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¿Y ahora los colegios? | Voy y Vuelvo

Algo extraño está pasando y me temo que detrás de todo podría estar gravitando el tema político.

Padres de familia y estudiantes limpiaron el colegio Nuevo Chile tras los hechos de vandalismo.

Padres de familia y estudiantes limpiaron el colegio Nuevo Chile tras los hechos de vandalismo. Foto: Milton Díaz / EL TIEMPO

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Riñas, acoso, abuso, cupos, rutas y ahora vandalismo. ¿Qué explica tantas acciones en contra del sistema educativo público de la ciudad? ¿Por qué se destruyen e incendian instituciones con mamás y niños presentes? ¿Qué hay detrás de este extraño fenómeno nunca antes visto en Bogotá?
La falta de cupos o rutas es un mal endémico. Todos los años se presenta la misma situación. Quizás este es peor por el despelote y falta de empatía de algunos operadores y el cambio de domicilio de muchas familias. Y claro que hay inconformismo de los padres y reclamos. Pero nunca ello ha dado pie para coger a piedra un colegio o prenderle fuego.
El acoso y el abuso sexual son temas más serios. Y en ese sentido, se entienden las protestas de madres y padres. En el mes de diciembre, EL TIEMPO hizo eco de una denuncia de la Secretaría de Educación sobre 158 casos de abuso sexual que involucran a profesores y personal istrativo. La cifra ya va en 163. La Fiscalía General ha emprendido acciones para judicializar a los responsables y promete resultados prontamente.
Pero nada de lo anterior explica lo que ha pasado en las última semanas: una ola de protestas que terminan en desmanes contra colegios públicos y en acciones terroristas. La Policía dice tener evidencias de que de la llamada primera línea estarían detrás de estos casos. Incluso, aseguran las autoridades, algunos de estos sujetos tienen casa por cárcel pero han participado de tales desmanes. ¿Cómo se explica tamaña situación?
Algo extraño está pasando y me temo que detrás de todo podría estar gravitando el tema político. El radicalismo de la campaña estaría llevando a que ahora los jóvenes de los colegios estén siendo instrumentalizados para adelantar acciones de este tipo. Y si antes eran las estaciones y portales de TransMilenio, ahora la estrategia parecen ser los colegios. ¿Con qué fin? ¿Para adoctrinar muchachos de noveno, décimo y once grados? ¿Volverlos cómplices de vándalos que incendian colegios con mamás y estudiantes en el sitio?
Lo de esta semana fue extremadamente grave. Y nadie parece reparar en ello. Los candidatos no hablan del tema, los sindicatos no se pronuncian, el Gobierno no condena. Las que sí se han pronunciado son las madres de familia que tan pronto vieron llegar al Esmad al colegio Nuevo Chile, destruido por la turba, lo recibieron con aplausos porque pusieron fin a lo que sucedía. Pero la policía no detuvo a nadie. Y más tarde, esas mismas mamás, repararon los daños, porque ellas sí saben del valor de una institución de estas.
El radicalismo de la campaña estaría llevando a que ahora los jóvenes de los colegios estén siendo instrumentalizados para adelantar acciones de este tipo
¿Son los colegios ahora el blanco de los incendiarios? ¿Hay movimientos azuzando este tipo de hechos? ¿O se trata de simple anarquismo que las autoridades no consiguen evitar? Insisto: no hay razón que explique lo que viene ocurriendo. El colegio es el patrimonio más importante de una sociedad. Allí se forman los valores y principios de nuestros niños, niñas y jóvenes. Es el centro del saber por excelencia. Las mayores partidas presupuestales que viene haciendo Bogotá desde años atrás son para el sector educativo, para la construcción de colegios y jardines, bibliotecas, espacios lúdicos. Cómo es posible que todo eso lo quieran reducir a cenizas. Con qué objetivo. Buscando qué fines. ¿Golpear a la istración? ¿Exponer a los jóvenes a un conflicto que no buscan?
Esta semana, durante la presentación del informe del proyecto ‘Tenemos que Hablar, Colombia’, elaborado por seis universidades del país, una de las conclusiones centrales era el papel clave de la educación en la construcción de un mejor país. Lo dijeron 5.000 jóvenes que participaron en el ejercicio: educación para buscar cambios sociales y acabar con el radicalismo, la polarización y la frustración. Todo lo contrario a lo que pretenden quienes están optando por romper y destruir instituciones educativas, que, entre otras cosas, se construyen y mantienen con nuestros impuestos. Y con los impuestos de esas mamás y papás que estuvieron asediados por los vándalos.
Están equivocados los promotores de estos actos recientes. Los colegios no son escenarios de guerra. No son centros de reclutamiento. No son espacios para el adoctrinamiento. No. Y hay que decirlo claro. Aquí deben hacer causa común los estudiantes, sus padres y madres, los rectores y maestros, y todas las instituciones involucradas en el tema para proteger y defender a cada colegio y a cada comunidad educativa que existe en la ciudad. La violencia en estos espacios debe ser erradicada.
Ayer fue TransMilenio, hoy son los colegios, mañana qué sigue. ¿Los hospitales? ¿Las iglesias? ¿Nuestras casas? Ojo con lo que viene sucediendo.
El radicalismo está dispuesto a todo y las autoridades están llamadas a impedirlo. Ya tenemos suficiente con que la pandemia y el encierro estén mostrando sus peores efectos: riñas, intolerancia y agresividad entre nuestros jóvenes como para que ahora le agreguemos un elemento más perturbador: el odio y la destrucción.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
EDITOR GENERAL DE EL TIEMPO
En Twitter: @ernestocortes28

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