Aunque desde hace varias semanas habíamos oído noticias poco alentadoras acerca de la salud del excandidato Rodolfo Hernández, no dejó de causarme impacto la noticia de su fallecimiento, pues al fin y al cabo fue un personaje que estuvo a un paso de llegar al palacio presidencial.
En las actuales circunstancias, y dada la ausencia absoluta del protagonista, no me parecería justo comentar las controversias en las que el ingeniero se vio involucrado en su meteórica y fugaz trayectoria política. Sin embargo, sí considero propicia esta ocasión para darle rienda suelta al delicioso arte de la ucronía, ese ejercicio que tantas veces practicamos y que según la RAE consiste en “hacer una reconstrucción de la historia sobre datos hipotéticos”. En otras palabras, no es más que un trabajo de especulación, motivado esta vez por el impacto que tuvo hace dos años la campaña poco convencional del exalcalde de Bucaramanga, que logró cautivar a un buen sector de la opinión, incluidos muchos jóvenes hasta entonces apáticos a la cosa electoral.
Una de las primeras reacciones que hubo tras la muerte de Hernández tenía que ver con su sucesión, que en principio le debería corresponder a Marelen Castillo, su fórmula vicepresidencial. No obstante, teniendo en cuenta que luego de las elecciones hubo un fuerte roce entre ellos, es muy difícil determinar si en caso de que se hubieran quedado con las llaves de la Casa de Nariño se habría podido consolidar esa relación. Después de todo, la profesora Marelen no solo era una perfecta desconocida en el mundo de la política, sino en el ámbito del candidato “tiktokero”, que la escogió en uno de sus arranques de originalidad, mediante una convocatoria por redes sociales.
Por otra parte, no sería descabellado pensar que alguna de las viejas y ambiciosas figuras que se subieron al bus de don Rodolfo le hubiera querido correr la butaca a una vicepresidenta novata y nada habituada a nadar en las turbulentas aguas de intrigas y envidia que corren por los pasillos palaciegos.
¿Se imaginan el regreso al senado de Gustavo Petro, derrotado de nuevo y en su rol de jefe de la oposición?
En otro frente, y pensando en el papel del Legislativo –indispensable para sacar adelante las reformas que todo gobierno nuevo trata de implementar–, sería interesante saber cómo habría afrontado el líder de la Liga de Gobernantes Anticorrupción el hecho de tener una representación casi nula en el Capitolio Nacional.
¿Le habría caminado al ingeniero ese Congreso arisco, en el que abundan los representantes y senadores con agenda e intereses muy particulares? ¿Habría logrado conciliar sus diferencias con un Congreso hostil? ¿O habría sido una relación tan problemática como la que tuvo en su momento el alcalde Rodolfo con el Concejo de la capital santandereana? Y, a juzgar por las descarriladas del temperamento del candidato, ¿tendría el Congreso posibilidades de sobrevivir, o habría terminado clausurado?
Y cambiando de perspectiva, pero sin apartarnos del todo de ese Congreso adverso, en el hipotético gobierno de Rodolfo Hernández, ¿se imaginan el regreso al Senado de Gustavo Petro –derrotado de nuevo y en su rol de jefe de la oposición–, azuzando a su partido contra el nuevo mandatario? ¿Cómo habría actuado la bancada del Pacto Histórico al menor asomo de corrupción en los predios del palacio presidencial? ¿Cuál sería la reacción de Petro y sus muchachos al conocer el más mínimo escándalo que salpicara a algún integrante de la familia presidencial? ¿Se quedarían callados y cruzados de brazos si en el gabinete hubiera ministros carentes de idoneidad o si el Presidente usara las embajadas para comprar silencios o comprar lealtades?
Desde luego, estas son de esas preguntas que nunca se podrán resolver, como muchas otras, pero que pueden ser muy útiles para repasar la política con otros ojos.