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¿Quién fue la primera capitana de la Selección de Fútbol Femenino en Colombia?
Esta es la historia de Myriam Guerrero, la pionera del fútbol femenino. Entrevista de BOCAS
Su juego, voz, corazón, ejemplo y liderazgo abrieron el camino e inspiraron a las mujeres que hoy integran la gran Selección Foto: Fernando Botía
Myriam Guerrero fue la primera capitana que tuvo la Selección Femenina de Fútbol en la historia del país. Precursora y prócer.
En 1998, Colombia participó en el primer campeonato internacional en las ligas del fútbol femenino. Con todo en contra, con uniformes que prestó el equipo masculino, con arduas jornadas de trabajo durante el día para costear su entrenamiento en las noches, con canchas a oscuras –porque la energía se guardaba para la Selección de hombres–, estas pioneras llegaron a Mar del Plata, Argentina, con apenas 18 días de preparación.
El gran editor Benjamín Villegas es portada de la edición #131 Foto:Revista BOCAS
El 2 de marzo de aquel año debutaron con victoria ante Venezuela con un 4-1. Pero tres días después, recibieron una goleada a cargo de Brasil, 12-1, un marcador que parecía ser el acabose. Luego le ganaron a Chile 5-1, pero no les alcanzó para la otra ronda. Sin embargo, Myriam sabía que algún día llegaría la rutilante hora del fútbol profesional de mujeres e insistía en que debían seguir entrenando para alcanzarla. Pensó, eso sí, que ese instante se demoraría. Incluso alcanzó a creer que no sería testigo del brillo del equipo colombiano femenino en un Mundial. Hoy, la histórica Selección de Leicy Santos, Linda Caicedo, Cata Usme, Mayra Ramírez, entre otras, le devolvió el esfuerzo que ella –y sus compañeras– entregaron por todas las futbolistas del país.
Myriam nació el 15 de octubre de 1963 en la localidad de Tunjuelito de Bogotá. Sus padres provienen de Nariño y Cundinamarca. Fue su madre la que asumió las riendas de la casa. Su hermano Carlos Alfonso fue su maestro y compañero en las canchas. Allí la llamaban ‘Seki’ en honor al jugador yugoslavo Šekularac.
Aunque estuvo a punto de elegir la odontología como profesión, su profesora de Educación Física le insistió tanto para optar por la Licenciatura en Educación Física que terminó llegando a la Universidad Pedagógica Nacional a cursar esa carrera. Allí, fue una de las pioneras del torneo de fútbol femenino universitario y se especializó en Fútbol de equipos femeninos y juveniles con una beca en el Instituto Central de Educación Física de Moscú. Fue la primera colombiana de esa entidad en estudiar fútbol, una experiencia que le costó maltratos dentro y fuera de la cancha.
Myriam Guerrero fue la capitana de la primera Selección Femenina de Fútbol que representó a Colombia en una competencia internacional –el Campeonato Sudamericano Mar del Plata 1998 Foto:Federico Botía
En Rusia fue convocada por el entrenador del equipo femenino de fútbol 11 de la Universidad Ovlast de Molajvko. Con ese equipo atravesó la Unión Soviética durante sus últimos años de existencia (1987-1989) y con él, tras una dura semifinal en Lituania, sedujo a una tribuna que terminó gritando: “¡Colombia, Colombia!”.
Regresó a Colombia en 1989 y desde entonces, se convirtió en un referente para la consolidación del fútbol femenino nacional: a partir del 91, empezó a gestar las bases del torneo femenino y fue la primera capitana de la Selección Bogotá. Allí fue integrante del equipo base de la incipiente Selección Colombia que llegó al Campeonato Sudamericano Femenino de Mar del Plata 1998 y que fue eliminado en primera ronda.
En 2001 se retiró como jugadora y años después se convirtió en la primera directora técnica de la selección Bogotá, Colombia y su club deportivo Escuela de Fútbol Vida. En 2003, consiguió el tercer lugar en la Copa América para su equipo. En 2021, el Estadio Deportivo Cali cambió temporalmente su nombre por el Estadio Myriam Guerrero. Esta es la historia de la pionera del fútbol femenino colombiano.
