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Romperlo todo

Necesitamos gobernantes que le apuesten a no fracturarnos más, hasta un punto de no retorno.

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ECONOMISTA JEFE ADJUNTA PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE EN EL BANCO MUNDIALActualizado:

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La politóloga mexicana Ana de la O muestra en un artículo reciente cómo las familias más adineradas se autoexcluyen de la provisión pública de educación y salud en América Latina, mientras el resto queda a la merced de servicios públicos de mediocre o mala calidad. En ese camino de optar por soluciones privadas ante la fragilidad de lo público, no solo en educación y salud, también en otros ámbitos –por ejemplo, en la seguridad privada–, quienes podrían presionar por transformaciones importantes se autoexcluyen de ese vínculo que se llama la ciudadanía, a partir de la cual se teje la fibra moral de las sociedades. Los cambios que se requieren en muchos frentes son profundos. Pero ¿por qué romperlo todo?

Lo ideal sería el reformador minucioso que identifique las tuercas que hace falta apretar o las partes que necesitan reingeniería en los sistemas vigentes, que han resultado de procesos largos de construcción e historias de reforma, a veces desordenadas, pero la mayoría concebidas con buenas intenciones. Habría consenso o formas de conseguirlo si al país se le propone mejorar lo construido y no refundar la patria a cada paso. Estoy segura de que no hay un colombiano que quiera ver niños muriéndose de hambre en La Guajira. Ninguno que prefiera un servicio de salud o educación peor para la mayoría.

Escribo esta columna mientras en Colombia se movilizan amplios segmentos de la población en contra del Gobierno. Se marcha en defensa del sistema de salud. Se marcha pidiendo respeto por las instituciones y el orden constitucional. Se marcha pidiendo elecciones normales en 2026. Algunos piden que el Presidente se vaya (!). Marcha el miedo de una proporción no despreciable de la sociedad. Y el Presidente invisibiliza a los que marchan, no quiere ver. Igual que en 2019, cuando salieron a las calles hordas de personas enardecidas. No las vio tampoco el Presidente de turno. Y aquí estamos. 
Está bien exigirle al Gobierno la pausa y la reflexión ordenada sin la cual no ocurrirán los cambios necesarios.
La mayoría de la gente que salió a marchar también quiere cambios. Solo que no así. No somos nosotros y ellos. No son ellos y nosotros. No somos vaqueros y apaches –esas simplificaciones que funcionan en las películas no nos aplican–. Somos una sola ciudadanía, con toda su complejidad y años de historia a cuestas. Y necesitamos gobernantes que le apuesten a no polarizarnos y fracturarnos más, hasta un punto de no retorno. Porque perdemos todos si, en el intento por cambiar lo que no nos gusta, se destruye la posibilidad de vernos como un solo país con un mismo propósito.

A mis compatriotas que se movilizaron este domingo: que no nos gane el miedo. No contribuyamos a romper la sociedad en bandos. Está bien exigirle al Gobierno la pausa y la reflexión ordenada sin la cual no ocurrirán los cambios necesarios. Critiquemos y defendamos el derecho a criticar de manera constructiva. Pero no le cobremos todos los males de nuestra historia a un solo gobierno, ni lo midamos con una vara distinta que a otros, ni nos imaginemos cosas que no han ocurrido. No se ha roto el orden constitucional, por ejemplo. Está bien marchar para mandar mensajes. Ojalá el ímpetu de movilización persista y se ordene para exigir soluciones prioritarias a las necesidades de los grupos más desfavorecidos, que nunca están suficientemente representados. Si pudiera, levantaría la voz, desde aquí la levanto, para clamar por un gobierno reformista que no lo rompa todo.

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