Alguien me lo mentó. Juan Gabriel Vásquez escribiría una biografía novelada sobre Víctor Gaviria. El hecho, novelesco en sí, me produjo sorpresa y una cómplice esperanza. Un escritor de excelso oficio, apolíneo, sin calle, como me dijo una amiga, y un monstruo del séptimo arte, visitante asiduo de terrenos pantanosos, tronaba sugestivo.
Laureados ambos, uno en Cannes y el otro en Alfaguara. No aguanté y les comenté al arquitecto González Escobar y a un escritor cercano. El primero quedó estupefacto, pues conocía a Gaviria, y este nada había murmurado. El segundo expresó que era una pareja dispareja, denotando cierto escepticismo. También le conté el rumor a Henry Posada, creador del programa radial Tintas y tintos, quien guardó un silencio monástico.
El suceso editorial me dio vueltas. Me parecía un reto para Vásquez, un aventurado giro en su literatura, a mí, que pienso a fondo que los riesgos en literatura son benéficos para el escritor y los lectores. Recordé la inolvidable biografía no autorizada que escribió Gerardo Reyes sobre Julio Mario Santo Domingo, valiente, honda y documentada; también, El oro y la oscuridad, del eximio cronista Alberto Salcedo Ramos, sobre Pambelé, que delineaba los límites entre el éxito y la desgracia personal. Me imaginaba a Vásquez, un apasionado de Conrad, inmerso en el mundo de Rodrigo D, donde no existe futuro, o explorando la psiquis del animal, ese ramalazo crudo sobre la violencia contra la mujer. Un día me llamó González Escobar, a contarme que Gaviria le había respondido socarronamente: “Uy, profe, está usted muy bien dateado”.
Una inesperada mañana, el sueño, para utilizar un vocablo actual, se hizo trizas. A González Escobar, qué pena, yo lo había dateado mal. Gaviria, zorro en las lides de la vida, capoteó la situación. La novela no era sobre Víctor, sino sobre Sergio Cabrera, director nacido en Medellín, que vivió en China y fue guardia rojo a los 16 años, insurgente del Epl, estudió Cine en Londres, senador, y realizó un divertimento criollo clásico, La estrategia del caracol, (Premio Goya y en el Festival de Berlín) que dio esperanzas de rebeldía en una época donde los carteles de la cocaína corrompieron los hilos gruesos de Colombia. La novela había cambiado de director. Nacía en mi mente otra película. Vivir es soñar y como dice el adagio: amanecerá y leeremos.
Alfonso Carvajal