La Comisión Corográfica tuvo lugar en la Nueva Granada hacia 1850. En la esfera pública, era un esfuerzo por describir los habitantes, las costumbres y los territorios de la república, pero en la intimidad de los implicados era también una ruta que ayudaría a comprender el territorio para explotarlo y potenciar así el comercio.
Este es el marco en el que transcurre Peregrino transparente, la nueva novela del escritor Juan Cárdenas (Popayán, 1978). En su relato intervienen personajes traídos de la ficción, pero también otros reales como el militar italiano Agustín Codazzi, que lidera la Comisión, o el paisajista inglés Henry Prince.
“La masa de la fantasía crece muy despacio”, escribe Juan Cárdenas en las primeras páginas. Esta frase parece ser una huella explícita de las costuras de la novela, de la forma en la que fue escrita, pues el foco narrativo abandona pronto –aunque parcialmente– esa voz de persona que imagina y da paso a las miradas de quienes están allí, en las selvas, en las casas, en los ríos, en los encuentros y las despedidas en las riberas esperando por un artista escurridizo y misterioso –protagonista camuflado del libro–, que hace imágenes que suenan y luego desaparece.
La inventiva de la que surgen los personajes, tanto los que realmente vivieron como los que no, es documentada con abundancia. Esta novela la escribe alguien que, se nota, ha recorrido los archivos completos de ese periodo y esa travesía y descubrió allí cómo hablan, qué ven y por qué pintan lo que pintan quienes tuvieron a cargo ese registro siempre subjetivo y turbio del territorio que hoy es Colombia.
Aunque la columna vertebral de la narración es ese artista, sobre el cual por muchos tramos de la narración se duda de su existencia, la novela es también un documento múltiple en el que se abre espacio para la poesía, el ensayo, el dato científico e histórico e incluso para hacer una mezcla de tiempos en la que el entorno de una expedición que ocurrió hace más de un siglo permita citar a Kanye West.
A todas estas formas de contar las une la precisión. Aunque es un libro de misterios, no hay intervenciones prescindibles ni maniobras. Si la tempestad aparece, por ejemplo, se mantiene durante las palabras que sean suficientes para que el lector sienta los truenos en su imaginación y comprenda luego la presencia de esa lluvia. Las palabras que escoge son también justas y –contra todo pronóstico– cercanas. Es una escritura limpia de florituras, apenas las necesarias para ilustrar la complejidad de los personajes y los temas que lo requieren. Esto hace que, a pesar de la carga de datos, filosofía y paisajes, no sea una lectura que fatiga. El colonialismo, la geopolítica, el racismo y la ficción dentro de la política son expuestos con contundencia pero también cierta levedad.
La naturaleza aparece en este viaje como un lugar que recibe, como un reto que debe atravesarse, como un contenedor de belleza y también como la fuente de la que se planea beber para completar ambiciones humanas. Es finalmente este entorno el que guía la novela y los personajes hacia la maraña de dudas y criaturas imposibles que en el camino deben huir, pero no sin antes crear cierto caos, anécdotas, inicios y, finalmente, una historia por contar anclada a la tierra. La masa de la fantasía crece muy rápido y no para en este relato de Juan Cárdenas.
ANDREA YEPES CUARTAS
Otras lecturas dominicales