Dicen que su hermano fue su primer maestro e inspiración en el fútbol. ¿Cómo recuerda esos partidos de su infancia junto a él?
Una de las anécdotas bonitas que recuerdo es que al comienzo los niños no querían que yo jugara porque era niña pero poco a poco me fui ganando el espacio. Un día terminaron peleando porque yo quedara en los equipos de los niños. El premio no era una medalla ni un trofeo sino una gaseosa, roscón o un helado y el hecho de que yo estuviera en el equipo era casi que tener garantizado el premio.
¿Recibió críticas?
Claro, por ejemplo una vez que estábamos jugando en una de las cuadras de Tunjuelito, pasaron unas señoras. Me decían que yo qué estaba haciendo ahí, que yo no era un niño, que yo tenía que estar en la casa, que parecía un marimacho, una machorra. Pero los mayores defensores míos fueron los propios niños con los que estaba jugando, tanto compañeros como rivales. Decían “déjela jugar que es la que mejor juega”.
¿Cómo se ganó en esa época el apodo de ‘Seki’?
En un partido alguien dijo: “¡Ay, Myriam se parece a Seki! Además, hace los goles como él”. Desde entonces, en el fútbol, yo no era Myriam sino era “Seki”, y eso era chévere porque era un cambio de personalidad en el partido. Me empoderaba ese nombre. Pero ya no me dicen así, ahora me dicen “la Capi” o “la profe”.
Me gustaba mucho Tarantini de Argentina, porque me parecía muy guapo pero lo más importante es que era un extraordinario defensa. Me imaginaba cómo era poder jugar con él siendo él tan bueno como defensa y yo tan buena como delantera. También me gustaba Fernando Hierro del Real Madrid. De los delanteros, Willington Ortiz, Arnoldo Iguarán, que eran los de la época.
¿Cómo fueron sus primeros pinos en el fútbol profesional?
Al finalizar el grado, nosotros hicimos el campeonato de microfútbol en el colegio, ganamos y quedamos campeonas con nuestro curso. De ahí nos animamos a jugar un interbarrios en el barrio Gustavo Restrepo. Esa fue la primera conexión extramural que tuve desde el colegio. Ahí comencé a estudiar Educación Física y me uní al equipo de micro cuando lo abrieron. Fui parte de las fundadoras del torneo de ASCUN Deportes Bogotá y lo ganamos nosotras en la Universidad Pedagógica Nacional. De ahí tuve las cátedras de fútbol en la universidad, así que me iba interesando mucho más. Además, unas compañeras que tenían equipos organizados hacían interbarrios y me invitaban a jugar. Al final de mi carrera tenía bien claro que quería ser la primera entrenadora acá en Colombia.
En los últimos dos años de universidad, se ganó una beca para estudiar en Moscú. Llegó apenas unos años antes de la disolución de la Unión Soviética. ¿Cómo la recibió el país?
Llegué en febrero en pleno invierno. El primer impacto fue cuando el avión iba aterrizando, se veía todo blanco de nieve y los árboles desmantelados, plenamente muertos. Iba con mi entrenador y mi compañero de especialización Juan Carlos Gutiérrez. Nos comunicábamos con lenguaje de señas. La única palabra que él sabía era курица ‘Kuritza’, que significa pollo. Cada vez que íbamos a comer, decíamos ‘kuritza’ y empezábamos a señalar el arroz, las papas, las cosas que queríamos en el autoservicio. Finalmente tuvimos clases de ruso intensivo y pudimos vivir mejor esa experiencia inmersiva. Pero yo definitivamente la sufrí porque era gente muy fría, personas muy desconfiadas y más que estaban en ese intento de cambiar el sistema político.
Usted logró ser la primera mujer que jugaba fútbol en el instituto en Moscú, ¿cómo fue esa experiencia?
