Tenemos un gobierno que está aprendiendo a serlo y una oposición que no termina de acomodarse. En las marchas de la semana pasada y los paupérrimos memes que ha intentado hacer la oposición hasta el momento es claro que les hace falta el brazo de la juventud.
Si algo demostraron las pasadas elecciones es que solo quien domina las redes sociales y convence a los jóvenes a través de una escucha activa de lo que reclamamos es quien al final triunfa en un escenario electoral. Ya no estamos en ese momento coyuntural y las maromas que hace la oposición pueden costarle más de lo que estima en su carrera por conseguir el apoyo de nosotros los jóvenes, las conversaciones y la opinión pública, un apoyo que pasará factura para las elecciones del 2023.
La política de hoy parece atrapada en un juego de niños: un grupo está preocupado por devolver lo que les hicieron en el gobierno pasado, pero no se preocupan por escuchar o captar un nuevo público; y los otros parece que aún no asumen su cargo con la firmeza que se requiere, cometiendo errores que no desaprovechan en reprocharles. Incluso, parece que algunos senadores quieren entrar en un juego de medirse en quién es mejor convocando a marchas o haciendo niñadas.
Hemos visto espectáculos de caballos, ruido en torno a las propuestas de la presidencia, pero de política y decisiones acordes con lo que clamábamos como sociedad, muy poco. Mientras tanto, afuera crece el desprecio a las banderas de equidad del Gobierno, que al final terminan atentando contra el mundo que la juventud desea: sin racismo, violencias de género y ambientalmente sostenible.
Sin duda, hay muchos opositores al Gobierno, pero ese grupo no está haciendo algo diferente a lo que Duque hizo durante cuatro años. Están empeñados en comulgar con sus lucubraciones, en no oír, no leer, no ver y no aportar racionalmente a las discusiones que debemos tener como país. Simplemente están jugando a quién se desprestigia primero y eso no aporta, no soluciona y por el contrario entorpece el ejercicio político y social que esperamos de nuestros mandatarios. El Gobierno no debería estar preocupado en defenderse de los ataques de una oposición débil, pero sí de la desinformación de la que demostraron ser actores y víctimas.
El Presidente ha empezado a entablar puentes con la oposición, pues su bandera siempre fue la de hablar con la diferencia y construir una paz total verdadera. Pero la oposición política no reúne a todas las personas que salieron a marchar ni a los jóvenes que no son representados por el Gobierno, dejándolos como huérfanos políticos. La oposición debe empezar a entablar diálogos con las nuevas generaciones, es importante para la democracia la consolidación de nuevas voces contrarias al Gobierno, pero mejor informadas y lideradas. Sin embargo, los debates con ideas dentro y fuera del Congreso que logren recoger sus preocupaciones parece que fueran una ensoñación, una cosa del pasado o que les quedaran grandes a los políticos que deberían liderarlo.
Ahora bien, las provocaciones ramplonas de la oposición pueden hacer que perdamos el buen juicio y el objetivo. Aunque muchos jóvenes han llegado a altos cargos en los ministerios y en las Unidades de Trabajo Legislativo para demostrar que el cambio que reclamamos en el 2019 y el 2021 se hace con nosotros y es en serio, es fácil ver cómo reaccionamos a veces solo en defensa de nuestros intereses o nuestra simpatía política. Parece que ahora que hacen parte del órgano de poder se les olvidó lo que es tener la necesidad de ser escuchados y no ridiculizados. Tenemos tantos espectáculos políticos a la semana que el peligro de caer en un doble rasero, juzgar duramente a los que no piensan igual y pasar de largo con quienes compartimos ideología social está a la orden del día.
ALEJANDRO HIGUERA SOTOMAYOR