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Crecer sanan

El vacío natural de una nueva edad puede ser llenado por la esperanza de un currículo que sane.

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En su poema Prospecto, la premio nobel de Literatura Wislawa Szymbroska pide: “Entrégame tu abismo, / lo cubriré de sueño”. Esta autora viene de un contexto que sabe sanar: Polonia. Dice la leyenda que en su ciudad, el primer comercio que se abrió después de la Segunda Guerra Mundial fue una floristería.
(También le puede interesar: Centinelas y exploradores)
Quienes nos creemos con capacidad de sacar de su tormento a algún ser querido podríamos tomar sus palabras como bandera. También pueden servir de mantra de preparación para aquellos que algún día se verán en la posición de tener que sanar. Nos sirven a todos.
Quienes educamos consideramos que el futuro es “lo más querido”. Día a día funcionamos sobre la hermosa paradoja que nos mantiene vigentes a través del tiempo: con palabras del pasado, hablamos al presente para mejorar el futuro. Más que nunca en nuestra era, matizamos la incertidumbre del hoy desde las certezas del ayer para hacer de su mañana un campo de libertad y no de vacíos.
Una de las primeras señales que anuncian el paso de la infancia a la juventud es que la seguridad del hogar empieza a quedarnos pequeña. La certeza de la madriguera segura tambalea por los latidos que crecen desde un exterior tan esplendoroso como intimidante. La infancia es un estado de tiempo presente en el que lentamente se descubre que uno no es el centro del mundo. Lo incierto, aunque nos maravilla porque se abre hasta el infinito, también nos duele.
Año tras año importamos términos para estimular a quienes en medio de la zozobra de una nueva edad lidian con la incertidumbre de la adultez.
Muchas veces la primera decisión que nos distancia de lo conocido es radical, la primera hard choice (como les gusta decir a los consultores). Y esta viene condimentada por un cruce de emociones y de niveles de conciencia que son el pistoletazo de la carrera contra el tiempo. Parafraseando a Rebecca Solnit, el paso de la infancia a la adolescencia significa dejar de creer que se crece hacia la vida para comenzar a tener la certeza de que avanzamos rumbo a la muerte. Para cualquiera de nosotros es más fácil imaginar nuestro fallecimiento que perfilar quién llegaremos a ser, pues es imposible vislumbrar todas las decisiones, los imprevistos, las tragedias y las alegrías que nos moldearán.
Según un informe de la Ocde de mayo del 2023, Colombia es el tercer país con mayor desempleo juvenil en América Latina. Un 27,5 % de los jóvenes, entre 15 y 24 años, no generan ingresos a partir de una actividad legal, formal y estable. En los últimos años, se promovió el “emprendimiento” como fórmula de salvación, pidiendo que se embutiera en los currículos de educación escolar a través del artículo 13 de la Ley 1014 de 2006. La mayor falacia de esta iniciativa (a pesar de los fondos, los microcréditos, las ferias de exposición, los beneficios tributarios…) fue haber contado con un panorama como el colombiano, en el cual la capacidad de compra de las mayorías (al menos la reportada legalmente) no sube desde hace años. Más de la mitad de los emprendimientos fracasan. Los números de “emprendedores” convienen a las cifras políticas, no a la realidad de los jóvenes.
Aseguran los coaches y consultores expertos en el ecosistema de emprendimientos, como generales fatuos lejos del frente: “no es que no haya plata para invertir, es que los emprendedores aún no saben construir su pitch para buscar capital”. “No, no son desempleados: están emprendiendo”. “No es que la mayoría de los emprendimientos fracasen, es que las startups requieren de una fase de incubación, pues son una apuesta a largo plazo”. “No nos aprovechamos de su ingenuidad, les falta perrenque”. “No hemos motivado su salto al vacío, les falta claridad en sus objetivos”. No somos cínicos, los preparamos.
Antes de narrar el horror de las trincheras del frente occidental durante la Primera Guerra Mundial, los primeros segundos de la película Sin novedad en el frente (2022) muestran una familia de zorros que apenas despierta en medio del bosque silencioso. Una de las crías busca la leche materna. Los colores cálidos de la madriguera contrastan con la paleta que domina el resto de la película: grises del fango invernal, azules pálidos de la piel en descomposición, marrones oscuros de la sangre seca sobre los uniformes, tonos plomizos de maquinarias que avanzan entre la niebla y el frío de una guerra estancada, sin vencedores ni honor.
La película entera es desgarradora, pero abre con este contraste sutil y poético: la misma tierra ofrece tanto abrigo para la creación de nuevas vidas como el trazado para que una franja terca sirva de tumba abierta para millones de jóvenes muertos en el falso orgullo del heroísmo.
La educación colombiana está llena de falsas promesas. Año tras año importamos términos para estimular a quienes en medio de la zozobra de una nueva edad lidian con la incertidumbre de la adultez. El vacío natural de una nueva edad puede ser llenado por la esperanza de un currículo que sane desde la prevención y la experiencia o por otro grito de guerra que ordene la avanzada hacia otra trinchera inútil de una guerra que de todas maneras ya todos tenemos perdida. Me permito acomodar los versos de Szymbroska para renovar la apuesta por una educación mejor pensada: a los abismos de lo incierto, convirtámoslos en espacios para el vuelo de sueños posibles.
ROBERT MAX STEENKIST

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