También podrían encabezar esta columna otros titulares: ‘Muere el fundador del populismo contemporáneo’, ‘Desaparece italiano más influyente de la segunda mitad del siglo XX’ (Mussolini fue el más influyente de la primera). O, simplemente, como sugiere Samper Pizano, “La desaparición de un sinvergüenza histórico que dejó una huella lamentable en la política de su país y del mundo”.
Algunos analistas, como Sergio del Molino, consideran a Berlusconi como “el mejor discípulo de Gramsci”, el que mejor llevó a la práctica la “hegemonía cultural”, dominando el paisaje cultural de un país como cofundador de una tradición política, el triunfo de un populismo mesiánico en una democracia más o menos consolidada, que en las últimas décadas ha llegado a dominar el relato político de países como Turquía, Brasil, India o Estados Unidos.
Las andanzas de Berlusconi requerirían varios tomos de narrativa picaresca. Inculpado en más de 30 procesos judiciales, incluyendo corrupción de menores, solo fue condenado (al modo de Al Capone) por fraude fiscal en 2013, lo que supuso su inhabilidad política que terminó de cumplir en 2018. Sus peripecias, según algunos analistas, son una auténtica enciclopedia sobre cómo burlar la justicia desde dentro de las instituciones.
En principio, jamás explicó cómo logró una fortuna incalculable empezando por ganarse la vida cantando en cruceros y vendiendo aspiradoras a domicilio. Parece que tuvieron algún papel su padre, banquero de la mafia, y la alianza con financieros poseedores de dineros oscuros en Suiza. Luego llegó la alianza con la logia masónica P2, a través de cuyos banqueros obtuvo préstamos millonarios. Precisamente fue condenado por perjurio al haber negado pertenencia a la organización secreta P2, cuyos alcances nunca fueron desvelados, más allá de su afán por impedir la llegada del Partido Comunista al poder, lo que no parecía tan lejano en algún momento de la política italiana. Al final, Berlusconi consiguió mantener una red oculta de 64 sociedades en paraísos fiscales, diseñadas para crear insondables fondos en negro.
Mientras tanto, Silvio Berlusconi se desenvolvió como uno de los mayores genios políticos de las últimas décadas, entendiendo la política, según el analista Íñigo Domínguez, como el arte de conseguir a cualquier precio y sin ningún escrúpulo lo que se proponía, con un sexto sentido de la empatía, el espectáculo y la lectura de las emociones colectivas. Si Trump es peligroso, imagínense, sugiere Domínguez, “que además fuera simpático”.
Un aspecto curioso de Berlusconi fue su afinidad con el dictador ruso Putin. El importante diario económico ruso ‘Kommersant’ declaró en su artículo de despedida ‘El amigo Silvio’ que fue “un hombre querido, un verdadero amigo al que Vladimir Putin se refirió en su despedida desde el Kremlin como ‘un hombre querido, un verdadero amigo que yo he irado sinceramente siempre en su sabiduría, su capacidad de tomar decisiones clarividentes, equilibradas, incluso en situaciones difíciles’”.
A la hora de resumir su ‘aportación’ y su herencia, solo cabe un análisis de impresiones. Berlusconi sembró la política de lo vulgar, lo zafio, la desfachatez a cielo abierto, la mentira sin complejos… todo ya convertido en una plaga para que por el momento ya no hay remedio, una franquicia con sucursales abiertas en medio mundo. El populismo de Berlusconi y su afán de convertir la política en espectáculo, empleando un lenguaje directo, demagogo, populista, televisivo banal y demagógico. Personalista, sin sucesor designado, su herencia la reciben hoy los derechismos populistas más vivos en Italia, los del ultraxenófobo Salvini y el de los seguidores de la posfascista presidenta Meloni.
En todo caso, como reflexionó amargamente el gran escritor Andrea Camilleri sobre Berlusconi: “Los italianos se reconocen en él. Cuando ven a un tipo que es imputado tantas veces y no lo condenan porque el delito prescribe o porque cambia la ley a su favor, la gente piensa, qué listo, yo quiero ser como él”.
P. S. Triste récord. A fines de mayo, la humanidad superó, según Acnur, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, la cifra de 110 millones de personas a las que la persecución, la violencia o los abusos contra los derechos humanos han obligado a abandonar su hogar, en lo que constituye el éxodo más rápido desde la Segunda Guerra Mundial. La invasión de Ucrania ha contribuido a incrementar la escandalosa cifra de 100 millones alcanzada tristemente en 2021. En lo que respecta a las peticiones de asilo, estas no dejaron de incrementarse, hasta 2,5 millones de personas durante el pasado año. Colombia ha sido el tercer país de acogida, después de Turquía e Irán, por delante de Alemania, según acaba de destacar positivamente el alto comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, Filippo Grandi.
ANTONIO ALBIÑANA