Una hermosa chica pone sobre su celular sellos con los logos de varias redes y un gran corazón que late como llamándola; con un pitillo introduce una punta en su nariz, y en el otro extremo están el corazón y las marcas, que ella aspira profundamente, como si quisiera que irrigasen todo su cuerpo, decidida y con pasión. Acto seguido suspira, está drogada, y por unos instantes cree estar tranquila. Ese meme produjo una imagen inquietante de esta década en la que se impulsa un deseo colectivo de ser felices, y se ha encontrado que la principal confabulación para ese logro es la droga, pero no solo la coca o cualquier happy pill, sino la tecnología doméstica.
Me encontré en la calle con una gran amiga, y me pidió la dirección de Instagram; descubrió que apenas tenía unas docenas de seguidores frente a sus más de cien mil, lo que nos produjo risa, cada uno por sus motivos. La conectividad y sus infinitos seguidores están desbordados, y en todas las prácticas diarias nos topamos con más ofertas de agrado. Si vamos a un restaurante, la camarera puede pedirnos como propina extra que le demos un like, y lo hacemos por simple solidaridad con el empleado, incluso si la comida no fue del agrado, pues está en peligro su puesto, justo por no gustar... y así rodamos con estos ruegos, pidiéndonos limosnas digitales. Y ¿qué ocurre si desaparece el dinero y quedan los likes como moneda? Esto ya fue expuesto en un capítulo de la serie negra y futurista Black Mirror. Una movida de la industria de la felicidad que nos quiere a todos bailando con la sombra, con una sonrisa de par en par aspirando positividad.
Los likes conllevan placer y gratificación, nos han demostrado que una carita feliz luego de un día difícil ayuda a pasarla mejor. Seguramente el mundo de los likes apunte a una felicidad superficial, esa pasajera de un chupete. Decía Mikel Jaso que podemos “acostarnos anónimos y levantarnos famosos”. Pero puede venir el retuit: algún maloso introduce alguna infamia y el castillo de aire se derrumba. ¿Ese es el juego? ¿Jugamos a ‘ser gustados’ y terminamos siendo excluidos? El mundo de los likes nos pone en la cuerda floja; de un lado, sonreír con júbilo; del otro, tirarnos al piso porque nos han derrotado: todo en 24 horas. No son drogas de la felicidad, sino de la ansiedad y el delirio. Es la industria para seres angustiados que algún día, cada quien valiente e inspirado, se sublevarán contra la tiranía de tener que gustar.
ARMANDO SILVA