La escalada de la invasión rusa a Ucrania tiene al mundo en estado de asombro. Y es que a la ya desconcertante intervención militar, el pasado domingo se sumó la orden dada por el presidente de Rusia, Vladimir Putin, de elevar en sus Fuerzas Armadas el estado de alerta de las capacidades de disuasión nuclear.
Y recientemente el canciller ruso, Serguei Lavrov, envió un mensaje al presidente estadounidense Joe Biden a través del medio de comunicación catarí Al Jazeera, según el cual la única alternativa a las sanciones internacionales impuestas a Rusia sería la Tercera Guerra Mundial, la cual, advirtió, sería “una guerra nuclear devastadora”.
Lo anterior alimenta el miedo que muchos tienen a las consecuencias devastadoras de una guerra de este tipo. Y es que varios modelos científicos han previsto las consecuencias de estos enfrentamientos, que no solo afectarían a los países involucrados; de hecho, sus consecuencias podrían ser globales por las afectaciones al medio ambiente sin precedentes y muy traumáticas que esto causaría.
Sin ir más lejos, el principal temor, aunque no la consecuencia más grave, sería lo que muchos científicos han catalogado como un ‘invierno nuclear’, un término surgido en plena Guerra Fría, en los años ochenta, propuesto por los científicos Paul J. Crutzen (premio Nobel de Química) y John Birks, y profundizado por otras figuras prominentes, incluido al astrónomo y divulgador científico Carl Sagan.
El fenómeno, respaldado por diversos estudios y simulaciones por computadora, sostiene que una bomba nuclear es capaz de levantar una nube de polvo y ceniza tan espesa, que duraría meses en la atmósfera.
De esta forma, se impediría la llegada de luz solar a la superficie, lo cual implicaría una caída abrupta de la temperatura, así como dificultades para que las plantas hicieran fotosíntesis.
Esto causaría una reacción en cadena, dado que, al ser las el nivel más bajo en la cadena alimentaria, una alteración de este tipo pondría en riesgo a las demás formas de vida, incluyendo bacterias, animales herbívoros, carnívoros, y, de igual forma, a los seres humanos.
A esto se suma que el aire estaría completamente contaminado, causando la muerte de cualquier forma de vida a su paso.
Ahora bien, en caso de una guerra nuclear, con explosiones de bombas atómicas en varias partes del mundo, este efecto se difundiría en varias zonas del planeta, y dependiendo del nivel destructivo de las mismas, abarcaría áreas muy amplias. Y dado que el arsenal nuclear mundial consta de un poco más de 13.000 cabezas nucleares concentradas casi por completo en dos países (Rusia y Estados Unidos), no es una locura suponer que en una situación así todo el planeta estaría en riesgo.
Los científicos no se han puesto de acuerdo sobre cuántas explosiones de este tipo se requieren para causar un invierno global, aunque algunos consideran que 100 bombas como la lanzada en Hiroshima sería suficiente. Y en la actualidad, el potencial destructivo de las bombas nucleares es mucho mayor. De hecho, Little Boy, el dispositivo detonado en la ciudad japonesa tenía una capacidad destructiva de 16.000 kilotones (1 kilotón equivale a 1.000 toneladas de TNT), mientras que las detonaciones controladas realizadas en su momento por la Unión Soviética y Estados Unidos han sido de 50 y 15 megatones (1 megatón equivale a 1 millón de toneladas de TNT).
Todos concuerdan en que las temperaturas podrían descender rápidamente a niveles aún inferiores a los de las glaciaciones que ha sufrido el planeta Tierra (las predicciones hablan de temperaturas medias planetarias de entre 10° C y -50° C).
Con temperaturas así, se podría hablar de una nueva extinción masiva.
REDACCIÓN CIENCIA
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