejismo.
Las listas cerradas llevan en su interior una semilla maligna: la tentación de intensificar una dinámica de cierre político en beneficio de una oligarquía partidista que recuerda las épocas del bolígrafo pavoroso
Más grave aún: los vicios que se atribuyen al voto preferente, que son ciertos, terminarán trasladándose a esas primarias oligárquicas. Nada habremos hecho. Por otro lado, el recorrido de la transparencia electoral en el mundo ha sido inverso: de listas cerradas se pasó a diversas formas de voto preferente. Esto es, un mecanismo que diera más espacio, y no menos, al ciudadano que vota por un partido así no sea un afiliado de hueso colorado. Aquí se propone el camino del cierre, no de la apertura.
Fui derrotado con mi propuesta: un electrochoque de dos elecciones con lista cerrada para crear un nuevo remezón, pero regresar de nuevo al poder del ciudadano común mediante formas de voto preferente, que tiene especies diversas dentro de las cuales se podría hacer una discusión.
Otro talismán que por fortuna se hundió es el de financiación de campañas exclusivamente estatal. Es de esas ideas tan atractivas como falsas. El mecanismo mental es sencillo. Como el estiércol del dinero pervierte las campañas, prohibamos aquel que viene de bolsillos privados. Es una ingenuidad creer que los clanes ilegales y mafiosos van a desistir de meter la mano en las finanzas oscuras, simplemente porque una ley lo prohíbe.
Por el contrario, vendrá una tendencia a una mayor opacidad. En vez de limpia financiación privada aumentará el financiamiento clandestino. Hay que reconocer el otro ángulo: es verdad que el dinero privado es un territorio propicio para las malas influencias. Pero la mejor solución es casi universal: tope de gastos y rendición de cuentas. Con sus defectos, esto es mejor que convertir a los partidos en dolientes sedientos del cheque oficial y de la tesorería del Gobierno.
Claro está: para esto se necesita un tribunal electoral de verdad. Independiente. He intentado tres veces reformarlo sin éxito. Algo asombroso: hubo congresistas que se opusieron con el inefable argumento de que lo “que nos queda como territorio propio” es el Consejo Electoral. ¡Vivir para ver!
HUMBERTO DE LA CALLE LOMBANA