“No podemos darnos el lujo de seguir esperando”, advierte, en entrevista con El Universal, Jacqueline Álvarez, directora regional para América Latina y el Caribe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma). La química uruguaya habla, en el marco del Día Mundial del Medio Ambiente, de los contrastes que se viven en Latinoamérica, con países como Chile que acaban de firmar el Acuerdo de Escazú, considerado el primer pacto ambiental de la región para proteger y asegurar los derechos medioambientales y a los activistas que los defienden, mientras en otros, como México, se ha puesto freno a la transición a energías limpias. Aun así, se muestra optimista de que se puede lograr un cambio.
La pandemia dejó claros nuestros efectos nocivos para el planeta. Tras volver a la ‘nueva normalidad’, ¿cuáles son los desafíos en materia ambiental?
El Pnuma y los Estados definieron que hay tres pilares de lo que se denomina la crisis planetaria. Esos tres pilares están relacionados; el primero, con el cambio climático; el segundo, con la pérdida de biodiversidad, y el tercero, con la polución y los productos químicos y desechos. Esos son los tres grandes bloques conceptuales que se entienden como la primera devastación del medioambiente, pero también de la salud. Atravesamos por una pandemia y América Latina es la región más devastada por el covid-19. Los reportes son muy tristes: 29 % de las muertes provienen de nuestra región, y no solamente ha afectado a la salud, sino los productos internos brutos. Esto agrava situaciones ya existentes, como la desigualdad social, la pobreza, el desempleo y la vulnerabilidad, y no solamente la crisis climática, sino la pérdida de recursos ecosistémicos y los efectos de la polución y la contaminación. Las economías de nuestra región son altamente dependientes de algunos pocos sectores, como la agricultura, los minerales y la energía. En el caso del Caribe, el turismo es uno de los segmentos quizá más importantes. Todas estas actividades están siendo muy afectadas. El cambio de uso de suelo, soluciones basadas en la naturaleza y aumentar la resiliencia en las ciudades es fundamental para poder avanzar. Sin embargo, muchas de estas cosas son ignoradas en estos países.
¿Cómo explicar que los líderes de la región estén ignorando la crisis del medioambiente, la salud y la vida de las personas?
Hay muchas excusas. Cuando uno analiza en retrospectiva, tenemos el covid-19. La situación de emergencia no nos permite seguir con las proyecciones o enfoques que teníamos y las metas de descarbonización que queríamos. Tenemos otra vez una inestabilidad global provocada por la guerra de Ucrania y Rusia. Lo que sentimos es una negación, una regresión ambiental en todas las cosas que pensamos que eran parte ya sistémica de los líderes en la región. Y no lo siguen siendo. Se encuentran soluciones rápidas a los temas, pero eso no significa que sean las soluciones adecuadas. Si bien en el corto plazo volver a combustibles fósiles está en el tapete, sabemos que en el mediano y largo plazo eso no va a ser la solución. Y estar nuevamente carbonizando nuestra economía va a tener en pocos años un efecto devastador. Si ahora regresamos e involucionamos, será peor. En la región hay varios países que han entendido el desafío ambiental y la importancia de hablar del asunto, de democratizar la información y demostrar que las alternativas son posibles. Una de las primeras acciones que realizó el presidente chileno, Gabriel Boric, fue firmar el Acuerdo de Escazú.
Tras la cumbre COP 26 del año pasado, se alcanzaron acuerdos que levantaron polémicas. Pasamos de hablar de eliminación progresiva a reducción progresiva. ¿Aún podemos darnos el lujo de seguir minimizando los riesgos del cambio climático?
Tristemente, la respuesta es no. Tenemos que actuar lo más rápido posible. Tiempo atrás, cuando se lanzó el reporte ‘Brecha de emisiones’, una de las frases que se replicaron a nivel internacional es que “no estamos actuando para el futuro. Estamos actuando para el presente”. Eso demuestra la urgencia, y el secretario general de la ONU también ha utilizado esas palabras. Estamos en una crisis, no podemos seguir avanzando así. Los eventos que se van a dar y hemos escuchado sistemáticamente son sequías, olas de calor y huracanes, cada vez más intensos y frecuentes. Y finalmente no vamos a tener planeta para vivir como seres humanos. En cuanto a la eliminación progresiva versus la reducción progresiva, creo que uno tiene que poner las cosas en perspectiva. Cuando se habla de reducción progresiva, no se habla de olvidarse del tema, sino de permitir trabajos verdes, de permitir que haya conversiones ideológicas, que los países y sus poblaciones puedan cambiar su forma de trabajo, de pensar. La gran dificultad siempre con esto es: ¿cómo queremos autoflagelar esas metas? Si realmente podemos lograr esa reducción progresiva de manera sistémica, ordenada, va a ser sustentable en el tiempo. Si uno quiere eliminar cosas muy rápido, a veces no funciona como tal. Necesitamos actuar ahora. Entonces cualquier reducción, cualquier progreso que se haga, tiene que ser ya.
Mencionaba a Chile, que ha marcado la pauta por seguir. Pero hay otros casos, como el de México, donde se le apuesta a la carbonización. ¿Hace falta más presión? ¿Qué se necesita para entender la amenaza y actuar en consecuencia?
