El metaverso es un mundo virtual en proceso de construcción por Mark Zuckerberg, creador de Facebook, que promete ser una salida a todos los problemas sociales que tenemos hoy en día: racismo, machismo y otros tipos de violencia. La ausencia de los cuerpos físicos permite una rápida adaptación a los deseos sociales y una disminución de la incomodidad que las diferencias pueden generar en los otros. Los cuerpos y el género no son importantes (pues están cercenados de la mitad para abajo, haciendo que no exista distinción entre hombres y mujeres), las etnias son fácilmente modificables con un clic e, incluso, es posible tener la personalidad y los gustos que siempre se habían deseado en la vida real.
Así, pues, el metaverso plantea un mundo en el que todos podemos ser iguales: sin el lastre histórico y económico que detuvo a las generaciones pasadas en el objetivo de alcanzar “la paz perpetua”. En el que las normas sociales podrían ser aquellas que nos imaginamos funcionan mejor, sin la interferencia de un sistema representativo que tarda años en aprobar lo que los descubrimientos científicos y el conocimiento popular han reflexionado en un par de meses. ¿Pero es la igualdad el camino a la tolerancia social?
Muchos jóvenes creen que sí y están entusiasmados ante la posibilidad de ingresar a un mundo en el que puedan crear una identidad nueva que les permita tener la aceptación social que los cuerpos físicos les niegan, pues somos implacables con nuestros prejuicios. Resulta interesante preguntarse si el hecho de que podamos cambiar nuestra apariencia en un entorno virtual y construir un personaje nos hace más tolerantes ante las diferencias o simplemente nos aleja de la incomodidad que nos generan. Pero ese paraíso kantiano, en el que nadie se hace daño, o ese mundo distópico huxliano, en el que controlamos todas las variables y somos felices, deja de lado una pregunta por la naturaleza humana.
Peter Sloterdijk en su libro 'Normas para el parque humano', una obra que busca definir aquello que nos hace humanos y problematizar la vida en sociedad, menciona que “el hombre representa la máxima violencia para el hombre”, asunto que hemos visto con las recientes noticias sobre el metaverso. Unos meses atrás, las dinámicas del bullying habían llegado a este universo virtual. Algunos s empezaron a crear cismas entre los que tenían una vestimenta predeterminada y los que podían costearse la diseñada por grandes marcas.
Por otro lado, hace unas semanas hubo una situación de una usuaria que denunciaba haber sido víctima de acoso sexual en las pruebas del metaverso, lo cual disparó el tema de la ética en la virtualidad y también las preguntas de los límites de la interacción en este entorno. No pienso cuestionar si son escenarios de acoso o bullying, pero ambos resultan ridículos e incluso muy difíciles de comprender si recordamos la razón por la que se creó el metaverso y sus limitantes en términos corporales. Sin embargo, ahí están, atentando contra un mundo virtual que creamos para escapar del prejuicio y la maldad de la presencialidad.
Lo que sí me gustaría poner sobre la mesa es que estamos ante la necesidad de plantearnos y construir un derecho digital, pero más que eso, una educación social virtual. Sloterdijk advierte que por mucho que destruyamos el mundo en el que vivimos (como con ansiedad queremos hacerlo algunos jóvenes), por más que curemos de alguna forma las dolencias que generan nuevas víctimas de machismo, racismo y otras violencias, siempre será necesario trabajar en la educación y tolerancia de las diferencias. Solo en la separación de la idea de que “lo diferente” está en la categoría de “lo malo”, descubriremos finalmente si es posible tener un mundo hecho a nuestra medida que nos salve de los dolores como sociedad.
ALEJANDRO HIGUERA SOTOMAYOR
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