Como persona fue un barbaján, tramposo, misógino, abusivo, vano, pervertidor de menores, defraudador y vendedor de serpientes. Fue tan vanidoso que para verse más alto, en el talón de sus zapatos ocultaba un tacón. Y su cara, maquillada a perpetuidad para no perder su bronceado, tuvo que soportar más cirugías plásticas que las que le han practicado a Kim Kardashian.
Fue también el hombre más influyente de Italia durante el siglo XXI. Un político y empresario que recibió un funeral de Estado presidido por el arzobispo de Milán, Mario Delpini, en el Duomo, y al que asistió toda la clase política y social del país, mientras que fuera de la catedral se congregaban miles de iradores.
El actual gobierno decretó un día de duelo nacional, y el luto por su muerte lo sintió una gran parte de la población. Otros, también millones, sintieron un enorme alivio.
Como hombre de negocios tuvo mucho éxito. Fue dueño del imperio mediático Mediaset, y se le reconoció como el empresario que revolucionó la televisión inventando una fórmula que mezclaba la comunicación con el entretenimiento que sedujo a la clase media.
También triunfó con otro espectáculo de masas, el fútbol. Durante 31 años fue dueño del exitosísimo club AC Milan, con el que ganó numerables trofeos nacionales e internacionales.
En el camino, empleó su fortuna para comprar una inmensa influencia política. Tuvo una gran habilidad para utilizar el medio televisivo en la transformación de la cultura italiana y escalar en la política hasta lograr ser primer ministro en cuatro ocasiones.
Su experiencia en la televisión le hizo ver que lo importante era entender que a los votantes no les interesa lo que un político diga o haga, sino saber lo que los mueve. Supo que sus votantes no juzgan. Están a favor o en contra, igual que como escogen a su equipo de fútbol.
Berlusconi sabía perfectamente cómo mover a la opinión pública, aunque en ninguno de sus gobiernos la gente común y corriente se benefició de sus políticas. Si por algo fue tristemente célebre fue por la serie de sórdidas aventuras sexuales, como el famoso bunga bunga. Como empresario y como político, asiduamente violentó el Estado de derecho, al no respetar los límites constitucionales a su poder.
Demostró en los hechos que las instituciones de la democracia son débiles y que un político hábil como él podía vulnerarlas. También descubrió que desde el poder se pueden promover con gran facilidad los intereses personales.
Su expediente judicial es voluminoso. Estuvo involucrado en 35 casos judiciales penales. Según los jueces del Tribunal Supremo, el senador Marcello Dell’Ultri negoció con la mafia siciliana la inmunidad, previo pago de Berlusconi y su familia.
Fuera de Italia, a Berlusconi habría que reprocharle que su estilo personal de gobernar contaminó a países como Turquía, Brasil, India y, sobre todo, a Estados Unidos.
Al igual que Donald Trump, Berlusconi ascendió a la presidencia presumiendo no tener experiencia política. Ambos se identificaron como hombres de negocios y constructores de un imperio económico. Como todos los políticos populistas, prometieron acabar con la corrupción, y aunque ambos fueron imputados en una treintena de casos, nunca fueron condenados. Irónicamente, su impunidad agigantó su figura ante el votante que hubiera querido ser como ellos.
Y si en lo referente a sus rasgos personales Berlusconi y Trump parecen gemelos, también se parecieron en la forma de gobernar, siempre cuestionando a la justicia, a la prensa, y minando a las instituciones independientes.
Para quienes no somos italianos, lo verdaderamente imperdonable del Cavalieri es haber fundado una detestable tradición política.
SERGIO MUÑOZ BATA