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‘Viajar por Colombia sin afán’, un libro que nos invita a descubrir nuestro país

El periodista Juan Uribe se enfocó en las historias de los personajes que habitan los destinos. 

Juan Uribe en los cerros de Mavecure, en el departamento de Guainía.

Juan Uribe en los cerros de Mavecure, en el departamento de Guainía. Foto: Archivo particular

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Seudiel, un llanero del Casanare que recibe a los viajeros en su caballo, con el que atraviesa un río por el que se asoman las cabezas del hombre y el animal; Cecilia, la mujer que en Pitalito (Huila) creó las coloridas chivas artesanales; María Agraciada Palacio, la cocinera que prepara atún y pescados frescos a los visitantes que llegan a las playas de Bahía Solano (Chocó), que brotan entre la selva y el mar. Las comunidades de San Vicente del Caguán y Tumaco, que se resisten a cargar el lastre de la guerra en Colombia y esperan que los visiten.
Esas y otras historias hacen parte del libro de ‘Viajar por Colombia sin afán’ de Juan Uribe, reconocido periodista de viajes bogotano que durante 15 años trabajó en EL TIEMPO. Pasó por las secciones Bogotá, Economía, Deportes y Viajar. En esta última permaneció casi nueve años, que le permitieron conocer a fondo la industria del turismo y, sobre todo, descubrir lugares de su país que para él eran desconocidos.
Fue así como, mientras más viajaba por Colombia, empezó a ponerles cara a sitios que en el colegio había oído nombrar.
“Se trataba de lugares que solamente décadas más tarde cobraron sentido cuando pude visitarlos”, dice Uribe, bogotano de 52 años y de empresas de la Universidad de Mobile, en Alabama (Estados Unidos) que encontró su vocación en el periodismo gracias a su padre, Álvaro Uribe González, quien lo animó a enviar su hoja de vida al diario EL TIEMPO.
Hace 11 años renunció a su trabajo en EL TIEMPO y se dedicó a viajar —sin afanes, por supuesto— por rincones insospechados de Colombia. Y producto de esos viajes y de esa investigación está su primer libro: una recopilación de 40 crónicas bellamente escritas que invitan a empacar la maleta y a disfrutar de las maravillas de nuestro país. La publicación se puede adquirir en formato electrónico a través de Amazon.

Usted viajó por toda Colombia y por todo el mundo a los ritmos frenéticos de los periodistas de viajes. ¿Por qué escribe, ahora, un libro que invita a viajar sin afanes?

Creo que justamente esas madrugadas para tomar vuelos; los cambios de horario y las jornadas extenuantes en las que salía del hotel a las 7 de la mañana para volver muchas veces a medianoche me fueron enseñando que la mejor forma de conocer realmente un destino es recorrerlo sin afán.
Nunca me gustaron los itinerarios apretados en los que había demasiadas actividades en un mismo día. Por eso muchas veces logré llegar a acuerdos con las entidades que me invitaban a los viajes. En una ocasión, por ejemplo, conseguí que en vez de estar en una rueda de prensa en un salón con aire acondicionado, yo pudiera irme a caminar a mi ritmo por el centro de Willemstad (Curazao). Yo jamás me apuntaría a un plan que ofrezca visitar 15 países de Europa en 20 días porque terminaría agotado y sin saber dónde estuve.

En este libro son protagonistas las personas que trabajan en servicios turísticos en los territorios. ¿Por qué le dio ese enfoque y no escribió guías de viajes?

Porque ya hay muchas guías de viaje; pero el factor humano casi siempre está ausente en la promoción de los destinos turísticos. Además, siempre me ha gustado conversar. Busco a las personas que le dan identidad a cada destino porque hay paisajes bonitos en todas partes; pero son las historias de la gente las que recordamos cuando volvemos a la casa, como la charla con Rafael Ithier, líder del Gran Combo de Puerto Rico, en San Juan, en la que reconoció que por fin estaba bajando la intensidad de su trabajo a los 82 años; o la conversación que tuve en el Museo de marionetas de Cesky Krumlov (República Checa) con Jan Vondrous, quien me explicó que estos títeres nacieron a finales del siglo XIX como un medio de difundir las noticias entre la población.
Le di este enfoque al libro porque mi mirada frente al turismo fue cambiando: al comienzo hice énfasis en las experiencias que un turista puede vivir, pero con el tiempo comencé a concentrarme en dar a conocer aquellos lugares que tienen un enorme potencial de generar bienestar para las comunidades gracias a la industria de los viajes.

En el lanzamiento de su libro se habló del perfil de los viajeros que le convienen a Colombia. ¿Cómo es ese perfil?

Para mí, el perfil ideal es el de un viajero que aprecia la cultura local, que disfruta entrar en o con los habitantes del lugar y, sobre todo, es respetuoso de sus costumbres; es alguien que no causa daño, sino que, por el contrario, trata de dejar el destino en un mejor estado que en el que estaba antes de su visita.

Ya se ha hablado mucho de todas las maravillas naturales de Colombia, que atraen a viajeros de todo el mundo. ¿Qué otros destinos y servicios inexplorados tienen potencial en nuestro país?

