Michael Collins es, con total seguridad, el astronauta menos conocido de la misión Apolo 11. Descartado mediáticamente en su día por no descender a la superficie lunar, Michael Collins ha pasado desapercibido para el gran público, a pesar de la inmensa envergadura de su papel en esa misión.
Era mucha la confianza que se depositaba en un piloto del módulo de mando de una misión lunar, no solo por ser el navegador de la misión o por ser quien debiera rescatar a la tripulación que descendía a la Luna en caso de que esta no pudiera alcanzar la órbita lunar tras el ascenso desde la superficie, sino porque también debía ser capaz de pilotar en soledad una nave tan compleja como Apolo en todas sus fases de vuelo.
Fue precisamente la posibilidad de este último escenario el que infundió en él un profundo «terror», que por muchos años guardó en secreto para sí. El riesgo de perder a Neil y a Buzz era real, y Collins sabía que tener que volver a la Tierra sin ellos habría sido una losa emocional con cuyo peso habría tenido que vivir el resto de su vida.
Michael Collins siempre apreció que las misiones lunares tripuladas poseían un sentido histórico trascendente, uno que radica en la naturaleza exploradora del ser humano y en su emancipación de su propio planeta de origen. En este sentido, atribuyó al Apolo 8 una relevancia histórica mayor que al 11.
En ese vuelo, al que estuvo asignado, pero en el que no pudo participar debido a una inesperada intervención quirúrgica, un grupo de tres seres humanos –Borman, Lovell y Anders– se desprendieron de la influencia de su mundo de origen para dirigirse a otro distinto por primera vez en la historia de la especie humana.
El Apolo 8 no tuvo como objetivo alunizar, sino el de viajar a la Luna y orbitarla por primera vez, pero Collins entendió que abandonar el lugar de origen, la cuna, entrañó una mayor relevancia que el de arribar e imprimir la huella humana en otro mundo. Para él, la desvinculación de la Tierra fue un acontecimiento especial y conceptualmente único.
Vio su contribución a la exploración espacial con un sentido de aportación al progreso de la especie humana.
Así se desprende de su libro biográfico, al que tituló «Carrying the Fire» –Portando el Fuego–, en alusión a lo trascendente que fue el transporte del fuego para los primeros homíninos, que pudieron controlarlo, tal vez a partir de algún fenómeno natural, como etapa previa a su capacidad para generarlo por sí mismos, lo que permitió históricamente llevar al género Homo a horizontes insospechados.
De esta manera, Collins, en otro ejemplo de la sabia perspectiva sobre la realidad que siempre lo caracterizó, evoca la idea de una humanidad que da sus primeros pasos en un nuevo escenario natural y tecnológico, el de la exploración espacial y su conquista; el cual, tal como supuso el control del fuego para una incipiente especie humana, Michael Collins entendió que está así mismo repleto de infinitas e imprevisibles posibilidades.
Buen viaje y buen viento de popa.
Eduardo García Llama
Jefe de ingeniería y operaciones del programa Orión, de la Nasa
Autor del libro Apolo 11: La apasionante historia de cómo el hombre pisó la Luna por primera vez
Para EL TIEMPO