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El impacto de implementar una política exterior feminista

Al menos 16 gobiernos del mundo han adoptado formalmente políticas exteriores feministas.

NYT: La muerte de Mahsa Amini inspiró protestas en el mundo. "Libertad", escrita en farsi en una mano en Santiago de Chile.

NYT: La muerte de Mahsa Amini inspiró protestas en el mundo. "Libertad", escrita en farsi en una mano en Santiago de Chile. Foto: Esteban Felix/Associated Press

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Cuando Margot Wallstrom, entonces Ministra de Relaciones Exteriores de Suecia, anunció allá por el 2014 que su país aplicaría una política exterior feminista, la idea fue recibida con escepticismo. Wallstrom fue criticada por el establishment de la política exterior a nivel mundial, tanto por su enfoque abiertamente activista como por la percepción de que era ingenua ante las realidades de la realpolitik. Como lo expresó un artículo del New Yorker del 2015, “Dentro de la comunidad diplomática, donde las palabras se eligen cuidadosamente para no ofender, generalmente se evita la palabra ‘feminismo’”.
La visión de Wallstrom resultó estar a la vanguardia de algo más grande que Suecia. Menos de una década después, 16 gobiernos han adoptado formalmente políticas exteriores feministas. La idea comenzó como un enfoque nórdico de nicho para poner los derechos y la representación de las mujeres en el escenario mundial, y se ha convertido en una herramienta global para que los gobiernos articulen su compromiso de priorizar a las personas y al planeta por encima de las batallas por el dominio económico y militar, para centrarse en colaboración sobre la competencia.
Fueron necesarios cinco años para que los primeros cuatro gobiernos —Suecia, Luxemburgo, Francia y Canadá— adoptaran políticas exteriores feministas. Desde el 2020, a medida que los gobiernos progresistas han llegado al poder, una docena les siguieron, en un área geográfica más diversa, incluyendo Latinoamérica, África y Asia. A medida que el movimiento ha crecido, su enfoque se ha expandido de desafiar las arraigadas dinámicas de género a alterar las dinámicas coloniales que continúan definiendo las relaciones.
La forma que toma la política exterior feminista varía de un país a otro. Alemania, el país más grande del grupo en términos de ayuda exterior, se ha comprometido a casi duplicar sus donativos destinados a la igualdad de género. Canadá y Eslovenia han alcanzado o superado la paridad de género en su cuerpo diplomático o de embajadores, mientras que Francia, España y Colombia han creado consejos de activistas feministas para asesorar a sus gobiernos. Argentina ha puesto el feminismo transgénero al centro de su política exterior e interior, creando el cargo de representante especial para la orientación sexual y la identidad de género. Y los Países Bajos han encargado un estudio sobre el racismo en el Ministerio de Asuntos Exteriores.
Esto no es sólo hablar. Dar prioridad a las mujeres tiene un impacto mensurable para ayudar a las naciones a alcanzar sus objetivos de política exterior. Un estudio global de las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas arrojó que la participación de las mujeres en el proceso de consolidación de la paz aumentaba en un 20 por ciento la probabilidad de que un acuerdo de paz durara al menos dos años, y aumentaba en un 35 por ciento la probabilidad de que durara 15 años.
Los países con mayor igualdad de género tienen más probabilidades de cumplir con las leyes y tratados internacionales, y menos probabilidades de utilizar la violencia como primera respuesta en un entorno de conflicto. En términos económicos, un reporte de McKinsey del 2015 encontró que una verdadera igualdad de género en todas partes aumentaría el producto interno bruto mundial hasta en 28 millones de millones de dólares.
Hay vientos en contra, desde las llamadas fuerzas profamilia en Rusia, Polonia y Hungría que están trabajando para hacer retroceder los derechos de las mujeres, hasta las medidas enérgicas contra la libertad de las mujeres en Irán y Afganistán, y los derechos reproductivos y transgénero en Estados Unidos. Si una serie de victorias electorales progresistas es lo que nos trajo este movimiento, una ola de victorias conservadoras puede acabar con ello con la misma rapidez.
Tomemos como ejemplo Suecia, donde empezó todo. En el 2022, tras un cambio de Gobierno, Suecia anunció que ya no seguía una política exterior explícitamente feminista y que reduciría su presupuesto para la consolidación de la paz y endurecería las restricciones a la inmigración.
Durante los siguientes 12 meses, al menos tres países más con política exterior feminista enfrentarán elecciones críticas: Argentina en octubre, Países Bajos en noviembre y México en junio. En estos y otros países, las fuerzas de derecha están amenazando la agenda feminista, con candidatos estilo Donald Trump y una retórica cada vez más racista, misógina y populista que promete rescindir los derechos de las mujeres, las oportunidades para los solicitantes de asilo o los compromisos con la justicia climática.
Desde Washington hasta Buenos Aires, hay un gran riesgo de que estas políticas progresistas y duramente reñidas puedan abandonarse fácilmente, y con ellas, las esperanzas de una mejor protección a las personas, la paz y el planeta. Pero ha surgido una nueva coalición que está haciendo lo que puede, donde puede y mientras puede. Y esa es una muy buena noticia.
Por: intelIGENCIA/Lyric Thompson

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