La lista no terminaría nunca, pero doy dos ejemplos. Uno es el de mi viaje más reciente. El libro ya estaba listo con 39 historias cuando en noviembre pasado fui a Tumaco, por invitación del Viceministerio de Turismo; pero al conocer a personas tan generosas y alegres y, luego de probar esa comida tan sabrosa, que se basa en las hierbas de azotea (chillangua y chirarán, principalmente), decidí que tenía que escribir una historia más. Esa fue la última del libro.
Otro ejemplo es el de San Vicente del Caguán, en Caquetá. Ese viaje también lo recuerdo con mucho cariño porque me permitió conocer de primera mano testimonios de personas que, gracias al turismo, están dejando atrás épocas de miedo.
Playas como Nuquí y Bahía Solano son los lugares favoritos para apreciar estas escenas de la naturaleza,

Playas como Nuquí y Bahía Solano son los lugares favoritos para apreciar estas escenas de la naturaleza, Foto:Guillermo Ossa / El Tiempo

Se habla de todo el impacto en la economía y en la imagen positiva que deja el turismo. ¿Qué es lo bueno, lo malo y lo feo de esta industria?

Por supuesto hay excepciones, pero creo que lo bueno es que viajar suele sacar a flote la mejor versión de una persona y le abre la mente para conocer y respetar culturas distintas a la suya.
Lo malo y lo feo van unidos. Viajar se ha convertido en un artículo más de consumo que muchas veces compramos sin ser conscientes del daño que causamos. ¿Sabemos cuál es la huella de carbono de nuestras vacaciones? ¿Cómo podemos reparar ese daño? Muchas veces importa más la selfie en el sitio de moda que la interacción con la comunidad local. Esta actitud conduce a un turismo desbordado que fastidia a los locales.

¿Qué opina de fenómenos asociados al turismo como la gentrificación?

Es algo muy dañino para las comunidades locales en todo el mundo, que están viendo cómo el negocio de finca raíz las obliga a desplazarse de donde estaban viviendo para darles paso a quienes sí pueden pagar precios más altos.
Arturo Bravo, viceministro de Turismo; Juan Uribe; Gustavo Toro,  exdirector de Cotelco; Guillermo Galvis y Miguel Páez.

Arturo Bravo, viceministro de Turismo; Juan Uribe; Gustavo Toro, exdirector de Cotelco; Guillermo Galvis y Miguel Páez. Foto:Lady Zambrano

¿Cree que existe una diferencia entre los turistas y los viajeros?

Me quedo con la respuesta que me dio el etnógrafo, biólogo y antropólogo canadiense Wade Davis para una de las historias de mi libro: “El turista nunca puede recordar dónde ha estado; el viajero no sabe adónde va”.

¿Cuál es su destino colombiano preferido?

Es injusto responder con uno solo, pero lo haré. Si se trata de un sitio al que siempre quisiera volver, escogería Barichara, en Santander. Es un pueblo tranquilo, con una temperatura ideal, aire puro, cielo azul y los colores de la tapia pisada que relajan la vista. Y con hormigas culonas, que me fascinan.

Y hablando de perfiles de viajeros… ¿Cuál es su perfil a la hora de explorar un nuevo destino? ¿Qué lugares prefiere? ¿Cómo es su equipaje y qué no puede faltar en la maleta?

Me gusta sorprenderme con los destinos, independientemente de que ya los haya visitado. Me inclino por ciudades que tengan buen sistema de transporte público, por destinos de naturaleza donde pueda sentarme a contemplar el río, la montaña o el mar. Y, en general, me encanta visitar sitios donde es posible probar comida local auténtica.
Sin importar si voy a una ciudad o a un destino de naturaleza, siempre llevo pantalones y camisas de secado rápido, chanclas y pantaloneta de baño (por si acaso hay jacuzzi); también, pantaloneta y camisetas para hacer ejercicio. Si voy a la selva, empaco Vick Vaporub para untar las botas pantaneras a la altura del tobillo y en el borde superior. Esto impide que se metan garrapatas y otros bichos.
En mi morral siempre llevo una libreta y un esfero para anotar todo aquello que me llame la atención, como la música que suena, la temperatura, los aromas, las conversaciones y los colores. Nunca me pueden faltar uvas pasas, maní y una botella metálica con agua.

¿Alguna anécdota que le haya ocurrido en uno de sus viajes?

En el barrio chino de San Francisco entré una vez a almorzar a un restaurante y al poco rato se me sentó al frente un tipo que aseguraba ser hermano de Bruce Lee, espía del gobierno de Estados Unidos y papá de Britney Spears. El hombre aseguró que Bruce Lee no estaba muerto, que había cambiado su apariencia para escapar de la fama y ahora era cirujano dental; pero que iba a regresar como Jesucristo.
Cuando pedí la cuenta, mi compañero de mesa me exigió que yo pagara su parte. Me puse de pie y me dirigí a la puerta del restaurante. Yo estaba preparado para intentar esquivar un puño o una patada voladora cuando le dije que no lo iba a invitar a almorzar, pero afortunadamente se conformó con insultarme. Le entregué un billete de 20 dólares a la cajera, recibí las vueltas y salí de allí sin mirar atrás, casi corriendo.
José Alberto Mojica Patiño
Editor de Reportajes Multimedia de EL TIEMPO
En 'X': @joseamojicap

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