Conocidos los resultados de las pruebas Saber 11 del 2021, que miden el grado de competencias de los estudiantes en cinco áreas (matemáticas, sociales, inglés, lectura crítica y ciencias naturales), la preocupación pareciera haberse apoderado del debate público. Ciertamente, el país sigue al debe, pues, según los resultados que divulgó el Icfes, de 500 puntos máximos en estos ítems se obtuvo un promedio de 250. Esto representa una caída de dos puntos respecto al puntaje del 2020.
Matemáticas y sociales presentaron los principales descensos, mientras las ciencias naturales se mantienen en 49 puntos sobre 100, nivel bajo. Ocho de cada diez estudiantes se encuentra en ese rango, preocupante. Entre tanto, en inglés hay una leve mejoría, pero para los estándares internacionales seguimos quedados en esta materia.
La ministra de Educación, María Victoria Angulo, ha explicado que la disminución en los puntajes es moderada frente a los de otros periodos, y los resultados, predecibles si se tienen en cuenta los efectos de la pandemia. Además, en medio de la crisis sanitaria, Colombia fue uno de los pocos países que sacaron adelante las pruebas para no perder continuidad en la medición. Lo que más genera alarma en algunos sectores es la tendencia a la baja que se viene registrando desde el 2016, cuando el promedio global de las pruebas Saber 11 era de 254 sobre 500.
La reapertura de colegios ha significado una gran noticia para emparejar las líneas de aprendizaje. Pero faltan esfuerzos adicionales.
Ya se ha hablado aquí de males endémicos que afectan la educación, como la falta de infraestructura, mayores recursos, más y mejores maestros dispuestos a someterse también a evaluaciones rigurosas, etc. Todas, razones que los gobiernos ha venido atendiendo, pero aún de modo insuficiente. Ahora bien, saber qué hubiera pasado sin la crisis sanitaria que golpea a la humanidad, y particularmente a niños, niñas y adolescentes en etapa escolar, es difícil. Unicef estima que, solo en América Latina, cerca de 30 millones de personas ingresaron a los cinturones de pobreza. Y eso tiene un impacto en el proceso educativo. La Cepal y la OIT agregan que entre 100.000 y 300.000 adolescentes debieron dejar sus estudios para ingresar a la fuerza laboral.
A ello hay que añadir las enormes brechas que evidenció la pandemia de cara al a una educación virtual de calidad, que obligó a montar estrategias de radio, televisión, guías y demás para evitar un rezago mayor. Todo ello tuvo un impacto en la calidad y el avance de los procesos de aprendizaje que muy seguramente se refleja en los resultados del Icfes.
Aunque son notables los esfuerzos por revertir la tendencia negativa, las pruebas Saber 11 aún no dejan bien parada a la educación. Pero los guarismos dan pistas para mejorar, sobre todo en tiempos de crisis. Lo que sigue es adoptar medidas de impacto a corto, mediano y largo plazo. El reciente anuncio de los decretos que reglamentan el marco nacional de cualificaciones para que la oferta educativa corresponda a la demanda laboral es un paso acertado en el devenir de la educación.
La reapertura ha significado una gran noticia para emparejar las líneas de aprendizaje. Tomará tiempo, requerirá esfuerzos adicionales, paciencia, pero es también una oportunidad para que la comunidad educativa, esto es, padres, maestros, Gobierno y sectores productivos, encare los desafíos del futuro.
EDITORIAL