Imposible no hablar de lo que está pasando en el mundo en este momento, y no me limito solamente a los desgarradores hechos que estamos viendo a diario en Gaza. Es indispensable enfrentar la dura verdad de que no está pasando nada nuevo, ni algo que subliminalmente no vivamos a diario.
Sin embargo, ahora ver a tantos inocentes sufriendo de manera tan violenta ha hecho que sea físicamente imposible que sigamos volteando la mirada. Más allá de entrar a debatir sobre temas de territorios, quiero hablar de algo que considero más profundo. A través de la historia, en todas las “guerras” e incluso en la mayoría de los conflictos de nuestro diario vivir, existe un nefasto hilo conductor: el racismo.
¿En qué momento hemos pensado que nuestro color de piel o la religión que practicamos nos hace seres humanos superiores? Estoy segura de que algún sociólogo podrá darme una cátedra entera sobre sus orígenes, pero mi pregunta es para hoy en día. ¿Qué podemos estar pensando en este siglo para pretender que un tema físico o un tema de creencia espiritual nos hace más o menos humanos o nos hace merecer X o Y trato?
A mi modo de ver, creo que es el miedo a no ser superior lo que precisamente alborota las ganas de subordinar a los que consideramos diferentes. Lo hacemos con personas de diferentes razas, religiones, preferencias sexuales, partidos políticos y hasta por ser hinchas de equipos de fútbol distintos.
Nuestra inseguridad en nosotros mismos, en sentirnos insuficientes, nos está mortificando a cada uno internamente, pero, peor aún, está instigándonos a creer que tenemos que opacar, humillar, maltratar y hasta matar a quienes consideramos pueden amenazar nuestro estatus ficticio de “superioridad”.
En la medida en que cada uno como individuo haga el trabajo interior de entender que el ego es lo que nos hace creer que somos “especiales” y que es por ese falso sentir que nos creemos con el derecho a menospreciar a los que arbitrariamente no consideramos que lo sean, vamos a poder ver el mundo con ojos distintos. También empieza en el ejemplo que le damos a nuestros hijos, de las conversaciones que tenemos en familia y de la manera como nos referimos a los demás.
Margaret Thatcher dijo en uno de sus famosos discursos que si tienes que demostrar que eres poderoso es porque no lo eres. Nada más cierto. Si tenemos que estar vociferando nuestra superioridad por CUALQUIER motivo es porque sinceramente dudamos que la tengamos.
Nunca podemos olvidar que TODOS nos vamos a ir de esta tierra de exactamente de la misma manera, sin importar qué tan importantes nos consideramos en vida. Creo que la coyuntura actual con todo lo que estamos viviendo es una oportunidad de oro para cambiar la historia, pero ante todo para cambiar nuestra propia historia y responsabilizarnos de la manera como actuamos, hablamos y educamos.
Alexandra Pumarejo
@DeTuLadoConAlex
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