“Deberíamos llegar a un punto, apreciados bogotanos, en el que nos dé pena, pena, salir en un vehículo particular, de cinco o seis cupos, solos. Cada persona que va desesperada en un trancón va sola en un carro”. Estas declaraciones de Claudia López dan “pena”, en la acepción de vergüenza que aquí se da a la palabra, y pena también, de pura tristeza. Si la máxima autoridad de la ciudad atribuye la responsabilidad exclusiva del tráfico a personas que van solas, ¿qué podemos esperar de la capacidad de la Alcaldía y, concretamente, de la Secretaría de Movilidad, para asumir el liderazgo alrededor de un problema que hizo inviable a Bogotá?
Por supuesto, nadie duda de la necesidad de una toma de consciencia ciudadana frente a la afectación que causa cada vehículo particular en este caos. Sin embargo, el discurso autoritario que lanza culpas individuales produce el efecto contrario. “Echarle la culpa” a otro es desplazar la propia responsabilidad hacia quien se considera, de cierta forma, inferior. Si me culpan de algo que debería darme vergüenza, mi reacción puede ser, además, de la humillación, la de defenderme o la de intentar complacer a mi superior cuando me vigila, y eso significa renunciar a mi agencia y a mi autonomía para discernir lo correcto. En gran parte, nuestros problemas ciudadanos, y no solo de tráfico, vienen de esos modelos autoritarios, sutiles o explícitos, que nos hacen actuar, no por convicción sino por el miedo a la “cámara de semáforo reportada más adelante”.
Al culpar de la congestión vehicular a la mujer que salió de Chía a las cinco de la mañana, que dejó a sus hijos en un colegio de la “ciento mucho”, y que lleva tres horas, desesperada en un carro que está a punto de perder por llegar cada día más tarde al trabajo, a pesar de levantar a sus hijos cada día más temprano, la alcaldesa estigmatiza no solo a una hipotética millonaria que pasea sola en su carro o a tantos colegas suyos escoltados con caravanas de vehículos, sino a un río de gente que pasa gran parte de su vida entre un carro o una moto, sin más opciones para ganarse la vida.
¿Es mayor la responsabilidad de esos automovilistas (solos o acompañados) y de los motociclistas (con y sin parrillero) que la de los gobernantes que han dejado crecer el problema de movilidad, desde el siglo pasado, y que han dado bandazos, en cada istración, para desatender soluciones técnicas propuestas por misiones de expertos? ¿A qué mandatarios, durante cuántos periodos, podemos atribuir el hecho inverosímil de que en Bogotá no haya un metro? ¿Quiénes llenaron la ciudad con buses que circulan por las mismas vías estrechas, en vez de haber asumido los costos económicos y políticos derivados de emprender los proyectos de transporte masivo multimodal que necesitaba Bogotá?
¿De quién es la responsabilidad, por citar un ejemplo reciente, de ese “muro” en la 100 con séptima al que se enfrentan diariamente centenares de vehículos? Si uno de los carriles de la séptima fue destinado para ciclorruta; otro, para buses y otro para subir a la Circunvalar, solo queda un carril para continuar por la séptima hacia el centro, y ahí se embotellan los carros procedentes de todos los barrios y los municipios dormitorio del norte de Bogotá. ¿Quién asume y soluciona el problema de haber bloqueado una arteria que atraviesa la ciudad de norte a sur? ¿Y quién el de haber creado el pico y placa para todo el día, y luego haber saboteado la propia medida, invitando a la ciudadanía a pagar para comprar el privilegio de no obedecerla?
Son contribuciones al caos que cada mandatario, andando para su lado, ha ido acumulando las que ilustran la diferencia entre responsabilidad política y vergüenza ciudadana. ¿Quién asume cada cual?
YOLANDA REYES