Les quiero compartir una fábula que leí hace algún tiempo y me impactó mucho. Un anciano caminaba a la orilla de un río cuando vio un escorpión aferrándose a una hoja para no caer en la fuerte corriente. Sin pensarlo dos veces le tendió la mano para mantenerlo a salvo, pero apenas lo hizo, el animal le clavó sus tenazas.
Ante semejante dolor, el hombre retiró la mano, pero al ver que el escorpión seguía en la cuerda floja, volvió a extenderla. Esta vez, el escorpión lo atacó con mayor fuerza y precisión. El anciano cayó al suelo agonizando de dolor, con la mano hinchada y ensangrentada.
Un caminante que se había percatado de toda la escena se acercó y le dijo: “Usted es muy estúpido. ¿Cómo se le ocurre ayudar a un escorpión? Es un animal vil y peligroso. ¿Es consciente de que por ayudarlo él podría haberlo matado?”.
El hombre, con el poco aliento que tenía, le respondió: “Querido hermano, la naturaleza del escorpión es picar, pero esto no quiere decir que yo tenga que cambiar la naturaleza mía, que es salvar. Yo fui fiel a mi esencia, así como él fue fiel a la suya”.
Me encantó esta historia porque es un reflejo de lo que nos pasa a tantos, especialmente en estos momentos de discordia y polarización. Una y otra vez nos atacan a causa de nuestras creencias, valores, puntos de vista y actos.
Y en lugar de mantenernos centrados en nuestra esencia, nos dejamos envenenar y respondemos con la misma ponzoña. Permitimos que la agresión ajena nos arrebate la bondad propia.
En nuestras vidas, constantemente nos pica el escorpión de la rabia, la envidia, los celos, la inseguridad y los miedos.
¿Y qué hacemos?
En vez de mantener nuestra esencia de amor y entender que únicamente podemos ser responsables de nuestros propios actos, dejamos que esa mordida nos desestabilice, nos tumbe y nos obnubile. Una y otra vez, perdemos de vista el hecho de que nuestra esencia, si es noble y buena, no tiene lugar para la mezquindad ajena.
El reto de la vida es permanecer fieles a nosotros mismos antes de sucumbir a la tentación de vengarnos, odiar, juzgar o agredir a quienes nos han atacado. Tal vez uno caiga, e incluso sufra, pero nada puede ser peor que perderse uno mismo cuando desciende al nivel de alguien más. Hagamos lo correcto porque es nuestra naturaleza y porque está en nuestra esencia... No serlo sería convertirnos en alguien más.
ALEXANDRA PUMAREJO - PARA EL TIEMPO