En 1942 Stefan Zweig se suicida con su esposa Lotte en un hotel en Petrópolis, Estado de Rio Janeiro; la razón: un hecho ético y de resistencia contra el horror del nazismo que desvertebraba al mundo. Más conocido como hacedor de biografías históricas, donde fulguran María Antonieta, Casanova, Fouché, el genio tenebroso, Paul Verlaine, Tres maestros: Balzac, Dickens y Dostoievski, entre otros libros, fue también un escritor prolífico de ensayos y novelas.
Veinticuatro horas en la vida de una mujer, 1927, que acaba de reeditar Penguin clásicos, es un extraordinario pretexto para entrar en el mundo complejo de su obra de ficción. En esta novela Zweig nos asombra con un principio dramático y engañoso. Un narrador masculino visita una pequeña pensión en la Riviera y relata los pormenores de unos burgueses en vacaciones al lado de una playa rocosa. Una mañana llega un joven francés, guapo y sensible, quien en menos de un día encanta a Harriette, mujer de 33 años, casada y dos hijos, que desapareció con él entre los gritos estupefactos del marido. En el ambiente se condena a la mujer por haber roto la cordura social. Ahí queda el misterio, pero desencadena el verdadero motor de la novela. Una anciana inglesa de abolengo, la señora Mistress C, hace o con el narrador y cuestiona la superficialidad del dedo acusador que ignora los motivos intrínsecos del ser humano.
Allí comienza una historia frenética, Zweig inspirado en Dostoievski, nos sumerge en las más grandes miserias y dichas de la humanidad. Asistimos al monólogo de una mujer de 67 años, que unos 40 años atrás vivió veinticuatro horas, que le dieron una colosal voltereta a su existencia y todavía la atormentan. Su esposo ya ha muerto y un día pasea por un salón de juego, y detalla las manos de un jugador, “convulsas, al igual que animales furiosos, se acometían una a otra, dándose zarpazos y luchando de tal modo que las articulaciones de los dedos crujían con el ruido de una nuez cascada” y cuando el crupier da un número adverso, “las dos manos se separaron una de otra y cayeron desplomadas como dos bestias alcanzadas por un mismo tiro”. A través de las manos la mujer intuye una fatalidad, es un joven bello y pálido; lo que sucede después es electrizante: los dos se adentran en un torbellino que el lector sentirá como un descenso a los abismos más recónditos del alma humana y recordaremos para siempre la prosa entrañable de Zweig.