Pablo Gamboa Hinestrosa, maestro de artes plásticas y antropólogo, crea en Las metamorfosis del oro una cartografía histórica, pero sobre todo artística, de la fiebre del oro que produjo el descubrimiento de América. Configura una mitología alrededor del fino y oprobioso metal, que incluye la visión indígena y la de los primeros cronistas. La palabra ‘oro’, recuerda, sirvió de puente a Colón para que Isabel de Castilla apoyara la cruel aventura de España al otro lado del océano.
Gamboa emula a Giulio Carlo Argan: “Cualquiera que sea la antigüedad de la obra de arte se da siempre como una cosa que sucede en el presente”, pues el tema central del libro es la excelsa orfebrería de algunas culturas precolombinas. La colección quimbaya, el tesoro de Monte Albán en México y el tesoro de Sipán en Perú son grandes creaciones artísticas equivalentes a su peso en oro. Durero, cuando vio el regalo de Moctezuma a Cortés, afirmó: “Nada he visto a todo lo largo de mi vida que haya alegrado tanto mi corazón”. Gamboa rastrea el origen de El Dorado, sus incesantes búsquedas que abarcan Panamá, Colombia, hasta el Perú, una obsesión que enloqueció a Aguirre y asesinó a muchos pobladores originarios, sin hallar el ilusorio paraíso. Además de la rigurosa investigación, encontramos anécdotas que parecen sacadas de la ficción, como los varios desagües a que fue sometida la laguna de Guatavita; recuerda un poema de Poe en el cual un personaje pregunta sobre dónde hallar El Dorado, el otro le contesta: “En la Luna... en el Valle de las Sombras”.
¿Y el tesoro quimbaya? Es otra matriz del libro, aquellas mariposas, sapos, bastones, ídolos, encontrados por guaqueros en La Soledad, Quindío, en 1869, que el poeta Rubén Darío, al ver los vasotes de oro en el Museo de las Américas en Madrid, los comparó a los de Odiseo en la Ilíada. ¿Qué pasó? Pues que el presidente (e) Carlos Holguín, cuñado de Miguel Antonio Caro, como cualquier mal bachiller del Congreso, solapadamente lo compró con dineros públicos a un comerciante, y en un acto de lagartería lo donó a María Cristina, la reina regente de España. ¡Devolved el tesoro! es el epílogo del libro, porque equivale para Colombia lo mismo que el busto de Nefertiti para Egipto, hoy en un museo de Berlín. Un texto evocador de las metamorfosis del pasado para no desfallecer en el presente.
Alfonso Carvajal