El viernes pasado me puse a mirar los pobres noticieros de esta pobrísima e insulsa televisión nuestra, con la morbosa esperanza de saber cómo se habían desarrollado las alharacas surgidas en torno a las últimas apariciones de la omnipresente señora Dávila, siempre brillando como un pétalo de masdevalia en las torrenteras mefíticas de las redes sociales, porque sí o porque no. Quería completar mi impresión de que la niña Vicky es al periodismo moderno lo que Amparito Grisales al arte dramático. En cambio, me encontré con las noticias del turbio orden público, y con los informes sobre las marchas de los maestros, por un lado de la ciudad, ordenados, orondos e inocentes detrás de sus pasacalles multicolores escritos de acuerdo con las leyes de la ortografía, y por el otro con las manifestaciones de sus educandos encapuchados, lanzando cocteles molotov sobre los policías y contra los bancos y las salchicherías de los pequeños comerciantes.
Eso me hizo pensar en algo que por lo obvio me pareció que debe resaltarse, pues lo más evidente es lo que las personas solemos pasar por alto. Me pregunté, pues, qué tenía que ver la civilizada marcha de los maestros con la salvaje de los encapuchados de sus incendiarios discípulos, desfogando sus frustraciones privadas en la exhibición caricaturesca de un atroz espíritu revolucionario, propugnando por la trasformación de la sociedad destruyendo e hiriendo. Como si no estuvieran enterados de que la violencia ya no es partera de la historia y que hemos ingresado en un nuevo mundo, que quizás pide una nueva manera de forzar las reivindicaciones sociales.
Cómo adoban los intelectos de sus educandos los maestros, me preguntaba. Y pensaba en esos académicos, intelectuales entre comillas, que a veces asoman el hocico en 'Telesur'. Entre quienes destacaría por lo burdo a ese profesor Gallego de la Universidad Nacional de Bogotá, que rebuzna siguiendo las directrices del redil mamerto, contra el neoliberalismo, las oligarquías bogotanas asesinas de Bolívar y el capital, echando mano de un marxismo sentimental y anacrónico, y contra la inequidad; en fin, con unas nociones demostrativas de una pavorosa ignorancia de los procesos sociales de Occidente, que partiendo del feudalismo propiciaron los grandes avances del mundo llamado cristiano.
Es como si fueran incapaces de entender al neohegeliano Marx situado en el tiempo de los luditas y los años de la segunda comuna, que fue el primero de los fracasos del marxismo, continuados hasta hoy con la torpeza del socialismo del siglo XXI de Chávez y Maduro, pasando por el fracasado experimento soviético y el limbo cubano, y los otros infiernos creados por la manipulación de la teoría del profeta judío.
El afán de notoriedad de la señorita Vicky, la gula del éxito de la doña de Manizales, la violencia de los adolescentes intoxicados con las cartillas de Eduardo Galeano y adláteres parecen ser, paradójicamente, las consecuencias de la pedagogía de los marchistas fecodianos, incorregibles, como el dicho Gallego, ahora envainado con acusaciones de acoso por sus alumnas, y como los que aquí y allá trampean con las pensiones y engañan al fisco inventando estudiantes fantasmas, engordando los presupuestos destinados a las techumbres de los colegios y las escuelas, que se roban, para agasajar a sus amantes, los fondos de las universidades donde se educan los Name, los Gerlein, los Moreno Rojas y demás joyas de nuestra picaresca de cuello blanco.
Es hora de educar al maestro y de revisar la 'paideia' si está produciendo una sociedad tan lamentable, semejante tergiversación de los valores. Da lástima vivir en un mundo donde imperan los ladrones, la riqueza se confunde con el honor, los asesinos se convierten en héroes y la justicia porosa negocia con los soplones. Todo hiede. Las fiscalías, las sacristías y los comandos mayores y los menores. Porque no es lo mismo enseñar que ingurgitar materiales mal digeridos sobre una tierna cabeza, maestro querido. Y se debería aprender a pensar antes de empezar a luchar.
Eduardo Escobar