A pesar de ser hijo de dos periodistas dedicados a la televisión –Alexandra Uribe y Jorge Medina– y nieto de Maruja Pachón, Pablo Medina soñaba de pequeño con ser más bien un jugador de fútbol profesional. Más tarde quiso ser director de cine, luego escritor y también novelista. Salvo en el fútbol, seguramente en las otras cosas le habría ido bien.
Es talentoso, persistente, químicamente tímido, pero con conceptos claros sobre la responsabilidad que entraña comunicar en tiempos de redes sociales, noticias falsas y posverdad. La vida se encargó de ponerlo en la misma ruta que su familia, pero él le imprimió su propio acento al oficio.
Hoy, a los 35 años, su trabajo ha sido reconocido en el mundo y sus planteamientos sobre la necesidad de verificar lo que dicen los políticos desde los medios de comunicación ha contribuido a desenmascarar las mentiras repetidas de muchos y problematizar conductas que se normalizaron en la vida de los países, pero que constituyen amenazas reales para la democracia. Esta es la historia y la mirada de Pablo en un momento en el que vale la pena, más que nunca, oír su voz.
Ya sé que de niño querías hacer otras cosas, ¿pero y entonces la vocación de ser periodista cuándo llega a tu vida?
Por mi familia, obviamente, tuve curiosidad con el tema. En la universidad estudié literatura, pero en los Andes se puede hacer una opción que es como una carrera pequeña, y la terminé haciendo en periodismo y me comenzó a gustar. Lo que más me llamó la atención es que, pese a mi timidez, yo siempre he sido de hacer preguntas todo el tiempo y en el periodismo encontré la posibilidad de cuestionarlo todo y apenas me gradué comencé a trabajar en esto.
¿Cuál fue tu primer trabajo?
El primero, que estoy dispuesto a confesar ante el Ministerio del Trabajo, fue en La Silla Vacía. Comencé como practicante y luego me quedé casi dos años trabajando como periodista de ellos. Aprendí muchísimo. Me quedaron buenos amigos, pero también un gran aprendizaje sobre cómo estar pensando en innovar todo el tiempo. Ahí llegué en 2010, y entonces era probablemente el primer medio nativo digital en Colombia y nadie había descifrado cómo sería esto exactamente. Con la directora, Juanita León, y el equipo pequeño que teníamos hacíamos de todo. Eran artículos serios, duros. Fue entrar al ruedo de una vez.
Lo que más me ha llamado la atención de tu trayectoria, es tu obsesión por lo que se llama el fact check o la verificación de lo que nos dicen los políticos, en momentos en los que somos bombardeados con tantas cosas. Saber qué es verdad y qué es mentira...
Sin duda, ver cómo se comenzaban a mover las redes sociales y las narrativas ahí, aun cuando estaban incipientes en Colombia, me llamó poderosamente la atención, porque era otro comportamiento distinto al de la prensa tradicional. Fui estudiando más e hice una maestría en Nueva York sobre estudios de medios y miraba cómo la forma impactaba el contenido, al final. Tuve la oportunidad de hacer una pasantía en The New York Times y ahí me tocó en uno de los departamentos de verificación de información y aprendí a ver cómo en el periodismo estadounidense definen los hechos y las fuentes para confirmar esos hechos. De ahí comienza ese interés mío por el tema. El plebiscito por la paz se convirtió en un gran laboratorio para poder examinar en Colombia cómo operaba ‘la máquina’, y me enfoqué mucho en analizar lo que ocurrió entonces.
“No es que ahora se digan más mentiras, sino que, con la tecnología, es más fácil fabricarlas
y esparcirlas...”.
Me acuerdo de que hiciste parte de un esfuerzo interesante que se llama Colombia Check. Además de ganarte a un mundo de enemigos a los que les decían que estaban diciendo mentiras o cosas parcialmente ciertas, ¿sientes que eso sirvió para algo?
Sí. Ahí estuve dos años y medio desde el 2018, y creamos la idea de que es posible analizar lo que se dice. Todo el mundo sabe que los políticos son propensos a mentir, pero instalamos el concepto de que existe la manera de verificar lo que están diciendo y hacerlo de frente y en voz alta. Fuimos muy activos en redes sociales e hicimos talleres con periodistas y cursos virtuales donde les explicábamos a las personas cómo las mentiras son más fáciles de fabricar a través de internet, pero que hay maneras de revisarlas, desde el juicio crítico de las personas. No es que ahora se digan más mentiras sino que, con la tecnología, es más fácil fabricarlas y esparcirlas. Hay muchas cosas que cada persona puede hacer para no seguir replicando esos contenidos, y en Colombia Check promovimos esto.
¿Pero no crees que a veces es más cómodo para la gente quedarse con la versión que más se ajusta a sus prejuicios y replicarla sin detenerse a pensar si es falsa o verdadera?
