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Reflexiones de un sesentennial

Al oír hablar de «un señor de sesenta años» yo ni me doy por enterado de que ya llegué a esa edad.

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A mediados de los años noventa del siglo pasado, en alguna conversación espontánea, la entrañable Gloria Valencia de Castaño, al referirse a la vitalidad y a la actitud de eterno seductor de su marido, decía que “el problema de Álvaro es que él cree que todavía tiene 30 años”. En ese entonces, el legendario director de la HCJK ya rondaba los setenta y cinco años, y el comentario de su esposa no pasó de ser un apunte divertido, que, por supuesto, no tenía nada que ver conmigo. O al menos eso era lo que yo creía, a mis 31 años recién cumplidos. Tuvieron que pasar casi tres décadas para entender el alcance y la contundencia de aquel dardo, lanzado con la elegancia que caracterizaba a la primera dama de la televisión colombiana.
(También le puede interesar: Institucionalidad, asunto de todos)
Sólo ahora, al llegar al sexto piso, comprendo el fondo de aquel mensaje de doña Gloria, pero entiendo también la actitud de Álvaro Castaño Castillo, quien, en lugar de dejarse agobiar por el peso del calendario sobre sus hombros, hacía derroche de vitalidad. De hecho, mientras muchos de sus coetáneos anhelaban llegar a la edad de la jubilación, este caballero, cual treintañero irredimible, soñaba con más proyectos y seguía haciendo planes. Además, estaba siempre bien dateado, como decimos en el argot periodístico, y solía tener el comentario perfecto para cada ocasión.
Aunque, luego de tantos años de matrimonio y de complicidad, era entendible que de vez en cuando doña Gloria le desempolvara el almanaque a su esposo, hay que decir que, tratándose de Álvaro Castaño, no había nada que hacer, pues, según decía él mismo, la edad no es un problema de uno, sino de los demás. Si “la juventud es una enfermedad que se cura con los años” –como dice aquella frase atribuida a George Bernard Shaw–, en su caso habría que decir que se trataba de un “enfermo crónico”, que no sólo se negó a someterse a cualquier terapia, sino que padeció esa “dolencia” hasta el último minuto de su vida, que duró nada menos que 97 años.
Gracias a que puedo ver por el retrovisor todo el camino recorrido, también puedo observar con mayor claridad a través del vidrio panorámico el camino que me espera.
Ahora bien, más allá de los delirios de jovenzuelo que uno pueda abrigar a pesar del paso de los años, lo cierto es que al oír hablar de “un señor de sesenta años” yo ni me doy por enterado de que ya formo parte de ese 14 % de colombianos que tienen esa edad; de esa “inmensa minoría” de la que hablaba Álvaro Castaño. Y aunque sigo creyendo que se refieren a otra persona, tampoco voy a caer en el lugar común de decir que los sesenta son los nuevos cuarenta. Sin embargo, aunque suena paradójico, me parece mentira que ya soy todo un sesentennial; en particular, cuando me pongo a repasar el montón de cosas que me quedan pendientes –sobre todo en el campo profesional–.
Además de mis ocupaciones actuales –las cuales disfruto al máximo–, no pierdo la esperanza de hacer un periódico especializado en información local para Bogotá, quiero hacer una exposición de dibujos nuevos en gran formato, tengo al menos dos libros entre el tintero, me encantaría volver a trabajar en algún proyecto en televisión y, como si fuera poco, aún me faltan muchas ciudades por conocer, empezando por Londres y Viena.
No sé si el tiempo me alcance para tanta vaina, pero tengo la certeza de que las ganas están ahí. O aquí. Conservo las mismas ilusiones que tenía en marzo de 1986, cuando pisé por primera vez la redacción de un periódico, a los 22 años. Y aunque los sueños son parecidos, las expectativas son aún mayores, pues gracias a que hoy puedo ver por el retrovisor todo el trayecto recorrido, también puedo observar con mayor claridad a través del vidrio panorámico el camino que me espera, con las pendientes, las curvas y los obstáculos, pero con la seguridad y la tranquilidad de que voy en la dirección correcta.
Don Álvaro Castaño tenía razón: la edad no es un problema de uno.
VLADDO

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