Un reciente documento publicado por el Cesed de la Universidad de los Andes, ‘Crecimiento local basado en la coca y sus impactos socioeconómicos en Colombia’, comprueba lo que varios trabajos de campo sostenían sobre la economía cocalera en el país. El trabajo es innovador, utiliza datos de luminosidad nocturna captada por satélites. Al no existir información sobre el PIB a escala micro de municipios y veredas, los datos de luminosidad nocturna funcionan como una variable confiable para medir la evolución del PIB en zonas de siembra de coca. De allí que se pudieran comprobar muchas hipótesis existentes sobre el tema.
Los autores encontraron que un incremento de una desviación estándar en los cultivos tiene como efecto un incremento del PIB local entre un 2,5 % y un 3,1 %. Más aún, encontraron que la economía cocalera tiene un efecto multiplicador en el resto de la economía: “Cada dólar adicional del valor producido de hoja de coca y base de coca aumenta el PIB entre $ 1,17 y $ 2,30 y entre $ 0,86 y $ 1,63, respectivamente”. Dado que en la década pasada los cultivos se multiplicaron al menos tres veces, podemos suponer el enorme impacto que tuvieron.
Los datos revelaron, además, que el efecto multiplicador no estuvo relacionado con el desarrollo de cultivos lícitos. Fueron otras ramas de la economía las que se dinamizaron con los ingresos de la coca, muy presumiblemente el comercio y los servicios, por el incremento del dinero circulante en el mercado local.
Si bien no hay un efecto jalonador de la agricultura legal, la coca sí tuvo un impacto en el incremento de la ganadería. La investigación encontró que en municipios de la Amazonía con alta probabilidad de entrar al programa de sustitución de cultivos crecieron en un 302,1 % las áreas cocaleras que se convirtieron en tierras ganaderas. Se replica una forma muy tradicional de acumular riqueza en el campo colombiano: la de acumular las ganancias de actividades muy rentables en tierras y ganado.
Muchas discusiones se derivan de estos y otros hallazgos de la investigación. De ellas, creo que la más interesante es la existencia de un contexto social proclive a la existencia de grupos armados. Si se tiene en cuenta que aproximadamente medio millón de colombianos, pertenecientes a familias cocaleras, viven directamente de la coca y que quienes viven en regiones cocaleras dependen de los ingresos de la coca para mantener su actividad económica, se encuentra que el narcotráfico es un tema que rebasa la codicia de grupos armados irregulares.
A pesar de todo lo opresivo que puedan llegar a ser, estos grupos ofrecen a los ciudadanos de la coca un mínimo de seguridad y justicia que el Estado no es capaz de proveer
Es cierto que los grupos armados se financian del narcotráfico, pero más significativo para su existencia es la disponibilidad de una población sobre la cual ejercer control territorial. Son los ciudadanos de la coca, aquellos que el estado ha renunciado a gobernar por declarar ilegal su principal medio de vida, los que dan sentido a la existencia de los grupos armados. Los ejércitos no surgen en un espacio social vacío. Dependen de los reclutas, los recursos, la colaboración, el abastecimiento y la información que la sociedad provee. A su vez, y a pesar de todo lo opresivo que puedan llegar a ser, estos grupos ofrecen a los ciudadanos de la coca un mínimo de seguridad y justicia que el Estado no es capaz de proveer, en especial cuando se trata de transacciones con mercancías ilegales.
Una medición interesante hacia el futuro es el efecto de la caída de precios de la coca ocurrida el año anterior en el PIB y en la dinámica económica local. Es muy probable que el crecimiento de la economía esté sujeto a que se mantengan los flujos de ingresos de la coca. La medición arrojaría datos acerca de hasta qué punto la coca ha dado lugar a la construcción de una infraestructura productiva autónoma que permita sostener el mercado de regiones periféricas.