Quedan dos años de gobierno al presidente Petro. Tal vez uno solamente de poder gobernar, antes de entrar de lleno en período preelectoral. Los ánimos están caldeados. Algunos ven en el actual a un gobierno bloqueado por intereses de grupos poderosos que han gobernado antes sin tener en el centro de su atención el bienestar de la mayoría. Otros ven un gobierno novato, atascado en la maraña de hilos que él mismo ha tejido a partir de una mezcla de incompetencia e ideología. Para algunos, es la primera vez que se sienten representados. Para otros, es la primera vez que nadie los representa. En el ambiente hay por lo menos dos narrativas que compiten y pocos puntos de encuentro. Poca reflexión pausada. Poco esfuerzo por tender puentes y calmar las aguas.
En este contexto desafortunado y difícil, la pregunta de qué sigue cuando termine este período de gobierno está en la cabeza de muchos y empiezan a visibilizarse posibles candidaturas a la presidencia. Hay una cantidad de gente que piensa que está en capacidad de gobernar a Colombia o que entiende una posible candidatura como un paso necesario en su carrera política, para darse a conocer y tener mejores posibilidades en el futuro. A nivel personal, las dos cosas son perfectamente legítimas. Pero cuando se piensa en el país y en el momento, uno quisiera algo distinto.
Lo peor que le puede pasar a Colombia en 2026 es llegar a elecciones presidenciales sin que el grupo inmenso y creciente de candidatos haya decantado en ojalá dos candidatos fuertes que enfrenten al electorado con la necesidad de elegir entre dos visiones claras de sociedad y de país.
Llegar a elecciones de la mejor manera depende de algo que los precandidatos presidenciales tienen en sus manos, que es la capacidad de actuar pensando en el país, dándonos a todos un ejemplo de grandeza
Llegar a elecciones de la mejor manera depende de algo que los precandidatos y precandidatas presidenciales tienen en sus manos, que es la capacidad de valorar con objetividad lo crítico de la situación actual y sus propias posibilidades de ganar unas elecciones presidenciales y actuar pensando en el país, antes que en ellos o ellas mismas, dándonos a todos un ejemplo de grandeza. Rápidamente tendríamos que ver a los candidatos que no son conocidos por mucha gente, de manera que pueden quitar votos a otros pero no resultar elegidos, y a los que nunca han tenido la experiencia de gobierno, trasladar sus candidaturas al Congreso y manifestar públicamente a cuáles de los candidatos restantes apoyarían. Así tendríamos la posibilidad de llevar aire fresco al Legislativo, y de una vez construir apoyos a su interior para un posible nuevo presidente. Y se iría decantando la lista de candidaturas imposibles.
Aún no comprendo bien como pasó que el país castigó tan duramente a Humberto de la Calle en las urnas en 2018. Pero la historia de Colombia habría sido distinta si se hubiera vislumbrado con anticipación que eso podía pasar. Una alianza temprana con Sergio Fajardo habría sido la garantía de un gobierno más afín a las ideas y la visión de país de De la Calle. Ni qué decir de la manera en que se rompió el centro en el 2022. La respuesta más aterradora a la pregunta de qué sigue, en mi opinión, es que vuelva a implosionar el centro y no exista la opción de un candidato moderado, capaz de llevar al país a un lugar en el que vuelva a ser posible el debate de ideas. La respuesta más aterradora es que lleguemos al momento de las elecciones sin la posibilidad de un candidato capaz de unificar la narrativa, y en el camino reunificarnos como ciudadanos del mismo país.
En 2026, el mayor reto del nuevo presidente será la seguridad. Una parte grande del territorio está tomada por organizaciones criminales y contener su actividad es un prerrequisito para poner al país en un camino de desarrollo y bienestar. El tema no es solo policivo. Una cosa más para la autoevaluación de los aspirantes a la presidencia de Colombia en su proceso, ojalá virtuoso, de decisión.