El Centro Nacional de las Artes del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes y La Compañía Estable han estado trabajando en una ópera ambiciosa e inesperada basada en una de las grandes novelas colombianas: La vorágine. Ha sido compuesta por el brasileño João Guilherme Ripper. Ha contado con la dirección musical de Luiz Fernando Malheiro. Ha sido dirigida por el reconocido y experimentado Pedro Salazar. Cuenta, en el escenario, con cantantes como Andrés Agudelo, Sara Bermúdez, Juan David González, César Gutiérrez, Valeriano Lanchas, Ana Mora, Eliana Piedrahíta y Homero Velho. Y será estrenada en el Teatro Colón en la última semana de febrero.
Y no solo es una demostración de la solidez del relato creado por José Eustasio Rivera, no solo es una producción enorme que se vale de las tradiciones del Vichada, el Casanare y la selva amazónica con una atención genuina tanto al territorio como a sus habitantes, sino que también es una osadía –poco nos hemos narrado en clave de ópera en esta parte del mundo– en el contexto de la cultura latinoamericana. Lo cierto es que el Ministerio de las Culturas y, en general, los gestores del país han estado a la altura de la celebración del centenario de La vorágine, y a las reediciones, las creaciones escénicas y las adaptaciones hay que sumarle este proyecto vuelto realidad.
El montaje de la ópera de La vorágine, que recuerda que no estamos hablando de una experiencia para alguna élite, sino de un género popular, es sobrecogedor, extraordinario. La música, que describe el descenso a los infiernos que es la novela y además recuerda que Rivera fue un gran poeta, es envolvente. Será presentada desde Bogotá hasta Manaos como un homenaje al recorrido que hacen los maravillosos personajes del libro. Y sumará a la tradición de aquel clásico de la literatura colombiana, y a la tradición del Teatro Colón, un trabajo valiente y memorable.