Dos terribles calamidades surcan ‘Camposanto’ (Sílaba Editores), de Marcela Villegas (1973-2022): la pérdida de la memoria y la desaparición forzada; en sus intersticios fluyen la vida, sus contradicciones, oscuridades y dichas efímeras. Allí brota el poderío de esta corta e intensa novela.
Amalia es una antropóloga forense, que en los cuerpos y huesos desparramados en los ríos de la patria busca identificar a las víctimas de la violencia; simultáneamente, Elena, su madre, comienza a hundirse en el averno desconocido del alzhéimer: “Hoy que estoy enterrando su independencia, siento que he parido una hija vieja, y he de cuidarla y no verla crecer, sino encogerse o diluirse”, dice Amalia.
La voz narrativa es la de Amalia, pero a veces entra la voz interna de la madre, allá en ese limbo pernicioso donde ha perdido la memoria y el o con los otros, y se molesta de que hablen delante de ella en tercera persona, es decir, que versen en pasado, “era, fue, hacía…”. La madre mentalmente alega que sigue estando aquí, y “que seguirá estando aquí cuando me coma dichosa mi propia mierda”. Este juego polifónico de Marcela Villegas es magistral, pues nos hala con agudeza a la tragedia cotidiana de la madre y la hija. También permite la ficción del monólogo incierto que es el alzhéimer. A Elena parece que solo le quedara el olfato, en ese extravío recuerda el olor de Amalia recién nacida, del agua de colonia de su padre y el de un amante fugaz que olía a limón: fragmentos de un mapa humano que se borrara integralmente. Recuerdos esenciales que rememora todos los días, “como si contara monedas”.
Mientras tanto, Amanda, sumergida en una realidad cruenta, le hace frente a una tragedia nacional y personal. Limpia huesos, arma esqueletos, y muchas veces detrás de la cinta amarilla, las familias “reconocen como suyo un pedazo de ese naufragio enterrado”. Mientras Amalia piensa en los muertos en el lecho de un río que se “iban desmembrando como un rastro de huesos por las riberas”, la intangible enfermedad de su madre, ese misterio del cerebro, la lleva a reflexionar sobre su pasado y en un camposanto nacional deshaciéndose a pedazos.
Vidas incomunicadas que la literatura de Marcela reseña en un coro de dolor, con una austeridad hiriente, porque la vida es un paso a la muerte, la única esperanza de ser, de nombrar, hasta que todo desaparezca.
ALFONSO CARVAJAL