Había estudiantes de todos los países y a alguien se le ocurrió hacer el campeonato internacional de fútbol 8. Todos eran masculinos, pero Colombia presentó en su nómina una jugadora mujer. El equipo que más se opuso fue Cuba. Decían que las mujeres no jugaban fútbol, que no tenían por qué estar en ese rol, que fuera a buscar otros campeonatos de solo mujeres. Sin embargo, decidimos mantenernos, nos aceptaron, y Cuba siguió protestando porque en el partido contra ellos me pegaron muy duro, y me ofendían en la cancha. Fue tan así que el muchacho que me pegó que medía no sé cuántos metros, le hice un túnel y enseguida salí corriendo a la línea. Les dije “cámbienme ahora sí porque este me va a matar” [Risas].
¿De ahí la convocaron a la selección de fútbol de la universidad?
Terminamos el torneo y el profesor técnico de la selección de fútbol 8 me convocó para participar. Ahí fue donde empezó la experiencia maravillosa pues con ellos estuve en diferentes repúblicas de la URSS jugando torneos amistosos, universitarios. En uno de esos campeonatos, al sur de la Unión Soviética, en Odesa (hoy Ucrania), estábamos en ese torneo de fútbol 8 y me convocó el entrenador de fútbol 11 de la Universidad Ovlast de Molajvko, que era como en los alrededores de Moscú. Fue muy arduo ese proceso porque era estudie, entrene, juegue. Estuvimos en dos campeonatos importantes en lo que era la Unión Soviética.
¿Cómo fue que terminaron gritando ‘¡Colombia!’ en las tribunas?
Fue en una de las repúblicas del norte de la URSS, en Lituania, en la Universidad de Riga. Yo estaba atacando y la central de ellas, que era inmensamente grande, me golpeó la cabeza. Tuve un desmayo leve, y cuando medio abrí los ojos hablaba en español y decía que yo dónde estaba, que ellos quiénes eran, que dónde estaba mi mamá. Me sacaron del campo de juego, me atendieron, pero al rato volví y anoté uno de los goles que hicimos.
¿Hizo un gol después de haber estado inconsciente?
Sí, casi perdí el sentido. Pero me reanimaron, entré e hice gol. La sorpresa fue cuando empezaron a gritar: ‘¡Colombia, Colombia!’ Seguramente no sabían mi nombre pero sabían que había una persona de un país lejano. Fue una lástima que no ganáramos porque era clasificatorio al torneo europeo. Quedamos en segundo lugar y solo clasificaba la primera. Así que el sueño quedó ahí. Después participé en otro torneo, pero ya el objetivo más grande no se había alcanzado, entonces bajamos un poco la guardia, y nos dedicamos a jugar más tranquilas.
¿Le ofrecieron la oportunidad de quedarse?
Sí, me ofrecieron quedarme a estudiar pero definitivamente no podía, me jalaba mi país, mi familia, mi mamá. En esa época no había internet, nada de estas facilidades de comunicación. A nosotros nos daban como un salario, se llama estipendio mensual, de 100 rublos. De ahí teníamos que sacar para la alimentación, transporte, y yo dejaba 18 rublos para la llamada mensual a mi mamá. ¡Pero eran solo 3 minutos! Y eso era apenas para decir: “hola mamá”. Eso determinó que yo no me quedara. Así que desistí de la oferta y regresé a Colombia. También es que yo no tenía los recursos, por ejemplo, para venir en unas vacaciones, que era la alternativa que pensábamos. Yo iba con demasiada limitación económica.
Regresó a Colombia en 1989. ¿Cómo encontró la escena futbolística en Colombia para las mujeres?
Totalmente apagada. No había organización, equipos, no había personas ni instituciones que motivaran a la práctica del futbol femenino. Entonces empecé a trabajar con fútbol masculino en categorías menores en el club deportivo Escuela de Fútbol Vida. De ahí me vinculé con la Universidad Nacional y empecé a estructurar el equipo de fútbol femenino y participaron niñas de varias universidades.
¿Qué fue lo más difícil de ese proceso inicial?