Creo que lo que se necesita es el entendimiento de la información existente, de las evaluaciones científicas. La transición energética de México ha avanzado en los últimos 10 años, con incrementos en capacidades, principalmente de energías eólica y solar, y avances importantes en el marco regulatorio que han dado certeza para una mayor inversión en el sector energético. Todos los gobiernos de la región establecen prioridades políticas y hay veces que los avances en un tema no presentan el mismo dinamismo. Sin embargo, estamos seguros de que en el país más industrializado de la región, como lo es México, la transición energética es y será un elemento importante para mantener e incrementar su competitividad como un país altamente exportador.
Latinoamérica es una de las regiones más afectadas por el calentamiento global, y aun así vemos lo que pasa en la Amazonia, en Brasil. ¿Es posible lograr las metas ambientales sin que estas naciones contribuyan?
Va a ser muy difícil, porque son los principales emisores de gases de efecto invernadero. Cuando estas cosas suceden, siempre quiero pensar que son etapas cortas en un proceso, que realmente esa no es la voluntad de un país. Los gobiernos tienen que hacer muchas acciones. No es solamente la retórica de decir: ‘Queremos reducir los gases de efecto invernadero’, sino cambiar el flujo de inversiones, promover políticas públicas que incentiven que el sector privado se involucre en temas climáticos, de contaminación. Los primeros que se van a ver afectados por esta situación son la gente pobre, la gente que está en franjas costeras, los que dependen de la pesca o de la agricultura para poder sobrevivir. La presión social también es muy importante; que cada uno tome decisiones y elija. Un planeta que no está sano afecta todo: afecta los compromisos de desarrollo sostenible, a los que todos nos comprometimos.
Tenemos la tecnología. Sabemos hacia dónde tenemos que ir. Nos falta el empujón social. Es cuestión de subirnos en la ruta adecuada.
Pensando en las cumbres y la reunión de la Asamblea General... ¿Funcionaría que las decisiones que salen de estos eventos sean vinculantes? ¿Obligar a los países a cumplir metas?
Estoy convencida de que no hay una solución ni un abordaje único de los temas. A veces se busca mimetizarse con ejemplos de países que se consideran desarrollados, pero quizá las formas como resolvieron determinados problemas no son aplicables a las realidades de otros países. Para mí, lo que tiene que suceder es un cambio mental y cultural para avanzar en el tema. Cada actor es fundamental. El multilateralismo es esencial para desatar esa agenda, para catalizar objetivos comunes. También se necesitan acciones nacionales y regionales. Y las acciones nacionales no solo están relacionadas con decisiones de un gobierno, sino con decisiones individuales, de empresas. Se necesitan transiciones energéticas, entender lo que significa la contaminación.
¿Cuáles son los avances que ustedes ven más positivos en materia ambiental en Latinoamérica?
Quizás el tema de combustibles fósiles. Nosotros lo que vemos es que cumplieron un rol en el pasado; no queremos que vuelvan a ser las estrellas del presente. Sabemos que la energía mueve las economías y hay formas efectivas de producirla y de utilizarla. Los combustibles fósiles son símbolos de contaminación. No solo están ligados a la catástrofe climática, sino a la contaminación del aire. La buena noticia es que hay alternativas, tecnología, y no solo son más baratas, sino que generan empleo y hacen más competitiva la economía. Se puede impulsar un movimiento positivo. Los países y empresas que hoy se plantean una visión hacia el futuro necesitan estrategias de salida de los combustibles fósiles. Hay muchos países que ya han empezado a invertir en vehículos eléctricos y energías renovables para generar electricidad. Es una de las áreas donde veo muchas posibilidades. Respecto a la contaminación de ecosistemas, estamos avanzando y se ha reconocido internacionalmente la década de restauración de ecosistemas. Hay iniciativas de distintas partes del mundo que miran a América Latina, no solo por el tema de la Amazonia, sino por el potencial que se tiene de generación de energía limpia. Una de las cosas que tenemos que dejar de hacer es dejar de justificar nuestros actos. Antes podíamos decir que había desconocimiento; luego, quizá un falso concepto de lo que era progreso y desarrollo. Luego surgen las excusas, como el covid, la guerra hoy por hoy. Tenemos la tecnología, tenemos el conocimiento. Sabemos hacia dónde tenemos que ir. Conocemos medidas para actuar. Nos falta el empujón social. El mensaje es que se puede. No estamos en un momento en que estemos imposibilitados para actuar. Sabemos lo que hay que hacer. Es cuestión de subirnos en la ruta adecuada. Sabemos la relevancia de actuar. Realmente se puede. Durante estos últimos años hemos aprendido muchísimas cosas en materia ambiental. Pero en materia de acción, todavía no. No podemos dejar al azar las cosas. Hay que ser conscientes de lo que estamos haciendo, del lugar donde estamos. La ruta por seguir, el futuro, puede depender de eso. De cómo cada uno de nosotros, desde el lugar donde estamos, tomamos las decisiones correctas.
GUADALUPE GALVÁN
@adalug
EL UNIVERSAL (MÉXICO) GDA