El año 2024 se nos fue, y con él, dos centenarios que apuntan a Colombia: uno directamente al corazón literario, emocional, social y ambiental de Colombia, los 100 años de La vorágine; y otro, de refilón, los mismos 100 años de la muerte de Joseph Conrad, el marino polaco. Retrocedamos en la historia y resumámosla.
En 1885 se organizó la Conferencia de Berlín, dirigida por Otto von Bismarck, y en ella, entre muchas decisiones, como la libre navegación de los ríos Congo y Níger y la abolición de la esclavitud, las potencias europeas se repartieron escandalosamente África. Fueron 14 los países participantes del expolio.
A Leopoldo II de Bélgica le entregaron el Congo "como finca particular". Y aunque este rey nunca fue al África, la dominaba por medio de soldados entrenados que cortaban las manos a los negros que no entregaban la cantidad de caucho solicitada, y lo hacían para economizar balas, exactamente como harían los nazis años después al crear campos de exterminio con gases, para economizar proyectiles que Hitler necesitaba para la guerra.
Historiadores dicen que así, tras el caucho, el marfil y los diamantes, asesinó entre 5 y 10 millones de congoleses, aunque no todos los belgas están de acuerdo con la cifra. Los historiadores y biógrafos no se censuran al calificarlo como sádico y sanguinario.
Leopoldo istró su finca hasta 1909, año de su muerte. Una estatua de Leopoldo fue retirada de la ciudad de Amberes. El marino polaco Joseph Conrad denunció las atrocidades del monarca belga en su novela El corazón de las tinieblas, escrita en inglés. Y allí en el Congo, Conrad se conoció con el diplomático sir Roger Casement, que cumplía la misma misión.
Joseph Conrad murió en 1924, el mismo año de la publicación de La vorágine.
Y aquí empatamos con La vorágine, porque este noble inglés vino al Amazonas y fue testigo de las atrocidades cometidas por Julio Arana y sus subalternos, contra los indígenas amazónicos colombianos, y sus denuncias llegaron hasta el Parlamento inglés, porque la empresa de Julio Arana tenía capital inglés y se llamaba Peruvian Company.
Joseph Conrad murió en 1924, el mismo año de la publicación de La vorágine. Casement volvió a Inglaterra y allí se involucró en la independencia de Irlanda, motivo por el cual fue condenado a muerte "por traidor y pederasta". Fue ahorcado en 1916. Muchos años después, el primer presidente de Irlanda, Eamon de Varela, reivindicó su figura y le rindió máximos honores. Vargas Llosa le dedicó una novela.
Otro rey de Bélgica, Leopoldo III, se vincula a la historia colombiana. Su actuación durante la Segunda Guerra Mundial, cuando su país fue invadido por los alemanes, no fue del todo clara y el resentimiento de sus súbitos lo obligó a renunciar en 1951, dejando a su hijo Balduino en el trono. Entonces se dedicó a su pasión por la arqueología y así visitó el Orinoco y San Agustín.
El profesor Graciliano Arcila, que excavó en el Darién, conoce bien la historia del monarca. Leopoldo se instaló en Turbo con el propósito, decía él, de estudiar la flora y la fauna, pero su verdadero interés era excavar en Santa María la Antigua del Darién, fundada por Fernández de Enciso en 1510.
Graciliano dice que Leopoldo no encontró tesoros y solo artesanías y huesos. En mis andanzas por la zona excavé como diletante y encontré una calavera y un pedazo de yatagán de hierro. Los indios no conocían el hierro. Así quedan enlazados en la historia La vorágine, Konrad, Casement y los dos Leopoldos.
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Excelente la idea de Alfred Ballesteros y de la CAR Cundinamarca de buscar agua en pozos subterráneos para ayudar a solucionar los problemas hídricos de la Sabana.