Cuando empezamos a hacer partidos de exhibición en las diferentes canchas de la localidades de Bogotá, nos daban horarios irrisorios para los permisos en las canchas como 8 de la mañana, 4 de la tarde, como cuando la gente no iba a estar pendiente de nosotras. En esos partidos sufrimos maltrato muy fuerte, esta vez de parte de mujeres y hombres. Groserías, y maltrato como el que yo había tenido en Moscú. Yo ya había vivido la experiencia así que con base en eso podía animarlas a ellas. Yo les decía: “no bajemos los brazos, miren que alguna vez va a haber selección Bogotá, selección Colombia, de pronto nosotras no lo alcancemos a ver pero va a haber fútbol profesional de mujeres”. Y mira que las palabras tienen poder.
Guerrero fue la primera mujer entrenadora que tuvo el país Foto:Federico Botía
¿Es cierto que algunas veces entrenaron a oscuras?
Cierto. Entrenábamos en la cancha de Modelia, pasando un caño que hay bajando la avenida Boyacá, y ahí era todo sin luz. Pero tristemente cuando llegamos a selección Bogotá, también nos tocó entrenar en escenarios sin luz. Era una circunstancia totalmente difícil. En algunas ocasiones convencíamos a los acompañantes a que pusieran los carros de frente a la cancha y prendieran las luces pero no lo podíamos hacer todo el tiempo. Inventaban la excusa que no habían pagado el recibo, que la luz era para los entrenamientos de los muchachos, mil excusas, con tal de no prender las luces en las pocas canchas que tenían esa posibilidad. En las otras no tenían posibilidad de encender lámparas, no había postes ni lámparas.
En 1997 ganaron la interligas con la Selección Bogotá. ¿Cómo fue ese salto al sudamericano en Mar del Plata en el 98?
Nosotras empezamos en el 91 el torneo nacional de fútbol femenino organizado por la Difútbol. Eso fue un preámbulo muy importante y se mantuvo esos años. En el 97, la Difútbol emitió un comunicado diciendo que el equipo que quedara campeón del Interligas nacional iba a ser la base de la Selección Colombia. Este fue en Medellín y en Bogotá quedamos campeones. Así, tuvimos el honor de poder representar al país. Fuimos convocadas 9 jugadoras de Bogotá y las otras restantes de las diferentes ligas del país.
¿Las apoyaron en la preparación?
La preparación fue muy corta, supremamente limitada, para ir a un suramericano. Teníamos 18 días de preparación, era un proceso bastante irrisorio. Para la estadía, las canchas, el transporte, sí teníamos el apoyo de la federación así como una retribución significativa. No fue gran cosa, pero por lo menos nos dieron unos viáticos. Lo que teníamos que enfrentar era mandar a arreglar los uniformes porque nos daban uniformes de la rama masculina. Nos tocaba mandar a arreglar con costureras o nosotras mismas comprar hilo y aguja y tratar de ceñirlos un poco para que no nos quedara tan grande la indumentaria.
Debutaron contra Venezuela y ganaron pero luego vino ese resultado con Brasil. ¿Cómo recuerda esos partidos?
Para nosotras era un ambiente de emoción, de nervios, de incertidumbre porque no sabíamos las condiciones del otro equipo. Nos entregamos a full y logramos el resultado con Venezuela pero después los nervios pasaron factura porque quedamos super desgastadas. Brasil venía de haber jugado un mundial, les llamábamos ‘el coco del grupo’. No hubo equipo al que no golearan, pero nosotras fuimos de sus víctimas mayores porque nos metieron 12. Pero cuando le hicimos uno, lo celebramos como si hubiéramos ganado el Suramericano porque eso era impensable. Fue tan así que el entrenador de Brasil sacó a la arquera porque le echó la culpa de eso, no itía que un equipo como Colombia le fuera a hacer un gol. Le hicimos un gol a Brasil y se nos olvidó que habíamos recibido 12.
¿Recuerda cómo fue ese gol?
Eso es un reto para mi memoria. Fue algo así saliendo de la línea posterior, un toque con la volante centro y la volante de creación, proyectó Patricia Díaz que era la lateral, le pasan al vacío el balón y ella definió de manera magistral. Fue más o menos así. Después de ese gol nos dimos cuenta que podíamos seguir dando mucho más. La vivimos como que nosotras le hicimos gol a Brasil, no que Brasil nos hizo gol a nosotras. Eso permitió que nos sintieramos más fuertes para enfrentar al siguiente oponente que era Chile. Sentíamos que ya estábamos en igualdad de condiciones con cualquiera y así fluyó el fútbol, las jugadas, la solidaridad en ese último partido que quedó en 5-1.
