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Tres ‘señoras’ ante el humilladero

Esa supuesta sutileza para sabotear la terna es conocida en los libros sobre asuntos de género.

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El humilladero era un lugar destinado a la devoción. Ante una cruz o un obelisco, en la entrada de los pueblos, se postraban los caminantes para terminar el viacrucis o hacer rogativas y, en ocasiones, allí se castigaba a los infractores de algún delito menor. La descripción viene a cuento a propósito de la elección de fiscal general de la Nación, pero puede suceder en otros poderes: “Hay que pasar por ‘el humilladero’ ”, me dijo una abogada, refiriéndose al ‘lobby’ requerido para ganar, uno por uno, el favor de quienes eligen a las personas en cargos judiciales.
Es un secreto a voces la necesidad de esas genuflexiones que suelen pesar mucho más que los currículos y las exposiciones de los candidatos en las entrevistas, y es otro secreto también la desventaja que conlleva el ser mujer, como está ocurriendo ahora con la elección de la fiscal general. Las declaraciones de Jaime Arrubla, expresidente de la Corte Suprema de Justicia, son elocuentes: “Si a usted le envían una terna de gente muy clara, muy prestante, que conoce el Estado, pues eso facilita... pero cuando le envían una terna de tres señoras que conocen el oficio, pero es que no nos olvidemos de que el Fiscal General de la Nación tiene un cargo de los más altos cargos de la nación... No es una persona que va a llevar expedientes, estas tres personas están enseñadas a llevar expedientes”.
Si semejante declaración de Arrubla no ha sido objeto de mayor indignación o de “pedagogía”, como les gusta decir ahora a los políticos, quizás se deba al hecho de que transmite una especie de jurisprudencia cultural normalizada en los círculos de poder, que conjuga la solidaridad de cuerpo (masculino) y el prejuicio sobre la inferioridad de las mujeres para ocupar cargos de poder real en el Estado. Decir “tres señoras” –de milagro no les dijo “niñas”– ilustra ese mismo desdén que hace llamar “doctor” a cualquier varón con un currículo similar o inferior al de una mujer a la que se quiere mantener “bajo control”, y, en ese sentido, las frases que siguen son más dicientes: “Señoras que conocen el oficio”, y “personas enseñadas a llevar expedientes”. ¡Enseñadas a llevar expedientes!, se me perdonará la repetición, pero estoy tratando de entender: ¿quiere decir que hay señoras, conocedoras del oficio, encargadas de llevar expedientes? ¿A quiénes les llevan los expedientes? ¿A doctores que sí conocen el Estado, “por lo alto”? ¿Quizás como el exfiscal Barbosa?
“No les discutas, porque a ellos no les gusta que los contradigan”, me dijo otra abogada haciendo referencia al consejo que le había dado una experta jurista sobre esa “majestad” que aún se asocia con las cortes, la misma que ha llevado a mujeres brillantes a mantener bajos perfiles no solo en sus profesiones sino en muchas circunstancias de la vida cotidiana. Además de llevar expedientes, esa idea de “llevarles la cuerda”, que suele ser transmitida por las mayores de la tribu, sigue marcando las prácticas políticas, empresariales y familiares de las mujeres, como sensatas y obsequiosas asistentes de “doctores” en asuntos logísticos, siempre y cuando no osen figurar en exceso ni poner límites. ¿Les suena?
“Las cortes son machistas”, repiten muchas abogadas y, si bien en la elección de la fiscal hay otros asuntos en juego, relacionados con la polarización y con decisiones cruciales en asuntos políticos, esa supuesta sutileza para sabotear la terna, votando en blanco y haciendo maniobras matemáticas para no lograr la mayoría requerida y dilatar las decisiones, ya está identificada y es tristemente conocida en cualquier libro que aborde asuntos de género. Quienes más la reconocen, por cierto, son las víctimas de violencia sexual que afrontan la impunidad de la Fiscalía.
YOLANDA REYES

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