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María Emma Wills Obregón: catedrática, intelectual y feminista
Actualmente, la politóloga acompaña los procesos de pedagogía de la JEP. Perfil.
Wills es profesora de la Universidad de los Andes. Fue asesora de género en el Centro de Memoria Histórica por seis años. Foto: Néstor Gómez / EL TIEMPO.
Curiosa, interesada en todo lo que ocurre a su alrededor, viajera por el mundo y por el país, María Emma es una profesional que se le mide a todo tipo de responsabilidades y enfrenta situaciones de riesgo. Así ha sido desde que se graduó como politóloga en la Universidad de los Andes, hace ya cuatro décadas, pero sin duda, su persistencia en indagar sobre las desigualdades de género y en describirlas la hace una de las teóricas del feminismo más respetadas y acatadas.
Como única mujer, tres hermanos hombres, de una familia de corte liberal progresista, sufrió las desventajas de la crianza de ser mujer en esta sociedad patriarcal, donde ellos gozaban de privilegios y libertades que no se le permitían.
Sin embargo, sus padres, también acomodados a las normas de la época, la consintieron como la “niña de la casa” y la llevaron en sus frecuentes viajes al exterior. Un par de años antes de culminar su bachillerato en el Liceo Francés de Bogotá, su papá la mandó de 15 años a Londres para que se graduara allá y se hiciera trilingüe. “Esos viajes me abrieron las puertas de la imaginación”, cuenta.
Confiesa con satisfacción que fue la primera mujer en su familia materna y paterna en entrar a la universidad. Ni su madre ni las abuelas tuvieron la oportunidad de hacerlo. En las décadas de los cuarenta y cincuenta, los estudios superiores no estaban entre las opciones que se les ofrecían a las jóvenes, así tuvieran los recursos económicos.
. Foto:Archivo María Emma Wills
Escoger carrera fue difícil porque casi todas le llamaban la atención, así que optó por hacer el programa de Estudios Generales en los Andes. “Ahí estábamos los que no sabíamos qué estudiar. Vi Literatura, Ciencia Política, Historia, Economía y otras más. Me decidí por la Ciencia Política. No sé si era Dora Röthlisberger la directora del Departamento, pero siempre la recuerdo con cariño, así como a algunos profesores. A Francisco Leal, que ha sido mi mentor intelectual. Rubén Sánchez, a una muy joven Elizabeth Ungar, Gabriel Murillo, Mónica Lanzeta, Gerard Drekonja, entre otros. Muchos compañeros han muerto, Gabriel Turriago y Roberto Franco. Terminé en el 83”.
Señala que tuvo una ruptura con su papá porque se fue a vivir con un novio cineasta. “Me tocó buscar trabajo y recurrí al periódico EL TIEMPO, porque me gustaba el periodismo. Le llevé a Enrique Santos Calderón un artículo sobre Alemania, que nunca salió. Fue bastante duro. Recién graduada sentía que no sabía nada. Nos reconciliamos con papá y me dijo: ‘Vete a hacer un posgrado’. Repetí Inglaterra. Cuando volví entré a trabajar en el Centro de Investigaciones y Educación Popular, Cinep”.
Ahí comenzó su carrera profesional en un proyecto de seguimiento a los diálogos de paz, en el gobierno de Belisario Betancur.
“Nunca había entrado al Congreso y me tocó asistir a todos los debates que se daban en torno a 10 reformas constitucionales que se planteaban. La persona que llamaba a sesiones, a plenaria, era un señor mayor, jorobado, que tocaba una campana, muy curioso y fantástico procedimiento que nunca olvido. Llevaba cuadros, diarios, hacía resúmenes, análisis. El único proyecto que se aprobó fue el de la elección popular de alcaldes y gobernadores, la descentralización istrativa y fiscal en las gobernaciones y en las alcaldías”.
De la ciudad a las regiones
Como muchos otros, María Emma consideró que esa reforma cambiaría las costumbres políticas del país y podría ser un tránsito de la guerra a la paz, por lo que era necesario hacer talleres en región para explicar sus bondades y algunos riesgos.
Propuso un proyecto de divulgación de esa reforma con talleres en Montería, Tierralta, Barrancabermeja, Villavicencio, Pasto y otras poblaciones del Magdalena Medio. Las masacres y la violencia se regaban como pólvora, y el paramilitarismo se hacía fuerte en la mayoría de los sitios escogidos. Barranca ardía.
“Se sentían muchos miedos, tensiones, todo era confuso, gris. Dicté talleres y aprendí a conocer ese otro país tan diverso social y culturalmente que desde Bogotá ni se presiente. Ya las mujeres estaban ahí; por ejemplo, en Barranca un grupo fundó la Organización Femenina Popular, OFP, que ha sido un bastión de lucha permanente a favor de sus derechos, un espacio de solidaridad y ayuda no solo en su vida pública, sino en la privada”.
Asegura que en esos años no se discutía la exclusión de género. “Sí la de los campesinos, la del proletariado rural y urbano. Recuerdo que la última vez que fui a Barranca sentí mucho miedo, tomaba precauciones banales. Corría los armarios en el hotel y los ponía en la puerta. El Cinep no contaba con una política de protección ni de formación de su gente. Publiqué artículos en la revista Cien Días. Escribí en uno de ellos que con esa elección se venía un baño de sangre y que se escuchaban rumores de que Horacio Serpa y su grupo político harían alianzas con personas cercanas a paramilitares en Santander. Lo que fue escandaloso”.
