A las niñas, como a las mujeres, se les ha repetido incansablemente que algún día las cosas cambiarán. Que sus derechos serán plenamente reconocidos, que tendrán a la educación, a la salud; se les dice que, algún día, podrán vivir en un mundo más justo y equitativo. Simplemente, nos hemos acostumbrado a hablar del futuro como si fuera el único espacio donde la justicia será posible, aun así, esa promesa y deuda histórica nunca se salda, al contrario, parece acentuarse. Mientras tanto, en el presente, las niñas siguen enfrentando las mismas desigualdades, las mismas violencias y las mismas barreras que las han oprimido durante generaciones.
Es evidente que, tanto a nivel mundial como en nuestro país, son ellas las más expuestas. Basta con pensar en la barbarie de la guerra en Oriente o en leer los edictos que obligan, de la manera más literal posible, a callar a las mujeres. Su voz no puede escucharse en público: que no hablen, reciten, canten o lean en voz alta. En otras latitudes, las realidades también son preocupantes, miles de niñas son forzadas a asumir roles que no les corresponden, encargándose del trabajo doméstico o de las labores de cuidado en su casa, lo que las aparta de la escuela y les impide vivir y disfrutar de su infancia. Enfrentan, además, diversas formas de violencia, incluyendo el abuso sexual, los embarazos infantiles y adolescentes, la explotación laboral y los matrimonios forzados. Estas experiencias no solo afectan su bienestar inmediato, sino que también limitan sus posibilidades futuras, arrebatándoles la posibilidad de construir su propio proyecto de vida.
Y es que, pese a un panorama tan hostil, la sociedad a menudo les pide que sean pacientes, que esperen a que las cosas mejoren. Las preguntas son: ¿Cuánto más debemos pedirles a las niñas que aguarden, mientras su presente sigue marcado por la falta de oportunidades y la violación sistemática de sus derechos? ¿Cómo podemos hablarles de un mañana mejor cuando carecen de un ahora que les ofrezca garantías?
¿Cuánto más debemos pedirles a las niñas que aguarden, mientras su presente sigue marcado por la falta de oportunidades y la violación sistemática de sus derechos?
Quedarme inmóvil ante esta pregunta no ha sido una opción. Al contrario, sé que, como a mí, también ha motivado a muchas organizaciones y personas en el mundo que, con la conciencia del presente, construyen un mejor futuro para ellas. Hace cinco años, Profamilia, con el apoyo de la Embajada de Canadá, se embarcó en uno de los proyectos más inspiradores, pero también de los más retadores que hemos asumido en nuestros 60 años de servicio a Colombia: entregar una nueva generación de niñas, niños y adolescentes que, gracias a la Educación Integral en Sexualidad, al a servicios de salud y al desarrollo de su autonomía, agencia y potencial, nos demostrarán que sí es posible generar un cambio social positivo. Hoy, más de 14.000 niñas, niños y adolescentes del proyecto Valiente son prueba de ello.
Y es que hablar de equidad y justicia sin acciones concretas es perpetuar un ciclo de promesas insuficientes. Por lo que tomar acción, como lo hicimos con Valiente, es una tarea que nos corresponde a todos. Hoy, por ejemplo, Colombia está a un paso de lograr un hito histórico en la defensa de la niñez eliminando el matrimonio infantil.
Esta práctica es uno de los fenómenos más devastadores para la salud y el bienestar de las niñas. En pleno siglo XXI, todavía es legal en muchos países, incluido el nuestro, que menores de 18 años se casen. Forzadas a unirse a hombres adultos que duplican y hasta triplican su edad, truncando sus vidas y sometiéndolas al interminable círculo de la violencia y la pobreza. El matrimonio infantil es una violación flagrante de sus derechos humanos, eliminar esta práctica debe ser una prioridad urgente para cualquier sociedad que se proclame defensora de los derechos de la niñez, por lo que confiamos en que el Congreso de la República priorice el debate que resta para eliminar el matrimonio infantil en Colombia. ¡Es aquí, es ahora!
MARTA ROYO
Directora Ejecutiva de Profamilia