¿Cómo vio a las jugadoras de la Selección en el mundial de Australia?
Técnicamente me parece que es un equipo bien dotado y tácticamente dentro de los planteamientos que se establecieron fueron puestos a prueba. Fue tan así que solo dos errores nos sacaron del mundial, no fue que hubiese un mal funcionamiento malo. Ellas no merecían salir de esa manera porque estaban haciendo un buen partido pero ese es el fútbol, se gana, se pierde, se empata. Es la primera vez que en un mundial categoría única se llega a esa instancia. Máximo había llegado a octavos de final en el 2015. Mostraron un carácter, identidad y sentido de pertenencia por esta camiseta que ya quisiera uno que todos los Seleccionados jugaran de esa manera.
¿Cuáles fueron los errores de su último partido?
El balón que suelta Catalina Pérez en el área. Incluso Jorelyn Carabalí le alcanza a puntear un poquito y se le pasa por debajo del cuerpo y llegó la inglesa y anotó. Ese fue un error compartido de la arquera y la central. Pero el balón estaba muy esquivo y ellas no pudieron ni rechazarlo ni atraparlo. Ahí fue que tuvo la posibilidad la inglesa de anotar el gol. Y el segundo fue el cierre que hizo Daniela Arias pues no fue contundente. El balón se le pasó también y Jorelyn no alcanzó a hacer el cierre al remate de la delantera inglesa. Ahí fue el 2-1. Ese fue el marcador que nos sacó del torneo.
¿Tiene alguna jugadora favorita o más afín a usted?
Hay tres jugadoras: por carácter, actitud, compromiso, amor y entrega Catalina Usme. En la mitad, el compromiso, la gallardía, la experiencia y contundencia de Lorena Bedoya. Con Daniela Arias me identifico mucho en la posición de central, muy precisa. Ellas tres son las que más destaco.
¿Qué piensa de que Linda Caicedo esté en los tres mundiales y en el Real?
Me parece que es una persona que ha recibido muchas cosas en muy poquito tiempo y aún se ha mantenido tranquila, serena, y confiada en lo que es de lo que tiene y puede. Como jugadora, sembró bastante en el mundial, ya en los partidos después de que la vieron anotarle a Corea y Alemania, le mandaban doble marca, triple, era una jugadora referente para rivales y eso da mucho de qué hablar de lo positivo.
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POR PRIMERA VEZ TURKISH AIRLINES OPERA UN 787-900 DREAMLINER Foto:Carlos Ortega
Pese a todo, hoy siguen los problemas para reconocer y tener una liga femenina constante. ¿Considera que las cosas han cambiado a su época?
Creo que valió la pena luchar, guerrear, persistir, insistir pero falta muchísimo camino por recorrer en cuestión de equidad e igualdad. La Selección no pide más de lo que merece. Ha mejorado pero estamos bastante lejos para el tratamiento de una selección de unas jugadoras como las que nos representaron en Australia. Tengo comunicación con Catalina Usme, es una jugadora que siempre he irado y hemos tenido una conexión muy especial.
¿Qué es lo que más ha cambiado?
Nosotras no pudimos soñar con recibir una remuneración. Todo nos tocaba costearlo a nosotras, la alimentación, el transporte, entonces nos tocaba trabajar para poder jugar. Eran jornadas extenuantes, porque algunas trabajábamos en la docencia, fábricas como operarias, como policía de tránsito, diferentes ocupaciones que el horario del día era demasiado desgastante y la única satisfacción era llegar en la noche a prepararnos para representar nuestra ciudad o club, y eso era todo para nosotros. Son muchas las cosas que nos hicieron falta que hoy, a ellas, no. Pero aún no es suficiente el nivel de excelencia que debe tener ese seleccionado nacional.
Esta entrevista fue realizada por Gabriela Herrera Gómez