Comenzaron las amenazas. Cuando prendía la luz de su apartamento en el norte de Bogotá, sonaba el teléfono y le anunciaban hechos fatales con toda clase de vulgaridades. Nunca contó en el Cinep ni a sus familiares. Se fue a vivir a Canadá, con su nueva pareja, entró a la Universidad de Montreal a terminar su maestría y ahí nació su hija. Regresaron a los dos años y ella entró a los Andes como profesora. Pero vino la separación con el padre de su hija, y con la situación política del país cada vez más enredada la hicieron tomar la decisión de irse de nuevo al exterior a hacer un doctorado. Se presentó a dos becas y las ganó.
“Con la Fullbright me recibieron en Austin, en la Universidad de Texas, que tiene una biblioteca maravillosa de América Latina. A pesar de que con mi hija conformábamos una familia monoparental escasa en esa comunidad, tengo buenos recuerdos de esos tres años”.
Cuenta que “quería hacer la tesis doctoral sobre los cambios simbólicos que había producido la Asamblea Nacional Constituyente, pero justo en esos momentos me invitaron a escribir un artículo sobre feminismos en Colombia. Me gocé entrevistando a las mujeres de la segunda ola (feministas de la década de los setenta hasta el 2000), a políticas y lideresas populares. Por eso, decidí que mi tesis sería sobre mujeres y política en el país”. Trabajo que se convirtió en el libro Inclusión sin representación. La irrupción política de las mujeres en Colombia 1970-2000, de editorial Norma, en la colección Vitral de Ciencias Sociales, en el 2004.
“Ese texto da cuenta tanto del movimiento social de mujeres como de los feminismos académicos; de las burocracias por las que tienen que pasar las mujeres en sus respectivas áreas de trabajo”.
El marco teórico comprende dos categorías de análisis: la presencia física de las mujeres, es decir, cuántos cuerpos femeninos hay en la academia e instituciones políticas; y una dimensión distinta que es la representación, “entendida como la capacidad de articular derechos y agendas propias del feminismo y ponerlos en las agendas públicas”, dice.
La voz de María Emma se torna enfática, radical, optimista en algunos de sus relatos; en otros, muy irritada por la discriminación que hay en muchos sectores, por la intolerancia y el desprecio cuando se hace reiteración de la exclusión que se sigue viviendo, no obstante los robustos avances que reconoce con satisfacción.
. Foto:Archivo El Tiempo
Entre contrastes
“Este país es muy paradójico. Tiene, por un lado, una masa crítica de mujeres y de feministas que logran, con argumentos muy sofisticados, que la Corte Constitucional, con la activa participación de dos magistradas, apruebe la despenalización del aborto; mientras en Estados Unidos se están devolviendo en los derechos sexuales y reproductivos". A su vez, dice que “esta sociedad necesita reconocer el patriarcado que sigue dominando. Se crean espacios de encuentro que son efímeros, prevalece la fragmentación por encima de la articulación”. Y sigue en una disertación profunda donde reitera que se hace urgente el cumplimiento de los derechos de las mujeres para construir una agenda democrática.
“La investigación en la academia, en el mundo intelectual, ha hecho muy visibles los micromachismos, donde la voz de una mujer pesa menos o no se oye por ser la de la mujer. Me he percatado de discriminaciones de género y, en general, las he tomado con sentido del humor, pero no las dejo pasar. Hace un par de meses se organizó un debate en la revista Cambio para hablar sobre la democracia en Colombia sin tener siquiera una voz femenina”.
Tras haber sido catedrática en varias universidades, María Emma ha sido investigadora en el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional (Iepri). También trabajó en el Centro Nacional de Memoria Histórica.
"La investigación en la academia ha hecho muy visibles los micromachismos, donde la voz de una mujer pesa menos o no se oye por ser la de la mujer"
El año pasado la editorial Planeta publicó su libro Memorias para la paz o Memorias para la guerra. Las disyuntivas frente al pasado que seremos. Ensayo que recoge su experiencia de más de una década en el Centro de Memoria. “Escribí este libro porque no me resigno a perder la ilusión de vivir en paz”, afirma en su introducción.
Actualmente acompaña los procesos de pedagogía de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).
“Asistí a todas las audiencias de reconocimientos de secuestro y de los ‘falsos positivos’ en Bogotá. Propuse construir un gran archivo visual para profes que quieran trabajar con sus estudiantes, por ejemplo, el tema de las víctimas y el perdón, sin tener que ver todas las 30 horas de grabación”. Cuenta que en las primeras audiencias, los comparecientes justificaron sus acciones con argumentos como: “Estábamos en guerra, había que financiar la organización y obedecíamos órdenes”.
Sin embargo, “en las últimas audiencias, de entrada, confesaron sentir vergüenza, porque perdieron el norte ético. También quiero grabar cómo las magistradas y los magistrados han desarrollado una metodología para estas audiencias, el cómo ha sido el trabajo del equipo interdisciplinario que los apoya, en donde hay sicólogos, antropólogos. Un poco la trasescena”, señala María Emma.
Ella sigue relatando proyectos que quiere desarrollar y que después quisiera socializar por las regiones como en la década los ochenta, cuando recorrió territorios violentos en los que se ejecutaron masacres, asesinaron a líderes y lideresas, situación que sigue ocurriendo hoy.
Su figura grácil y su andar pausado no se acompasa con esas ideas que suelta a borbotones y que, de manera afortunada, siempre hace realidad porque no se resigna a mirar lo que sucede a su alrededor sin meter baza y contribuir a encontrar soluciones viables.