En algunos casos pasa, pero fíjate que en el tiempo de pandemia muchas personas nos llamaban en Colombia Check para pedirnos que les explicáramos cómo saber si algo era cierto o no. Comenzó a ser importante para la gente acercarse a la verdad. También creo que la gente sabe que no hay que confiar en todo lo que ve en internet. Creo que logramos aumentar la consciencia crítica frente a todas esas informaciones.
Pablo, ¿quiénes dicen más mentiras o verdades a medias en un país como Colombia?
Uf, pues en Colombia, como en cualquier otra parte, las personas que tienen un motivo interior, y eso puede ser económico y también político, de todos los espectros, o quienes tienen interés en minar la confianza en las instituciones establecidas para darles espacio a otras ideologías. En general, siempre que se hacen campañas de desinformación es porque hay un motivo de fondo más allá de simplemente decir una mentira.
De todos los trabajos periodísticos que has hecho en tu vida, ¿cuál te llena de más orgullo?
El que más me enorgullece fue un trabajo que hicimos el año pasado desde la posición en la que me encuentro ahora, como editor del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (Clip), e hicimos un proyecto que se llama ‘Mercenarios digitales’, aliándonos con 28 medios de América Latina y Estados Unidos, y sacamos 30 artículos y 6 videos y todo esto era explicando cómo funciona el negocio de la asesoría política, que, entre otras cosas, hacen operaciones digitales que muchas veces son de desinformación pero muchas veces también de manipulación, y creo que revelamos algo que dentro de esa industria era muy conocido, pero no para el público general, y es cómo todas las campañas que encontramos intentan engañar a los electores con estrategias digitales varias. Nos dimos cuenta de que es un problema global, y apenas publicamos, mucha gente nos dijo: “Es verdad que está pasando, pero nadie lo estaba contando”.
Te han dado varios reconocimientos por tu trabajo, pero la semana pasada te galardonaron con uno muy importante...
Pues sí, afortunadamente nos ganamos ese premio. Se llama el Online Journalism Award, que es uno de los más relevantes en este sector, y ganamos por una colaboración que hicimos con un trabajo que llamamos ‘Tráileres, trampa para migrantes’, que es un proyecto en el que revelamos cómo funciona el negocio de transportar migrantes desde México hasta Estados Unidos, en condiciones realmente inhumanas. Nos aliamos con varios medios regionales de México y de Centroamérica y logramos mostrar cosas como la manera en que funcionan las redes sociales en todo esto, los carteles, la política migratoria insuficiente para abordar este problema. Pudimos combinar fuerzas para lograrlo, y me encanta que medios muy locales pudieran tener relevancia.
Felicitaciones por eso. Óyeme, de todos los retos
y amenazas que enfrenta el periodismo hoy en Colombia, ¿cuál te parece el más relevante?
Uf, el más grave creo que es la financiación de los medios, que es un problema global, incluso. Hay un problema muy grande que no es simplemente conseguir recursos, sino cómo hacerlo y mantener la independencia y, sobre todo, los que más alejados estén del centro geográfico, pues, más difícil la tienen en las regiones.
Y a los periodistas en el país, ¿cómo nos ves navegando en medio de una coyuntura política y social como la que estamos viviendo?
Uy, pregunta compleja. Mmm... yo creo que, en muchas casos, no sabemos cómo cubrir cosas que son evidentemente mentira. Hay una idea en el periodismo colombiano de reproducir simplemente lo que dijo el protagonista, y muchas veces eso es parte de una campaña de desinformación y rara vez se hace notar eso en lo que se publica y simplemente se reproduce. Por otra parte, este presidente es bastante fuerte frente a la prensa y realmente nunca había pasado eso en Colombia, y creo que tampoco se ha descifrado muy bien cómo reaccionar frente a esto. Yo creo que su manera de reaccionar no es la más apropiada, pero hay una confusión generalizada sobre cómo responder a ese desafío. Mientras tanto, creo que también se ha incrementado la violencia contra los periodistas en las regiones y pensábamos que lo habíamos superado, y no. Debemos discutir esto a nivel nacional. Nos quedamos enfrascados en discusiones no relevantes mientras esto ocurre.
¿Qué consejo le darías a un joven periodista que esté arrancando?
Que haga y se entere de cosas que no sean solamente periodismo. Que se ponga a leer e investigar sobre otros temas que le interesen, porque un periodista que no sepa de otras cosas realmente no va a poder hacer las preguntas que verdaderamente son interesantes.
Termino con esta: si tuvieras la posibilidad de hablar una vez más con esa gran periodista que fue Alexandra Uribe, tu mamá, y que falleció hace años, ¿qué le dirías?
Uy, esta es la parte de llorar. Uf... Mmm... yo creo que hablaríamos de qué quiere decir hacer el bien y ser bueno, y sería una conversación larga, difícil y compleja, pero sería una conversación que nos interesaría seguramente a los dos.
Y ella... ¿Qué crees que te respondería ella?
Yo creo que me diría algo como que es imposible ser bueno todo el tiempo, pero que lo importante es seguir intentándolo.
JOSÉ MANUEL ACEVEDO
Director de Noticias RCN
Especial para EL TIEMPO